–¿Y si lo hago?
Me levanto sin hacer mucho ruido del sofá en el que me he quedado dormido mientras trato de situarme en el tiempo y espacio.
Es primero de enero, eso me queda claro.
Ésta es mi casa, obvio.
A.J. y Julio duermen en los otros sofás.
Caricia pronto estará saliendo de Brasil, rumbo a Puerto Rico.
Eso último me fastidia un poco el inicio del año: la chica más linda del mundo está a miles de kilómetros de mi alcance.
Mi nariz detecta el olor de los huevos fritos con tostadas: la señora Olga ha preparado el desayuno y, mentalmente, apuesto conmigo mismo que Julio se despertará antes que A.J.
Y en efecto, ocurre. Julio se incorpora como resucitando y dice:
–Cielos, sabandija: qué hambre tengo.
En menos de cinco minutos, los tres estamos sentados a la mesa, desayunando como si fuéramos un ejército.
–Sin banda, sin flacas: ¿qué hacemos para nuestras vacaciones, sabandijas? –pregunta A.J., tratando en vano de remojar una crujiente tostada en la yema de su huevo frito.
–Vamos a Brasil. A lo mejor las encontramos a las bandidas.
Julio sonríe lacónicamente.
–La verdad verdad, no me alcanza. Con lo que tengo en los bolsillos sólo me alcanza para ir a mi casa.
–Pero chino –le digo–, yo te jalo en mi caña hasta tu casa.
–Por eso, pues: no tengo un céntimo. Y lo de llevarme hasta mi casa pues lo calculaba. Por eso dije que sólo me alcanza para irme a mi casa.
Nos reímos, un tanto ruidosamente.
–¿De quién fue la idea de pagarle el taxi a las Rutherford?
–Era sólo a Windy, ¿a quién se le iba a ocurrir que me iban a cobrar por asiento?
Hacía algunas horas que la fiesta de año nuevo había terminado. Cinthya se había ido temprano, Steph compartió taxi con Alex y Kat, y las Rutherford también se fueron en taxi. Auspiciadas por el chino, claro.
–Y ni siquiera te fuiste con ellas –me río.
–Uno debe ser caballero siempre, sabandijas. Éste es mi nuevo yo: el tema del Julio que sólo juega a las damas chinas ya pasó. Ahora buscaré a una buena chica y sentaré cabeza.
–Ver para creer, dijo Santo Tomás, que era medio miope. Yo soy de la idea de que vivas tu juventud, sabandija. Dejá que todo siga su curso.
Julio se dio cuenta fracciones de segundo antes que un servidor.
–"Dejá". ¿Es en serio?
A.J. fingió bastante bien no entender, pero imposible que algo así pasara desapercibido para nosotros.
–¿En serio qué?
–Que hablaste como paraguayo, sabandija –aclaro.
–No: yo dije "deja que todo siga su curso".
–Ya pues. Ahora en lugar de decirte A.J. te diremos Olindo.
Me río con el chino.
–Bien fregados y mentirosos son.
Acaso para soltar a A.J., propongo algo:
–Ya que están con ganas de vacaciones, ¿qué dicen si me acompañan a la hacienda de mi viejo en Piura? Me dijo que vea las plantaciones de algarrobo. Vamos en mi caña: comida y alojamiento gratis.
–¿De verdad? Vamos, que para luego es tarde.
–Eso estaría perfecto. ¿Cuántos días nos quedamos?
Calculo que un par de semanas sería lo ideal. Elaboro un plan: Máncora, hacienda, Máncora nuevamente y de retorno a Lima.
–Pero lleven bolsa de dormir, para jatear en la playa –les digo–. Ah, y algo de plata.
–Cincuenta lucas, para el polvorete.
Nos reímos, un tanto ruidosamente.
–¿Y la transformación del nuevo Julio?
–Cuando volvamos al Vaxi, pues. Las transiciones no son fáciles.
Terminamos de desayunar y vamos a jugar play.
–Oye, sabandija, consulta: ¿vas a dedicarte a la eléctrica, a la acústica? No te veo averiguando nueva guitarra.
La guitarra que me acompañara durante seis años había sido mi regalo de navidad para Caricia, por lo que había vuelto a mi antigua guitarra de estudio, pero ya no me bastaba para lo que pensaba hacer.
–Pues no les dije: mandé a hacer una nueva.
–Espera: ¿te mandaste a hacer una guitarra nueva, a medida?
–Exacto, chino. A Beingolea, no bien retornó a Lima. ¿Te acuerdas que Merrian nos habló de él? Pues me está haciendo una guitarra de arce, pino báltico y ébano.
–¿De arce? ¿El arce se usa para hacer guitarras clásicas?
–No, porque no pedí una guitarra clásica, sino una flamenca. Voy a estudiar flamenco, sabandijas.
–Y era yo el que no podía olvidar a Olinda –dice A.J.
–El flamenco es chévere: no lo hago por Cari –miento–. Además así podré chivear flamenquito.
–Casi te creo –me dice Julio, medio en broma–. ¿Y para cuándo va a estar lista?
–Para cuando volvamos de nuestro viajecito, sabandijas. Ya compré el case: de fibra de vidrio. Regresamos, vamos a su taller para que de paso chequeen sus guitarras.
–Estoy de acuerdo. Por cierto ¿cuándo son las matrículas para el Vaxi?
–Para finales de febrero, principios de marzo. ¿Por?
–Renuncié a Coma y Punto –nos dice Julio, encogiéndose de hombros–, pero el internado me impedirá dar clases y eso. Pienso llevar a Beatriz a chivear como loca para ahorrar y tener un fondo que me ayude.
–Manya, eso sí está difícil.
Mis amigos trabajaban. Durante el primer año Julio vendía dibujos, daba clases y chiveaba, mientras que A.J. hacía transcripciones y arreglos para bandas: el segundo año Julio empezó a trabajar en Coma y Punto, el restaurante que ahora pertenecía a la mamá de Cirse, además de dar clases; mientras que A.J. empezó a traer accesorios para guitarras que vendía en el Vaxi.
–Sí, pero confío en juntar algo y ayudar en casa. Bueno, ¿cuándo partimos a Piura?
–Hagan sus maletas, sabandijas: nos vamos pasado mañana.
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Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve III
Paranormal¿Existe alguien capaz de acabar consigo mismo con tal de llevar a cabo una venganza largo tiempo esperada? La tranquila vida en la ciudad de Lima se ve seriamente alterada al aparecer un extraño asesino serial, vestido de blanco y con una extraña pr...