NUEVO INTEGRANTE EN LA FAMILIA

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A.J. llegó sin novedad a su casa.

No bien sacó su llave la puerta se abrió automáticamente, dejando ver a una agradable niña de unos seis años y cabello bien negro.

–Ah, me parece que me equivoqué de casa –dijo A.J., creyendo que había entrado a la casa de su vecino.

Aunque algunas cosas no cuadraban en ésa teoría:

El vecino no tenía hijos, y de hecho no era una casa el predio colindante: era un taller mecánico. Además, la llave no tenía por qué funcionar en otra puerta.

–La señora me dijo que eras despistado –respondió la niña–, pero no sabía que tanto.

–¿Entonces tu eres Violeta?

–Violetta –hizo especial énfasis en la doble "t"–: aunque siempre me han dicho Violeta. Tú eres el músico.

El chico se sintió algo abrumado por tanta verborrea de una niña tan pequeña.

–A.J., ¿esta es la niña que encontró Cinthya? –preguntó Isabella.

–Sí –dijo, aprovechando que podía responder a ambas con la misma palabra.

Tanto él como la fantasma entraron a la casa, donde Fabián estaba tratando de hacer funcionar sin éxito la antigua consola de videojuegos de su hermano.

–Qué bueno que llegas –le dijo Fabián por todo saludo–: quería jugar con Violetta pero el cable no encaja.

–No, no: la conexión es distinta –dijo A.J. mientras conectaba e instantes después echaba a andar la máquina.

–Gracias, hermano. Ahora sí, Violetta, vamos a jugar.

–A ver pues.

Se dirigió a la cocina, donde encontró a su madre.

–Cuando se llega a casa se saluda primero, hijo.

–Lo siento, me desorientó un poco la presencia de la niña y parece que Fabián necesitaba de urgencia el juego ése.

–Excusas siempre hay. ¿Qué te dieron de almorzar en la universidad? Aun ha quedado un poco de estofado de pollo.

–Almorzamos bien, pero sí acepto un postre. Si hay, claro.

–Hay gelatina. Anto hizo ayer para recibir a Violetta.

–¿Y dónde están ella y papá? –dice, mientras ignora que Isabella le exige una gelatina para ella.

–Fueron a terminar parte del papeleo como casa de acogida. Tu padre ya no ve bien y Anto ha ido a ayudarlo.

A.J. supo que su próximo "sueldo" lo tendría que usar para comprarle nuevos lentes a su padre.

Afortunadamente para él los alumnos del tercer ciclo de la especialidad de guitarra le habían tomado bastante afecto a las cuerdas de carbono chinas que traía para su guitarra, y una ganancia del cien por ciento por cada set vendido no era poco.

Tomó nota mental de llevar cinco sets el domingo: para el lunes tendría trescientos cincuenta soles más.

–¿Cómo te fue en clases?

–Bastante bien. Me estoy peleando el primer puesto con Julio: quizás me gane, como siempre. Pero la lucharé hasta el último final.

–Qué bueno. ¿Y ya decidiste si vas a continuar estudiando? ¿O ejercerás?

–Creo que ejerceré. Puedo trabajar como profesor en el colegio de aquí a la vuelta.

Su madre lo miró entre extrañada y suspicaz.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora