JHONNY

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–¿Y si lo hago?

El olor a leche hervida, mantequilla y jamón nos despierta. Mientras nos ponemos la ropa de diario, comentamos la primera noche que pasamos en la hacienda.

–Yo escuché que A.J. llamaba a Olinda: se estaba apuñalando.

Los tres nos reímos, un tanto ruidosamente.

–Bueno, no fui yo quien abusó de su almohada: dile que la laven, sabandija.

–Esa almohada te va a denunciar, chino.

Una vez listos, bajamos a desayunar.

–¿Qué haremos hoy? –pregunta el chino, tras un largo trago de leche de vaca recién hervida.

–Vamos a pasear un poco: casi en los límites de la hacienda hay una laguna bien grande. Iremos allí.

La gente de la hacienda nos proporcionó sombreros de paja y tres caballos. Aprender a montarlos fue algo completamente diferente: yo ya sabía, pero Julio y A.J. se las vieron un poco complicadas; sin embargo, quince minutos después, ya estábamos en camino.

–Esto es más estable que una bicicleta, sabandijas –comentó Julio.

–Pero no es tan alta, chino. Una caída desde acá y nos vamos a la mierda.

–Grosero el niño Jhonny.

Nos reímos: ya me estaba acostumbrando a que me batieran con éso.

–Me podría acostumbrar a ésta vida de centauro. ¿Cómo se llaman los caballos, ah?

Les comenté que en realidad eran yeguas, y si bien me habían indicado los nombres de las tres los había olvidado.

–Vaya: le pondré Clarabella.

El chino tenía una gran facilidad para renombrar todo lo que se le pusiera enfrente siempre que le agradaran, sea animal o persona: de hecho casi todos los apodos que eran comunes en el Vaxi eran invención suya.

Por eso yo era "pepón" y A.J. era "cabezón", aunque rara vez se dirigía a nosotros con ésos sobrenombres.

–Supongo que las chicas que conocimos en Máncora ya se enteraron del engaño, ¿no?

–Pues yo creo que sí –le respondo a A.J.–: después de todo, un poco difícil que algo así se crea en plena era del internet.

–Mejor hubiera sido la del joven empresario japonés: japón es un mundo distinto. Con ésa garantizábamos el polvorete.

Nos reímos sin tanto ruido, para no espantar a las yeguas y que nos hagan caer de las monturas.

–Cuando regresemos a Lima, vamos a tener una reunión de la promo del cole –comenta el chino–: dicen que vayan todos los que puedan. El gordo Cazulo me contactó por redes, le pregunté si podía ir gente de la primaria –Señala a A.J.–y me dijo que normal.

–A.J. fue el que le puso "culazo" a Cazulo –comento, divertido.

–Buena: la chapa le quedó fija. Con mucha más razón debe ir.

–¿Para cuando? Si es en éste mes me parece de mal gusto, luego del crimen de la chica.

–Seguro será para después –comento mientras busco algo en mi alforja–. ¿Quieren chifles?

Compartimos con cierta dificultad el pequeño saquito lleno de plátano frito y canchita. Mientras el chino se entretenía tratando de sujetar las riendas y comer al mismo tiempo, aprovecho para sacar algunas fotos.

–Oye, A.J. De tu colegio, o sea de la gente que estudió contigo, ¿no sabes nada?

Se encoge de hombros mientras finge entretenerse con las crines de su yegua.

–La verdad verdad, no éramos muy unidos.

–¿Los Clark no habían estudiado contigo?

Negó con la cabeza.

–Ellos estudiaban en otro colegio. Se juntaban por el barrio, cerca a San Isidro. Al principio creí que los chicos del barrio vivían por ahí, por Miraflores, pero eran los que obligado iban a vacacional. De hecho en el barrio casi no había nadie, porque la zona es comercial. Sólo yo vivía por allí.

–Cuando recién nos reencontramos, me dijiste que tenías más amigas que amigos –le recuerdo.

–Cierto, pero de la periferia: vivían bien lejos. Por cierto, ¿te acuerdas de Ximena?

Creo recordar vagamente: mi memoria recrea la figura de una niña morenita, de cabello largo y ojos brillantes.

–Claro: también se quitó, antes de entrar a secundaria.

–Se fue para mi cole, alucina.

–Espera –lo interrumpo–: ¿me estás diciendo que la flaca que te gustaba se cambió exactamente a tu mismo colegio?

–Eso sí es tener suerte. Y de la buena, sabandija –dice Julio.– Te la agarraste, mínimo.

Nos reímos, aunque sólo lo hicimos Julio y yo. Noté que A.J. sujetaba las riendas de la yegua con cierta fuerza.

–¿Y cuándo fuiste gil de Stephanie? –pregunto.

–En primero, durante las vacaciones de medio año. Duramos un par de meses.

–¿Te obligaba a plomearle el vestuario? –pregunta Julio, medio en serio y medio en broma.

Durante el tiempo que fueron enamorados –el año pasado–, Stephanie obligó a Julio a servirle de asistente: al final el chino se declaró en rebeldía y terminó la relación.

–No: cambió cuando empezó a perder el acné, la verdad. Se dio cuenta que podía ser popular y me dejó de lado.

–¿Y tenías otras amigas? –inquiero a A.J.

–Morgana, que era bien guapa: aunque ella se incorporó en tercero. Sus amigas Mercedes y Rosa. También Lita, Bella, Fiorella, Carla, Miranda, Magdalena, Arianne. Aunque más me juntaba con Ximena, y luego con Morgana.

–¿Morgana es un nombre o una razón social?

–Sus viejos eran fanáticos del medioevo, creo.

Continuamos nuestro camino, recordando cosas de la secundaria: como Julio era bastante elocuente, fue imposible retornar a los recuerdos de A.J.

–¿Cómo se llamaba la chiquilla que quería integrarse al club sabandija? –pregunto a Julio.

–Diane. Diane Reyna.

Diane se había incorporado durante tercero de secundaria y se marchó en cuarto, pero igual resultó siendo un tanto pesada. Solía darse ínfulas, diciendo que venía de uno de los mejores colegios de Lima, juntándose más con los chicos que con las chicas y alegando experiencias que evidentemente eran inventadas.

–Se le pegaba al chino –comento, mientras descabalgo y me acerco a la orilla de la laguna–: lo enamoraba, la verdad.

–¿Y aplicaste?

–No –admite Julio–: Beatriz estaba de moda. De hecho mientras lo estuvo se me pegaron varias.

–Es que la verdad jamás aceptamos chicas al club sabandija: de hecho, Kat siempre fue Kat y Julissa siempre fue Juglar.

–La regla cambiará cuando uno de nosotros se case –dice A.J.

–Yo no pienso casarme nunca, la verdad –digo.

–Uh, ya fuiste: siempre el que dice "nunca" es el primero en casarse. 

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora