EL ESCAPE A MAL VIVIR

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Después de la cena, los tres amigos se retiraron a descansar.

–Una noche bien dormida es todo lo que necesitamos –comentó Jhonny, mientras salía del baño.

–¿Te sientes cansado o nada que ver?

Jhonny empezó, teatralmente:

–La verdad no. Tal vez es el clima de Morropón, o puede que la laguna estuviera embrujada y carga de energías. Además, la comida ha estado genial, de verdad.

De pronto comprendió que algo no iba bien: era el único alistándose para dormir, pero Julio se estaba probando una camisa negra y A.J. se amarraba las zapatillas.

–No –dijo, en cuanto vio que el chino se echaba colonia y A.J. se peinaba lo mejor que podía.

–¿No qué? –preguntó el chino con aire de inocencia.

–Sé lo que planean, pero les aviso que estamos a varias horas de ése lugar que vimos en la ciudad.

–Son las ocho, sabandija: llegaremos a las doce –comentó A.J., mientras silbaba "mi gran noche", de Raphael.

–Llegamos, chupámos, vemos a las niñas y nos regresamos –dijo Julio–: aquí estaremos al amanecer, o antes.

Jhonny protestó:

–Se supone que iban a ser unas vacaciones tranquilas, sabandijas.

–Y lo son: nadie jugará damas chinas. O al menos ninguno de ustedes dos.

El dueño de la casa hacienda se cruzó de brazos.

–No. No iremos.

–Jhonny, sé razonable. Cuando inicie el internado, ¿cuándo vamos a salir a juerguear? Si salimos del Vaxi el sábado y regresamos el domingo por la noche.

–Haz de cuenta que es nuestra última juerga de universidad –añadió A.J.

Ambos pusieron sus mejores caras, tratando de convencer al propietario de la camioneta en la que habían llegado.

–Está lejos –repuso lacónicamente.

–Pero vamos en caña –lo ataja A.J. con presteza.

–¿Dónde la vamos a dejar? –contraataca el dueño de casa.

–¿Se refiere a mí? –preguntó Isabella, aunque sólo A.J. pareció escucharla.

"A la camioneta" le dijo A.J. mentalmente, y luego añadió en voz alta:

–En la plaza hay cuidadores de autos.

–¿Y si la roban? –Esta vez mirando dentro del ropero.

–No la van a robar: cámbiate y nos vamos.

De este modo en quince minutos ya estaban en camino, luego de darles una buena propina a los encargados de la entrada para que no dijeran nada a nadie y el asunto llegara a oídos de los padres de Jhonny.

–¿Lo ven? Fue fácil –dijo Julio, riendo.

–Nos quedamos hasta antes de las dos –dijo Jhonny–. Y nos vamos a turnar para ver en qué estado está la camioneta.

–De acuerdo: la veremos cada treinta minutos –A.J. terminaba el peinado usando el espejo retrovisor.

–Quince –responde el conductor, como quien pone un epitafio.

–Está bien, está bien: quince.

–El temperamento del piticlín –bromea Julio.

–Una más y te regresas a pie, y me voy a juerguear con A.J.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora