JULIO

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Otro lindo día en el Vaxi, sí señor.

Como siempre, me levanto primero que los dos zánganos. Mientras hago mis ejercicios matinales, voy pensando en las clases del día.

Afortunadamente ya me acostumbré al horario extendido: clases de siete y media de la mañana hasta las seis de la tarde, dos recesos. Y ya había conseguido gente para hacer mi proyecto de fin de ciclo: un musical con guión original y toda la música incidental hecha por mí y por una muchacha que toca el piano.

Cuando ya estoy listo para un duchazo veloz, recién A.J. está empezando a revivir. Cinco minutos después ya estoy preparado para ir a desayunar.

–Hola, chino –me dice, recién salido del sarcófago.

–No comas frijoles de noche, sabandija: tuve que abrir la ventana.

Se ríe y vuelve a dormirse: es una habilidad que ha adquirido no hace mucho la de volverse a dormir por cinco minutos adicionales, contados por reloj.

Entro al armario, el cual es casi tan grande como un cuarto más, a buscar mi ropa del día: polo, pantalón "al cuete" y zapatillas.

Voy a desayunar. Diez minutos después, llega Jhonny.

–Le gané la ducha otra vez a A.J. Tenías razón: no la hace a lanzar la moneda a cara y sello.

Nuestro mutuo amigo tenía una suerte pésima para ello. Escogía cara, salía sello; y viceversa. Parecía hasta una maldición.

Una vez hasta nos empezamos a reír porque lanzamos una moneda diecisiete veces, para que dijera las diecisiete veces que salía cara: y siempre salió sello. Lo hubiéramos hecho hasta el infinito, pero no se pudo por falta de tiempo. Afortunadamente lo grabamos en video y se lo mandamos a las bandidas, las cuales se quedaron pasmadas salvo Olinda.

–Tiene esa suerte –respondió con una nota de audio.

–Mañana dale chance, pues.

–No será necesario: ha dicho que se bañará antes de dormir, para no tener que desayunar a la volada. ¿Y éso que nos ibas a contar que dices que te pasó ayer que te fuiste a tocar con Bea?

–Que venga A.J., para no tener que contarlo dos veces.

Había conseguido un chivo y eso me obligaba a evadirme de las clases vespertinas: alegué un dolor de espalda terrible y, con sumo cuidado, logré escapar de la villa universitaria.

–Ya llegué, par de locas –dice A.J., sentándose de golpe a mi lado izquierdo–. Suelta lo que te ocurrió, sabandija.

Cuando me descolgué del árbol, recién era la hora de salida de los primeros ciclos. Me tenía que saltar el almuerzo si es que quería llegar al evento que se estaba desarrollando en Cieneguilla: lo bueno es que nos iban a poner movilidad de ida y vuelta, sólo era una hora y pagaban bien.

Esquivé con éxito (haciéndome el loco acomodando mi guitarra) al vampiro y sus amigas: un grupo de tan sólo cuatro chicas que hacían un escándalo de barra brava que ningún pandillero envidiaría.

Caminé por el pasaje más directo hacia la avenida, donde seguramente ya estaba el auto y Beatriz en él: había acordado que la recogieran en un punto específico y que luego me recogieran cerca al Vaxi: todo estaba en orden, nada en lo absoluto podía salir mal.

Sin embargo, algo me hacía sospechar que me estaban siguiendo. El pasaje en mención tendrá unas cinco cuadras, pero son bastante desiertas.

Traté de no hacer mucho caso: la zona es medio comercial y medio residencial y casi no hay asaltos por allí. Igual por si las dudas traté de recordar las bases de boxeo que me había dado Steven el año pasado.

Ya no cabía duda: alguien me seguía. Cuando crucé la segunda pista, giré de golpe sobre mis talones para encarar a quien fuera que se acercara.

Nadie. O tal vez quien fuera había decidido tomar otro camino.

Decidí no hacerme ideas raras, después de todo fuera quien fuera se las vería a cuadros para quitarme mi celular o mi guitarra. Además ya me faltaban tan sólo dos cuadras, nada podía pasar.

Pero terminó pasando.

A eso de media cuadra un tipo me salió al encuentro, con la misma postura que yo le veía a los choros de mi antiguo barrio de Surco. Por supuesto, tal y como estaba acostumbrado, me hice a un lado y lo ignoré.

No di tres pasos cuando me siguió.

–Oye, espera.

Se acercó a mí y recién caí en la cuenta de quién era.

–¿Qué?

–¿Qué tal? ¿Te vas a tocar?

Me encogí de hombros.

–Sí.

–¿Hasta dónde te vas?

–Cieneguilla.

–Eso está bastante lejos.

Fingí no escucharlo, porque presentía que había alguien más allí. Como no respondiera, él habló:

–Oye, lamento lo del año pasado. Lo de Halloween.

Era bastante curioso que casi medio año después recién viniera a pedir disculpas. Si no contamos las vacaciones, eso hacía cuatro meses, cuando menos.

–No te disculpes conmigo, discúlpate con Windy.

–Eso ya está hecho. No quiero problemas, tío, de verdad. No creo que estuviera bien como me porté.

Me tendió la mano. Fingí no notarlo: el que no pudo fingir fue él, y empezó poco a poco a perder los estribos.

–Mira, te lo voy a decir una vez: aléjate de Windy, no estoy bromeando.

Por lo visto el muchacho pacifista había salido de vacaciones.

O simplemente nunca existió.

–Pregunta: ¿te parece negativo que me junte con Windy? Me parece que ella y yo somos amigos.

Esta vez el muchacho estaba a pocas líneas de ponerse furioso.

–Ella es mi novia.

–Yo no he dicho lo contrario.

–No quiero verte junto a ella. ¿Acaso no entiendes?

–Entiendo muy bien, pero también entiendo que no eres su dueño como para estar prohibiendo nada. Además, no eres mi viejo como para decirme con quien me junto o con quien no. Y aunque lo fueras, tampoco te haría caso.

–No me busques o no respondo.

–¿No respondes qué, amiguito? –dije, tentando a mi suerte–. No te conozco, no quiero conocerte. Ahora hazme el favor de dejarme ir, porque tengo un asunto muy importante que resolver. Ahora, si tú lo prefieres, podemos seguir conversando aquí alegremente hasta que venga Windy y, para su mayor diversión, le haré un bonito resumen de lo que me has dicho. Elige.

Estuvo a punto de decirme algo, pero pareció reflexionarlo mejor (cosa curiosa en Cesc, algo que descubriría en las siguientes semanas) y, sin mediar ni una palabra más, se fue en dirección al Vaxi.

–Es un huevonazo –dijo A.J., como quien pone una sentencia–: quítasela de una vez, chino.

–Tal vez sí ande medio safado de la cabeza. Pero no hay que precipitarse. Si resulta siendo tan malo como parece, es más que fijo que Windy lo deja.

Dejamos los platos y retornamos al cuarto para asearnos. Luego Jhonny me preguntó:

–¿Se lo contarás a Windy?

–La verdad, sí –respondí, resoplando–. La buscaré en el receso.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora