A.J.

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El último día de clases, luego de despedirse de Gutiérrez, A.J. empezaría a forjar una actitud que, años mas tarde, lo haría actuar como una persona de más edad.

En efecto, aún no era A.J. Era "hijo" para sus padres y "enano" para Antonella: su hermano Fabian aún no nacía, pero igual éste le diría "hermano".

–¿Listo para la secundaria? ¿O aun no? –le preguntó su padre.

–Sí. Creo que ya soy grande –dijo, sonriendo.

Su padre le revoloteó el cabello.

–Espero que me renueven el contrato en el colegio –dijo, pensando en voz alta.

Los días se fueron sucediendo. Llegó la navidad y con ella una muy mala noticia. Y no se enteró por parte de sus padres, sino por Antonella.

–Oye enano, ven acá que te tengo que contar algo.

A.J., niño al fin y al cabo, lo que más anhelaba era la aprobación de su hermana mayor, por lo que no se quejó del apelativo y se apresuró en obedecerla.

–¿Qué pasó?

Ella lo miró con cierta simpatía. Antonella era mayor que su hermano por diez años, por lo que empatizar con él era demasiado difícil.

De hecho, ella aún recordaba lo difícil que era tratar de ser popular cuando tu hermano menor aun ronda por la sala cuando hacías tus reuniones.

–Escucha, aquí en casa está pasando algo no muy bueno. Ya vas a entrar a la secundaria, así que debes saberlo: a papá no le han renovado el contrato en el colegio y desde enero empezará a buscar trabajo. Yo no iré a a universidad el próximo año porque empezaré a trabajar a tiempo completo. Como sabes, mamá está embarazada y, hasta que nazca la niña y pueda dejarla a cargo de alguien, sólo estará en casa.

Antonella estaba convencida firmemente de que tendría una hermanita.

–¿Y qué con eso?

–Pues que nos mudaremos: ya no podemos pagar ésta casa, así que nos iremos a una casa más pequeña. En Miraflores están alquilando una muy barata, algo vieja pero en fin. Y tendrás que cambiarte de colegio.

A.J. hizo un puchero.

–Pero tengo a mis amigos en el colegio, Gutiérrez y Dios.

–Lo sé, enano, pero tenemos que hacer sacrificios. El dinero no alcanza, así que tendremos que acostumbrarnos: yo pensaba terminar mi carrera éste año, pero no voy a poder. Hay un colegio del estado cerca de donde viviremos, así que hasta podrás tener nuevos amigos: Rodríguez y Diablo, como para entrar en materia. Te lo digo para que no te agarre por sorpresa cuando te lo diga papá o mamá.

Y dejó a A.J. lamentándose: ella sentía que su hermano debía aprender desde ya a valerse por sí mismo, por lo que no sintió el menor remordimiento.

Tal y como Antonella se lo contara, su padre se lo repitió. Fingió sorprenderse y contrariarse un poco para hacerle creer que recién se enteraba. Luego aceptó las condiciones y se quedó con la idea de tener que llamar a Gutiérrez y decirle que no estaría en el colegio el próximo año.

Llegó el día de la mudanza, poco antes del año nuevo. Toda la familia cooperó para poder trasladar todo en el menor tiempo posible, y A.J. quedó tan cansado ése día que se durmió en el suelo de la que sería su nueva habitación.

Se despertó casi al medio día, al día siguiente: su cama ya estaba armada y el estaba envuelto en las sábanas.

Se resignó a no entender el misterio de haberse dormido en el suelo y despertar en cama. Mientras se vestía, contempló en su estante los libros cuyos autores imprimían en los lomos de los volúmenes sus nombres.

–Ellos tienen unos nombres curiosos: J.R.R., J.K., G.R.R... Son geniales.

Cogió uno de los libros y pasó los dedos por encima del nombre del autor.

–Si fuera como ellos, yo sería A.J.

Bajó a desayunar, mientras le daba vueltas al asunto. Luego pidió permiso para dar una vuelta por su nuevo barrio y salió a disfrutar del día.

Conoció las tiendas y casas cercanas, que no eran muchas: la zona era más propia para talleres mecánicos. Caminando llegó hasta una losa deportiva, en donde vio jugando a algunos niños; sin embargo ninguno pareció prestarle atención.

Se sentó en las gradas para ver a los demás jugar. Hacer amigos no iba a ser fácil: no era como llegar con dinosaurios de hule, eso a su edad ya no era popular.

–Hola.

Volteó a ver quién le hablaba: era un muchacho casi de su edad, algo desgarbado; flaco y de cabello rubio.

–¿Eres nuevo?

Hizo que sí con la cabeza.

–¿No sabes hablar? ¿O no quieres?

Iba a abrir la boca para decir algo, pero una voz chillona se lo impidió.

–Jonathan, no molestes a ése niño. Si no lo tratas bien se lo diré a mi papá.

Jonathan giró sobre sus talones para encararse con una niña más pequeña que él, con la cara picada levemente por el acné y de similar cabello rubio.

–No lo estoy molestando, me pareció curioso ver que no se acercara a los demás: eso es todo.

–Como te vea molestarlo, le diré a mamá que estás fumando a escondidas.

Jonathan sonrió y se fue a jugar con los demás niños. Por su parte, la niña se acercó al nuevo y sonrió.

–Hola, me llamo Stephanie. Stephanie Clark, pero me puedes decir Steph. Vivo casi llegando a San Isidro. ¿Cómo te llamas?

–Me llamo A...

Se detuvo: su nombre nunca le gustó, le parecía vacío y poco interesante.

–Eso no es un nombre, es una letra.

–Me llamo A.J.

Steph sonrió.

–"¿Ajota?" Es muy raro tu nombre.

–No Ajota: A.J. –dijo, haciendo énfasis en la separación de las letras.

–Ah –dijo, y luego se dirigió a los otros niños–: oigan, el nuevo se llama A.J.

Los niños se acercaron a Steph; Jonathan con la pelota en la mano.

–Ellos son Manu, Coco, Tigre, Luchito..., él es mi hermano mayor Jonathan, y Tito.

Fue señalando sucesivamente a un muchacho gordo, a un chico que llevaba las zapatillas sin pasadores, a uno bastante flaquito, a otro con el cabello tan largo que al principio creyó que era niña, al rubio que le habló y a un muchacho muy bajito.

–Habla –lo fueron saludando uno por uno. Y A.J. se confundió un poco, porque no sabía qué decir.

–Casi todos estos niños estudian en el 1020, que es el colegio del barrio: Jonathan y yo no, nosotros estudiamos en otro colegio.

–¿Vas al 1020? –le preguntó Tigre: después sabría que era una especie de líder del grupo.

De eso ya había hablado con su papá la noche anterior.

–Sí. O por lo menos eso me dijeron en casa. Voy a primero de secundaria.

–Ah, con Coco y Luchito –comentó Manu.

–El cole es chévere, ya te acostumbrarás, A.J.

Sonrió: se sentía parte de un grupo y, lo que es mejor, aceptado.

Así comenzaría su pubertad, pero la madurez a la que fue empujado a la fuerza aún tardaría algún tiempo en llegar.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora