LA MUERTE PUEDE ESPERAR

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Si el Caballero de la muerte sonriente entendía hebreo, no lo hizo notar.

–Tú no –volvió a repetir, lanzándose como una víbora sobre Katherine, haciéndole perder pie y caer de espaldas.

Afortunadamente para la chica, justo llevaba su funda de guitarra cargada como mochila y el acolchado de ésta evitó que se desnucara.

Theresa saltó contra el asesino, lanzándolo contra el suelo y aplicándole una llave para asfixiarlo.

Sólo que no contó con la descomunal fuerza de su contrario, el cual se la sacudió como si nada y volvió a la carga contra Beatriz.

Theresa se dio cuenta que el asesino tranquilamente podría deshacerse de ella y llevarse a las dos chicas, pero extrañamente se limitaba a defenderse y no le hacía daño, o al menos suponía que no le estaba haciendo daño. Decidió usar una lesión incapacitante, o de lo contrario podría prolongarse por demasiado tiempo.

Cogió al Caballero de su chaleco blanco, el cual perdió uno de los botones, y afortunadamente precipitó lo que necesitaba: éste se dio la vuelta, agarrándola de la muñeca: de inmediato Theresa giró la mano y usando la otra como punto de apoyo ejerció acto de palanca.

Un sonoro "¡crac!" fue lo único que necesitaba para comprobar que la muñeca de su atacante estaba quebrada, aunque éste no pareció notarlo: simplemente cambio el extraño cuchillo a su mano izquierda y decidió volver a atacar.

Esta vez fue Kat quien aprovechó que el asesino estaba concentrado en Theresa, seguramente evaluando la posibilidad de asesinarla también: cogió su guitarra y le dio un golpe directo a la muñeca rota.

El Caballero de la muerte sonriente apretó los dientes, mientras maldecía en un idioma extraño. Veloz como un rayo, Theresa cogió a las dos chicas y las arrojó dentro de su automóvil, mientras metía la llave y huía del lugar.

–¿Están bien? –dijo, pasando por una calle en sentido contrario y alejándose lo más que podían del lugar.

Beatriz lloraba: evidentemente estaba conmocionada. Kat, por su parte, recién estaba recuperando su habitual tono de piel morena.

–Sí. ¿Ése era?

Theresa sonrió con sorna:

–No pienso volver a preguntarle. Katherine, ya que tú estás más tranquila, llama a la policía y diles que vayan a mi casa. Calle Madreselvas 235, La Molina. Diles que escapamos por los pelos del Caballero como se llame. Llama desde mi celular: no al número de siempre, el que sale en la tele. Marca sólo el 14 y te responderán de inmediato.

Así lo hizo Kat. Casi de inmediato, Beatriz pudo articular palabras:

–¿Qué es esto? –dijo, revisando su escote.

–Parece un botón blanco. ¿No es tuyo? –preguntó Kat.

–Mi vestido es negro, no necesito botones blancos: se vería muy raro.

Fue Theresa la que dedujo a quién pertenecía:

–Es del chaleco de nuestro criminal. Guárdalo, se lo daremos a la policía.

En otra parte de Lima, Jhonny regresaba de la misa de sus abuelos (los maternos): habían cumplido sesenta años de matrimonio. Logró evadirse de la recepción programada en Lurín alegando que se sentía muy cansado tras una semana de clases.

Lo cierto era que sólo quería evitar a sus tías maternas, las mismas que siempre tenían algo que alabar en su aspecto físico y algo que criticar respecto a su tamaño.

Decidió ver caricaturas en el televisor de la sala: estaban dando una algo antigua de un conejo y un gato que pasaban una tempestad y, acaso debido a la banda sonora (pura música clásica) se empezó a dormir.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora