A.J.

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–Dale, no es feo.

Coco se encontraba caminando por el malecón de Miraflores con A.J. Lo había esperado hasta la salida de su taller de guitarra y, cuando se encontraban conversando de todo un poco, le había invitado un cigarrillo.

–La verdad, no fumo –respondió él, tratando de ignorar que el olor del humo se le clavaba en la nariz como aguja.

–No seas marica: sería tu primer pucho y eso es digno de celebrar.

Lo obligó a ponerse el cigarrillo en la boca, mientras lo encendía: aspiró y sintió como si estuviera succionando un pedazo de carbón

–Aj, tiene un gusto horrible.

–Ya te acostumbrarás, huevón: el truco es fumar hasta que te olvides que sabe raro.

Desde la paliza que los alumnos del otro colegio les había propinado, se habían vuelto más unidos: iban a todas partes juntos, principalmente a jugar videojuegos.

–Las vacaciones empiezan mañana: supongo que vendrán los gringos, como siempre.

–¿Quiénes? –preguntó A.J.

–No te hagas: Jonathan y Stephanie. Ella fue la primera que te habló, antes de entrar al cole. ¿O ya te olvidaste?

A.J. supo que no podría olvidarse tan fácilmente, mucho menos de Stephanie.

Efectivamente, cual vidente, al día siguiente aparecieron los dos niños Clark por el barrio.

–Vamos a jugar un partido de fútbol –dijo el Tigre–: el que gane les pone los puchos a los demás.

Ganaron al equipo contrario y ganaron un cigarrillo cada uno. Mientras todos se enfrascaron en ver la pornografía de bolsillo que Manu había llevado para solaz del grupo, Steph abordó a A.J., quien había quedado rezagado por un motivo puramente técnico: tantas cabezas no alcanzaban para estar juntas viendo una minúscula revista.

–También fumas.

No era una pregunta.

–Sí: aprendí ayer. ¿Tú no?

Ella sonrío con algo de malicia.

–No: te deja la boca oliendo feo.

–¿Cómo sabes? –preguntó él.

Stephanie volteó a ver al grupo concentrado en su diversión: una vez segura de que nadie veía, se acercó a A.J. y le dio un beso bastante corto: el segundo de su vida, para ser exactos.

–¿Sin filtro, no? –preguntó Steph, con seriedad científica.

–¿Eso que fue? –contraatacó A.J., evidentemente consternado.

–Un beso para probar mi teoría, sólo éso.

Los dos se quedaron callados por unos segundos. Él seguía consternado, porque si bien no era la primera chica a la que le daba un beso, era la primera desde que entrara al colegio.

–¿Eres estúpido o qué? –dijo ella, visiblemente contrariada–. Aquí es donde me dices: ¿Steph, quieres estar conmigo?

Aún fuera de sí, A.J. la obedeció:

–¿Steph, quieres estar conmigo?

La chica sonrió con cierta condescendencia:

–Oh, lo pensaré. Mañana te respondo –djo, y luego gritó al grupo reunido–¿qué están viendo, sarta de mañosos?

Con respecto al día siguiente, nada hay que sea rescatable: basta con decir que A.J. tuvo su primera enamorada en Stephanie Clark. Y, como se podrá recordar, la relación duró un par de meses.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora