A.J.

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La fatalidad llegó a la vida de Ximena desde el momento en que su abuela falleció.

Una vez enterrada la mujer, sus sobrinos decidieron quedarse con lo último que le quedaba: la casa de Surquillo. Sumaron todos sus esfuerzos para desalojar cuanto antes a Ximena y su madre.

Ésta, dicho sea de paso, no opuso mayor resistencia. De hecho pareció hasta feliz de quedarse sin hogar. Tomó los diez mil soles que le ofrecieron para no ir a juicio por desalojo y se fue a vivir provisionalmente con su única hija en un hotelucho.

Y el tema duró tres días, al término de los cuales Ximena despertó con dolor de cabeza y bastante mareada.

De hecho lo último que recordaba era haber tomado un vaso de gaseosa.

Una vez se pudo levantar y aquietó su jaqueca, vió una carta sobre la cama. En ella su madre le pedía perdón, le decía que ahora era responsable de lo que le ocurriera y que había decidido renunciar a ser su madre.

Ximena abandonó el hotel con la ropa que llevaba puesta y una pequeña maleta, además de sus útiles del colegio: el resto del equipaje lo retuvieron porque la señora se había ido sin pagar. De todo ésto ya había pasado una semana, la misma que se convirtieron en sus peores vacaciones.

Y esto era lo que le estaba contando a A.J.

–¿Cómo hiciste cuando te diste cuenta que tu mamá se había ido? ¿ Dónde dormiste?

–La primera noche dormí en un parque –explicó ella–. Luego conseguí que me prestaran un teléfono y llamé a una amiga: me quedé en su casa de Chorrillos hasta ayer. Hoy me alojaré provisionalmente en la casa de Rita. Sólo hasta que consiga algo.

A.J. se veía algo contrariado:

–Pienso que deberías conseguir algo cuanto antes, Xime.

–Lo sé. La señora que era mi mamá siempre decía que la visita y el cadáver a los tres días empiezan a apestar.

Fiel a su estilo parco, él no le preguntó si extrañaba a la señora que era su mamá: Ximena nunca más se refirió a ella como "mamá".

–Por lo cual me quedaré un par de días allí. Luego iré a la casa de alguna otra amiga: eso es lo bueno de tener varias.

Le contó que su amiga de Chorrillos tenía muchos contactos y le dijo que podía conseguirle un buen trabajo. De hecho ya había colocado a un par de chicas.

–¿Qué tipo de trabajo?

Ximena volvió a hacer el mohín de que no tenía mayor importancia.

–Lavar, cocinar, cuidar bebés: ésas cosas que nadie quiere hacer. Cuando cobre mi primer sueldo, te invito una salchipapa.

–De acuerdo, pero sin crema de aceitunas.

Tal vez pudieron haber profundizado en el tema, pero no hubo oportunidad. Ése mismo día Morgana terminó con su novio más duradero y, cosas que uno jamás se explica, se refugió en A.J.

Fue bastante curioso, y el acercamiento de ambos surgió desde que a Morgana la cambiaran de sitio: en el colegio tercero de secundaria tenía carpetas dobles. Ximena y A.J. se sentaban juntos desde el inicio por una cuestión netamente de apellidos: entre Fernández y Ninahuamán no habían más alumnos.

De ésa manera pasaron los primeros meses y, cuando más se afianzaba la confianza mutua entre Ximena y A.J., cambiaron a ésta por Morgana.

–Ximena –dijo la profesora Soria, tutora del salón, en voz alta–: tienes muy buenas notas mientras que Morgana las ha bajado considerablemente. Cámbiense de sitio.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora