JULIO

1 1 0
                                    

Mujeres locas hay muchas, pero dementes... Huyan de ésas.

–Cesc dice que quiere disculparse –me dijo Windy, sonriente mientras señalaba a su enamorado.

Me sentía medio raro: ¿el sujeto que me amenazó, que quiso revisar mi celular y que además negó todo eso venía a disculparse? Supongo que no habrá nada de malo, o tal vez quiero creer que no hay nada de malo.

–¿Y por qué no me llamó? Sé que lo bloqueé de mis redes, pero pudiste darle mi número.

–Porque quiso venir, pues. Éso habla muy bien de Cesc, ¿no crees?

Éste, que durante nuestro pequeño diálogo había permanecido en silencio, intervino:

–Sé que no me porté muy bien, por eso es que vengo para hacer las paces.

–Ya veo, aunque no era necesario: tengo que cenar, pudiste haber llamado.

–Éstas cosas se resuelven de forma directa, maestro. Yo lo siento mucho, creo que me porté muy mal y la verdad espero que a partir de ahora no tengamos problemas.

Convengo mentalmente en que me parece justo. Adicionalmente creo que no es mala idea ponerle punto final a mi interés por Windy. Como siempre me decía Steven, debo aprender a no buscarme problemas.

Sin embargo, cómo puede variar unas cuantas palabras el curso de todo lo que uno decide.

–Por supuesto, todo esto se vio impulsado por la forma como se portaban, pero ya fue.

Cuando dijo éso, me di cuenta de que era añadido suyo: todo lo anterior era un guión ensayado. Si el guión se lo había dado Windy o lo había ensayado él, era algo que me importaba muy poco.

Aunque por la expresión de sorpresa de Windy, me di cuenta de que ella poco o nada había tenido que ver.

¿O quizás le contrarió el hecho de que se saliera del libreto que ella había preparado? Por unos instantes me la imaginé diciéndole: "luego le dices espero que a partir de ahora no tengamos problemas, y ya: le das la mano, le pides disculpas y se acabó".

–Así que, discúlpame.

–No.

Cesc pestañea. Si es que se sorprende, no creo que lo deje salir a la superficie.

–¿No?

–No. No puedes simplemente hacer como que no ocurrió nada, más aún cuando se nota a un kilómetro que no eres sincero, que lo estás haciendo sólo por quedar bien.

–Estoy siendo sincero –dice, casi llegando al grito–. ¿Por qué crees que he venido?

–Porque quieres quedar bien –digo, y luego miro a Windy–. O tal vez te obligaron.

Ella no se dio por aludida:

–Cesc, es la verdad: no se nota que seas sincero. De hecho, yo misma me he dado cuenta.

Y para que Windy Rutherford se dé cuenta de algo, tiene que ser demasiado obvio.

–Yo vine para arreglar las cosas y éste tipo dice que no es cierto. ¿Qué quiere? ¿Qué me ponga de rodillas?

Pensándolo bien, también quiero que use babero.

–Es sólo que tienes que ser sincero.

–A ver, maestro –empieza a tratar de hilar fino, pero lo interrumpo.

–No soy tu maestro. ¿O quieres que te diga alumno? Tengo nombre, por si no lo sabes.

–Cierto, se llama Julio.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora