JULIO

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El tema Violetta felizmente se resolvió en poco tiempo: el viejo de Jhonny encargó el tema a sus abogados y la niña, por el momento, estaba alojada en una casa de emergencia con otras niñas hasta que le asignaran un puericultorio o una casa de acogida.

Bueno, lo siguiente es nuevo.

Beatriz había cumplido más que yo. De hecho, casi todos los chivos que teníamos eran netamente mérito suyo.

–Entonces dejan sus celulares con el volumen alto, para que me puedan abrir la puerta, sabandijas.

–¿No sería mejor que avisaras a qué hora llegas? –me pregunta por tercera vez A.J.

–No: podría demorar más.

En realidad había calculado que debía estar en Magdalena a las diez de la noche, tocaría hasta las doce y media y debía estar en el Vaxi como a éso de la una.

Pero a veces el agasajado o un familiar cercano exigía una hora más de show, y entonces te pagaban para asegurarte y pues dinero extra no le cae mal a nadie.

Me siguieron hacia la arboleda, mientras ponía la escalera contra el muro que rodea la villa universitaria.

–La dejan puesta, nomás. Yo llamo desde afuera y me abren la puerta.

Una de las grandes ventajas del Vaxi en seguridad era, ironías de la vida, su talón de Aquiles en lo mismo.

En efecto: a las diez de la noche estaba prohibido ingresar a ninguno de los edificios aún teniendo llave magnética; pero no se prohibía que se abriera desde adentro. Había alarmas, pero sólo funcionaban en un sólo sentido.

También habían sensores en las ventanas, pero curiosamente por piso sólo un cuarto tenía acceso a los circuitos correspondientes para todos los cuartos: esa suerte no había caído en nosotros y no estábamos para suplicarle a nadie.

Subo las escaleras mientras mis amigos me ayudan con mi guitarra. Luego me descuelgo del árbol, me lanzan mi guitarra y pego una pequeña carrera hasta la tienda de la esquina del frente, a donde solicité que el taxi me recogiera.

–Buenas, soy Julio.

–¿Qué tal? Suba. ¿No prefiere que la guitarra vaya en la maletera?

–Claro que no –protesto, pero de inmediato cambio de humor puesto que tengo que recoger a Beatriz. El cajonero llegará sólo.

Pasamos por la estación Canadá, y allí está ella. Noto que está usando zapatos de taco, porque se ve más alta.

–Bea, súbete –le digo, abriendo la puerta de mi lado derecho.

–Buenas noches. Hola, Julio. Te veo elegante.

–Tú no estás mal, la verdad –le respondo, interrumpiendo el saludo del chofer–. ¿Habrá comida?

Su papá le había conseguido el contrato. Conoció a un empresario de transportes en una fiesta y éste quería celebrar las bodas de oro de sus padres: el señor Falcón le preguntó si deseaba un conjunto de música criolla y ya después lo demás cayó por su propio peso.

–No lo creo, así que trataremos de conseguir barras energéticas y galletas. No tuviste problemas para tirar contra, por lo que veo.

–Pues no, pero le encargué a Jhonny y a A.J. para que estén atentos a mi retorno.

Llegamos bien, cuando el cajonero Aldo ya nos esperaba.

Aldo era un egresado del Vaxi que, curiosamente, no estaba ejerciendo. Trabajaba en una tienda de electrodomésticos y no parecía nada frustrado: de hecho se le veía contento.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora