A.J.

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Tercero de secundaria inició para el 1020 con un cambio bastante curioso.

Al margen de los demás, A.J. fue separado de sus amigos Coco y Lucho, los cuales permanecieron en la E.

Estaría en la A, junto a Ximena y Morgana. Y ése sería el punto de partida de su amistad con las chicas en general.

Es que en realidad en el colegio ya habían barajado la posibilidad de que fuera a la sección A: era inteligente, conseguía el primer puesto sin esfuerzo y sabía compaginar muy bien sus estudios con el taller de guitarra que dictaba la profesora Marina Cornejo.

Y de hecho fue ésta la que sugirió al consejo directivo pasar al chico a la sección primera.

–Ahora seremos enemigos, cabezón –le dijo Coco–. Pobre de tí que juegues fútbol contra nosotros.

La verdad a A.J. eso no se le había pasado por la cabeza.

Lo cierto es que le perdió el gusto a los deportes no bien inició el año. Durante los dos primeros años se había dedicado a jugar al fútbol con sus amigos y, aunque lo hacía bastante mal, nunca era dejado de lado.

–Al menos estorba –le decía George a Luchito cuando escogían a su equipo y quedaban pocas opciones.

A.J. conocía sólo a Ximena, con la que hablaba muy de vez en cuando. Y a Morgana, por supuesto: pero si con la primera hablaba poco, con la segunda menos después del beso.

Fue justo después de la actuación por el día de la madre que tanto Lucho como Coco abandonaron sus respectivos sobrenombres: se dieron cuenta que A.J. y su guitarra eran imanes de chicas, y empezaron a juntarse en los recreos para cantar y atraerlas.

–Dale ésa que les vacila: donde cantan puros chicos.

Se trataba de la única balada que había sacado un conocido grupo de cumbia. A.J. captaba con bastante facilidad los tonos y sabía cómo hacerlos aun más interesantes merced a los libros de teoría musical que sustraía de la biblioteca de su padre.

Un día una de las chicas de la sección E anunció que celebraría su cumpleaños, e invitó a todo el grado.

–¿Van a ir? –preguntó Lucho a sus amigos.

–Es por Villa María del Triunfo –comentó George–, o sea por samputa.

El grupo de chicos se rió.

–La vaina es ir de sport elegante: es una fiesta de quince años.

–¿Tanto dura esa huevada? –preguntó Coco, lo cual hizo que el grupo lanzara una nueva risotada.

–¿Qué es sport elegante? –preguntó A.J. mientras mordisqueaba las hojas de una planta para disimular el olor a tabaco.

–Estás en nada, cabezón –le dijo George paternalmente–: es como que elegante pero no tan elegante, como que con ropa de calle pero no tanta. Explícale tú a éste huevas tristes, Coco.

Y Coco les explicó a todos que el estilo era semi formal, y que si podían llevar corbata sería mejor.

–Yo no tengo corbata –dijo Lucho, pero Coco salió al rescate.

–Mi jato es la que está más cerca y el gil de mi vieja tiene un huevo de corbatas: es notario y su trabajo le exige. Vamos a mi jato y si les falta corbata les saco una.

–Sácate ésta, pues.

Llegó el día de la fiesta un sábado particularmente cálido. Mientras el dueño del punto de encuentro iba por una corbata para Lucho y pomada negra para los zapatos de A.J., sus visitantes jugaban con el perro del barrio.

Un ensueño de felicidad - Antes de las nueve IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora