[SEGUNDA PARTE DE ROJO SANGRE]
Anna Hooper siempre ha deseado tener una vida normal, sin tanto lío ni dolores de cabeza.
Esto poco a poco se estaba haciendo posible para ella.
Sin embargo, no puede sentirse feliz y no entiende por qué.
Tiene lo que...
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Con algo de cansancio terminé de poner la última percha de ropa en mi armario, me había llevado mucho tiempo terminar de arreglar mis cosas debido al extraño incidente sufrido el dia anterior.
Luego de eso mamá me había obligado a descansar. Aún seguía preocupada por ello y hasta quiso llevarme al hospital para un chequeo de rutina, pero me negué.
No era necesario porque... Tampoco era la primera vez que me ocurría y hasta ahora, nada malo me había pasado por ello.
Miré hacia la cama soltando un suspiro y saqué de la ultima caja una bolsa donde había guardado aquella chaqueta que ese desconocido me había cedido.
La tomé y palmé la textura de cuero. Debía ser costosa.
Revisé los bolsillos algo distraída mientras pensaba en si alguna vez podría devolversela, cuando mi dedo chocó con algo metálico.
Fruncí el ceño y lo extraje. Era un anillo plateado y lizo, uno que... Había visto antes. Estaba segura que sí.
Entonces aquella punzada volvió, me frustré e intenté regular mi respiración mientras mis ojos se nublaban y la imagen de una mano masculina aparecía y se esfumaba. Tenía... El anillo en su dedo pulgar.
—Siempre lo usaba ahí...—jadeé y me cubrí los oídos gimiendo de dolor, la punzada se intensificaba, era como tener una planta de sonido con interferencia en tu cabeza—¡aaah!—me incliné hacia adelante, doblándome de dolor. Deslicé mis dedos con fuerza entre mis cabellos, quería que parara.
Entre lágrimas que me nublaban la vista miré hacia la ventana, desde ahí pude ver a una persona con capucha en la acera contraria a la de mi casa, mirando hacia mi ventana.
La punzada amenazó con reventarme los oídos y grité con todas mis fuerzas, sin llegar a escucharme a mi misma. Aquella persona desde su lugar sonrió hacia mi, solo podía ver de la nariz para abajo.
Retrocedí y choqué con la pared, aturdida palpé la misma y encontré la puerta, por la que salí corriendo a trompicones.
En las escaleras tropecé y tuve que sujetarme de las barandas débilmente para evitar caerme, todo a mi alrededor se movía como en cámara lenta. Enfoqué la salida y trastabillando corrí hacia esta.
Un aire helado se golpeó contra mi, la oscuridad se cernía en la calles poco iluminadas. Salí de la casa, mis pies tocaron un charco y miré hacia abajo, donde estos se hallaban pisando algo espeso y oscuro que provenía de un camino largo de este mismo líquido.
Temblé, las lágrimas bajaron de mis ojos y aterrizaron sobre la sangre a mis pies, que siguiendo el rastro provenían de alguien a pocos metros de mi.
Alguien con pies descalzos manchados y lastimados, mis ojos inundados subieron por la silueta de aquellas desnudas y ensangrentadas piernas hasta chocar con los bordes rasgados de un vestido que alguna vez fue de un color oliva.