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Una esbelta mujer de cabellos rojizos caminaba silenciosa por un iluminado claro que acababa de descubrir donde crecían hermosas rosas de distintos colores

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Una esbelta mujer de cabellos rojizos caminaba silenciosa por un iluminado claro que acababa de descubrir donde crecían hermosas rosas de distintos colores. Las acarició con la yema de sus dedos, sonriendo con tranquilidad, el trinar de las aves le causaban una euforia que no se comparaba al mar de sentimientos que pasaban por su cabeza cuando estaba en la ciudad, rodeada de tráfico y ruidos.

El sol en su punto más alto le bañó el rostro blanco mientras se sentaba en una roca junto a un matorral de rosas rojas y escuchó los pequeños pasos acelerados aproximándose. Una sonrisa se formó en sus labios rosados al enfocar una replica de si misma, más chiquita, corriendo hacia ella con un ramo grande flores que a cada paso se les iba cayendo algunos pétalos.

—¡Mami! ¡mami!—exclamaba la niña con una sonrisa de oreja a oreja, la mujer la cargó y la subió sobre su regazo, pellizcándole las mejillas sucias y sonrojadas.

—¿Por qué te ensuciaste, bebé? dile a mamá quién te dió chocolate—la reprendió con cariño frotandole las manchas cafés de la piel de su rostro.

—Es un secreto—susurró la niña con una sonrisita traviesa, la madre le hizo un puchero jugueteando con los mechones rojos de su hijita a sabiendas de que había sido su padre quien le había cumplido el capricho.

—¿Entonces no le dirás nada a mami?—la pequeña negó sacudiendo su cabeza.

—¡Pero esto es para ti!—le dijo emocionada extendiéndole el ramo de rosas—yo misma las corté para dartelas.

La adulta sonrió tomandolas.

—No debiste hacerlo, sabes que tienen espinas que pueden lastimar tus manitas—comentó revisando la piel de su niña, sorprendentemente ilesa.

—Papá dice que esa es la defensa de las rosas y que al igual como ellas, yo debo imponer mis propias espinas para evitar que me lastimen—la madre miró a la niña inocente con una sonrisa de tristeza.

—Asi es, mi amor—la abrazó con los ojos cristalizados—lastimosamente en este mundo, se necesita tener espinas para eludir el dolor que otros te causen—suspiró pesarosa—asi que no tengas miedo de dejarlas crecer.

Abrí los ojos de golpe, la luz se filtraba por unas largas cortinas de tela azul oscuro, el silencio me rodeaba y entonces fruncí el ceño.

¿Dónde estaba? intenté voltear mi cuerpo para mirar hacia otro lado sin embargo me frené en seco al sentir una punzada en mi columna, inmovilizándome. Apreté los párpados siseando, podía sentir que me hallaba empapada en sudor, y que todo mi cuerpo empezaba a dolerme conforme mi mente volvía a la realidad.

Jadeé recordando el sueño que acababa de tener y relajé mi cuerpo al sentirme un poco más tranquila, aún así sabía que debía moverme, necesitaba buscarlo y estar segura de que no estaba del todo loca. Necesitaba una explicación que me ayudara a asimilar el lío en el que se había convertido mi cabeza.

Ross [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora