[SEGUNDA PARTE DE ROJO SANGRE]
Anna Hooper siempre ha deseado tener una vida normal, sin tanto lío ni dolores de cabeza.
Esto poco a poco se estaba haciendo posible para ella.
Sin embargo, no puede sentirse feliz y no entiende por qué.
Tiene lo que...
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La fría brisa rozó mis mejillas mientras sacaba mi cabeza por una pequeña apertura de la tienda de campaña, mirando a todos lados dudosa y curiosa al mismo tiempo.
Era difícil imaginar que alguien estuviera merodeando por ahí solo por diversión, pero nunca se sabía. Los adolescentes eran impredecibles.
Además de que me aliviaría saber que eran adolescentes hormonales y no animales salvajes o... Algún fantasma.
No era muy creyente de eso, aun así, podía ser posible. Estaba en un bosque después de todo.
Resoplé en voz baja al no ver nada extraño, la luna parecia estar en lo alto, y brillaba con instensidad haciendo más fácil el trabajo de avistar cualquier cosa que estuviera haciendo ruido.
Bajo aquella luz todo se veía gris y mis cabellos incluso se veían de un color distinto, estuve a punto de meterme de nuevo a dormir, hasta que algo brillante llamó mi atención a unos metros de mi lugar, tirado en el suelo entre las hojas secas.
Fruncí el ceño y entrecerré los ojos para tratar de discernir de qué se trataba, al no tener éxito me armé de valor y caminé con pies descalzos sintiendo la tierra y la hierba hacerme cosquillas entre los dedos.
Frente al artefacto, me agaché y retiré las hojas que casi lo ocultaban en su totalidad, descubriendo un enigmático dige en forma de flor—parecido a una rosa— de color plateado que en el centro resaltaba una piedrira brillante, al alzarlo en vilo, la delgada cadenita atada a este se balanceó de un lado a otro.
Entonces me estremecí, mis ojos se oscurecieron, mi respiración se volvió casi nula y me tambaleé aún en cunclillas con mis oídos pitando insistentemente.
Lo único que podía ver era la borrosa imagen de una mujer de cabellos rojos corriendo bajo el resplandeciente sol de verano que iluminaba el gran campo de rosas que ella recorría casi en camara lenta en mi cabeza. Una pequeña iba tras ella, como un eco ensordecedor escuchaba las risas de ambas, la mujer en un instante extendió su mano hacia la misma aún corriendo.
La niña intento alcanzarla... Pero no pudo.
Un punzante dolor me atravesó la cabeza y el pecho, mis ojos se cristalizaron.
Me sostuve la cabeza con ambas manos, siseando aturdida al tiempo que ahora aparecía la imagen difusa de un hombre a espaldas antes de que este me mirara sobre su hombro y su rostro fuera visible al fin, unos ojos azules brillando como el neón, con una mirada impasible.
Temblé abriendo los ojos de golpe, las lágrimas mojando mis mejillas mientras aún estaba agachada, luego mil escenarios aparecieron en mi cabeza que no lograba divisar con claridad, mis oidos pitaron sin poder procesar nada, mis ojos se nublaban, de pronto ya no podía respirar...
—Vaya, vaya...—di un respingo ante la voz a mis espaldas y me erguí con la vista desenfocada y el dolor taladrando mis sienes, la sombra de alguien más a unos metros de mi era visible, era un hombre alto, vestido de negro, la luz de la luna reflejaba sobre sus cabellos rubios... Sentí de pronto como si un flash me cegara y cerré los ojos de golpe, apretando los párpados con fuerza.