II

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Hanabi

Odio la escuela. Eso no es normal, todos los adolescentes lo hacemos. Preferimos pasar las horas con amigos o en casa antes de estar con el culo plantado en una silla escuchando a mayores hablar de temas que probablemente no nos interesen. Sin embargo cuando vives una vida de encierro, donde tus únicos destinos son el supermercado y la casa de un vecino empiezas a extrañar un poco el ambiente del instituto. Claro, ese sería mi caso sí mis compañeros no fueran unos cabrones de mierda.

Tengo sobrepeso, siempre lo tuve y por más que intente bajar esos kilos de más se me hace imposible a la hora de la práctica. Debido a esto tengo varias consecuencias, como la falta de aire, la baja resistencia, dolor en todo el cuerpo, etc. Si a eso le sumamos mi estado mental, deteriorado por comentarios ajenos, se podría decir que estoy más muerta que viva en este punto.

Soy inteligente, quizás la única cualidad que adquirí de mi madre y en secreto se lo agradezco. Puedo aprender por mí sola, no me hacen falta profesores para más nada que aclarar las dos o tres dudas que tengo cuando devoro enormes libros de texto y hago apuntes limpios y exactos. Era esa la razón por la que, cada año, el director o directora del instituto y mi madre se reunían, firmando contratos almacenados en folios donde claramente aceptaban mi ausencia durante casi todo el curso escolar. Para tener permiso de realizar los exámenes finales solo es necesario que me presente el 30% del curso. Siempre voy los últimos días, para cuando los grupos ya están formados y sé que a nadie le parecería una persona digna para entablar una conversación.

Siempre había sido así y me terminé acostumbrando, pero dentro de mi ser extrañaba pasar tiempo de adolescente, salir con mis amigas a bailar sin preocuparme por lo que piensen los demás. ¿Por qué las personas ven tan necesario opinar sobre algo que nadie preguntó?

Ahora, por ejemplo, ando batallando con el uniforme de mi preparatoria, intentando meter toda mi grasa en este tal cual gyoza. Agrego un corto short de lycra al conjunto pues es terriblemente doloroso e incómodo cuando mis muslos rozan entre sí. He llegado a tener quemaduras por eso. Cuando logro que tanto mi barriga como mis tetas queden dentro de la camisa del uniforme agarro la mochila que previamente preparé para por fin irme.

Hoy tenía las peores clases, pero no puedo faltar esta vez, hay un examen de biología que cuenta casi el 40% de la nota final. Me coloco mis audífonos y le doy aleatorio en mi galería. Eso era lo único que me mantiene alejada de las miradas que todos me dan o al menos así se siente.

Vivo en un edificio simple, tanto en fachada como en interiores, pero estaba relativamente cerca del centro de Shibuya y el camino a la escuela se me hace corto por esta razón. No hablo con nadie, no miro a nadie. Diría que mis ojos están fijos en mis pies, pero siendo realista ni siquiera los veo, mis senos se meten en el camino. Siento mi hombro chocar con alguien, un rubio casi de mi tamaño que puedo clasificar como adorable nada más ver su rostro, pero no me detengo a analizarlo mucho. Me disculpo bajito, casi intimidada por simplemente compartir espacio y sigo caminando como tortuguita hasta mi clase.

Según el tutor de este año mi asiento es el último de la primera fila, dando al pasillo y al lado de la puerta. Ese puesto nadie lo quería, es el más incómodo tanto para ver el pizarrón como por la extrema atención que recae en ti cuando las personas pasan, pero era mi castigo por no venir nunca a clases. La presencia de alguien justo en el centro del salón me cohíbe aún más, pero ni pienso en acercarme. Un corto buenos días por educación es más que suficiente y no estoy segura sobre si me escuchó o me ignoró arbitrariamente.

Sin nada más que agregar y rezando porque llegue rápido la hora de regresar a mi caverna saco de mi bolsa la carpeta en la que todos los contenidos a dar este año están resumidos. Con algo de suerte lograré aclarar mis dudas rápido y no tendré que prestar atención a nada más.

Esperando a que el horario lectivo empezase, dibujé algunos muñecos amorfos en la última página de mi cuaderno. No le prestaba atención a nada o más bien me forzaba a ignorar las miradas y los comentarios que lanzaban hacia mi persona. No todos eran crueles, muchos sí, pero no todos. Algunos se preguntaban por quién era y hasta escuché que se preguntaron si me había cambiado de escuela, a veces me hacían sonreír, pero siempre destacaban aquellos mensajes de odio indiscriminado. Que si ahora las ballenas pueden venir a la escuela, que si no me daba vergüenza venir tan apretada a clases (como si existiera algún uniforme japonés de mi talla), que si me veía como una hamburguesa grasienta, etc.

Por suerte el profesor de historia llegó rápido y me sacó de ese martirio. No me preguntó por mi presencia en el aula así que supuse que el director ya le comentó sobre mi situación y por lo que averigüé, el resto de maestros era igual. Nadie me cuestionó, se dedicaron únicamente a responderme cuando yo misma preguntaba algo y agradecía eso inmensamente. Odio llamar la atención.

El primer período terminó y el horario de almuerzo comenzó. Pensé en quedarme en el aula sola, viendo como todos se levantaban de sus asientos para irse a cualquier lado del instituto, pero la presencia resaltante de la única mujer que conoce mi estado llamó la atención.

-¡Hanabi!- emocionada, la chica teñida corrió hasta mis brazos y me rodeó por el cuello, restregando su mejilla contra la cabeza mi cabeza, despeinándola en el proceso. -La tía me dijo que venías hoy así que heme aquí.- comenta, tomando asiento en el puesto de delante y fijándose en la presencia de cierto dúo rubio-pelinegro. -¡Baji, Matsuno! No sabía que estaban en este misma clase.- no supe dónde mirar cuando noté las figuras de aquellos dos chicos acercándose a la mesa.

La cabellera azabache del más alto me resultaba atractiva, mientras que los colmillos relucientes que se notaron cuando sonrió me hicieron sentir intimidada. Era una mezcla rara, un aspecto salvaje e indomable que daba toda la sensación de protección. Ni siquiera lo conocía, pero sí era mi tipo, al menos en físico. Además, no me miró con asco, ni él ni el rubio que le acompañaba. Quizás, solo quizás, podría tener amigos nuevos.




No planeaba subir esto hoy, pero me sorprendió la popularidad que agarró de la nada XD. Si soy sincera no pensé que esto resultase interesante para alguien, pero me alegra saber que algunas personitas van a leer mi terapia para el manga(?

La historia será lo más feliz que pueda, sin muchos dramas pues quiero recuperar mi estabilidad emocional después del manga.

Una advertencia que creo que es muy obvia. Está historia contiene malas palabras y lemon, mucho de ambas y quiero ahorrarme comentarios incómodos hacia mi persona o hacia el OC. Estaré encantada de leerles si tienen alguna sugerencia/idea 💕

FattyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora