IV

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Hanabi

No, no, no, no, no, no, no… Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda… No paré de maldecir mi suerte en todo el camino hacia las canchas, sintiendo el nerviosismo y las ganas de llorar apuñalando mis ojos, que ya empezaban a arder. Con mi cabello los cubrí para que nadie los notara, pero estaba usando más fuerza de voluntad en aguantar las ganas de llorar que en mantenerlos ocultos. Matsuno-kun se acercó para preguntarme algo, probablemente sobre mi ánimo, pero justo nos encontramos con el profesor en la cancha.

Me cago en la reputísima madre que parió a mi suerte. Fue mi primer pensamiento nada más reconocer al profesor que nos daba esta horrorosa materia. ¡Ese viejo decrépito me odia! Ni idea de lo que le hice, pero siempre fue el primero en criticarme por mi físico en clases, en hacerme destacar, en ofenderme porque el uniforme de educación física me queda apretado (no existen tallas en Japón para mí, ¿vale?), etc.

¿Por qué no intentaba ponerse en mi lugar en vez de solo dignarse a decir que estoy como una puta ballena? ¿Es acaso tan difícil comprender que no estoy así por gusto? ¿Qué la ansiedad hace que me levante ochocientas veces de la cama o el sofá y como no salgo de casa el único sitio en el que acabo es la cocina? ¿Él acaso sabe cuántas noches dediqué a recordarme lo gorda que estoy? No, no lo sabe y ni siquiera se molesta en hacerlo.

Ese anciano (que le digo así, pero debe tener a lo mucho 50 años) odia el cómo apruebo siempre con notas que según él no merezco por no lograr completar los ejercicios. ¿Es que nunca supo que las personas con corazón valoran más el esfuerzo? Obvio que no, seguro no lo querían en casa y su mujer no se lo quiere follar porque la tiene corta. Por eso es su carácter de amargado.

Las chicas y los chicos se separaron en los vestuarios, vistiéndose con los uniformes deportivos y yo quise llorar cuando escuché risas detrás de mí una vez quité mi camisa. Ni siquiera sabía que si hablaban de mí o no, pero de alguna forma me sentía juzgada por millones de ojos invisibles que me criticarán nada más por respirar.

Salimos a la cancha y ahí empezó mi castigo. Fui testigo de los ojos de burla del profesor nada más ver mi cuerpo intentando ocultarse detrás de alguien y nada más como calentamiento nos mandó tres vueltas al terreno. Listo, terminé, me doy de baja de la vida. ¿Es que disfrutas verme sufrir diosito? Si es porque leí porno en la iglesia ya me disculpé por eso cuando casi me atropellas.

En fin, sufriendo mental y físicamente empezamos a correr, yo quedándome detrás de todos como siempre nada más empezar. Mis pasitos son lentos, aunque corra o vuele otros cuerpos van a adelantarse como motos en autopistas. Yo seguí a mi ritmo, lento pero un intento de seguro, mirando al suelo como pude para no tropezar con una piedra y terminar cayendo al suelo. Antes de ir por el tercio de la primera vuelta noté dos cuerpos pasar casi volando por al lado mío, sin percatarse de mi presencia y poco después al grupo (o al menos la mayoría) pasarme de largo, escuchando risas y aquello ya me dio una idea de mi aspecto general.

No era difícil imaginarme. La grasa rebotando, nalgas, muslos, barriga, tetas, brazos, etc. Seguro parecerán terremoto de grado siete, quizás nueve para las pobres hormiguitas del campo. Logré hacer la primera vuelta, más caminando que corriendo, pero lo logré. Aunque mi felicidad fue opacada por un ofensivo: sigue corriendo gorda, por parte del profesor.

Hundida en autodesprecio y las ganas de llorar (que reaparecen ahora con más fuerzas) seguí corriendo como pude, encogiéndome cuando los demás me volvieron a pasar. Era la última vuelta de ellos y la recién empezada segunda mía. Sentí pánico, sé lo que le viene al último, dos vueltas más como castigo por ¨no esforzarse en ir más rápido¨ y sé que si daba más vueltas lloraría o me desmayaría, quizás las dos al mismo tiempo.

FattyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora