Capítulo 4

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Gabriel estaba reclinado en su sillón, observando al equipo de limpieza realizar su labor con meticulosidad. Los camareros reabastecían las cámaras de frío, y reponían material en las baldas. Otros hacían caja, y preparaban las valijas para entregar en la oficina. A medio día él se encargaría de revisarlas y de hacer los ingresos en el banco. Pero ahora, su atención estaba centrada en que apareciera lo imposible. Ya eran casi las seis de la mañana, más tarde de lo normal para todos ellos. Pero hasta el momento, no se había dado por vencido. Javier entró en la oficina, dejando la puerta abierta, como era costumbre cuando el local estaba vacío.

-           Nada. Han revisado centímetro a centímetro todo el local. Hemos encontrado cuatro teléfonos móviles, dos juegos de llaves, una cartera, seis barras de labios, y un montón de preservativos usados, pero una medalla no.-

-           Bueno, no podemos hacer más. ¿Te apetece algo fuerte?.-

-           Un trago de Patrón.-

Gabriel sonrió, Javier tenía auténtica predilección por el tequila bueno. Y pensándolo mejor, él necesitaba algo diferente. Marcó la extensión de la barra, y pidió un par de tragos.

-           Puede que me esté metiendo donde no me llaman, pero ¿no te parece algo exagerado todo esto por un polvo?.-

Gabriel apretó la mandíbula e inspiró profundamente antes de responder.

-           Tienes razón, te estás metiendo donde no te llaman.-

Javier alzó las manos en señal de rendición.

-           Entonces no digo más. Es solo que no pareces el de siempre.-

-           ¿Porqué lo dices?.-

-           Vamos hombre. ¿Poner patas arriba todo el local por una baratija?. Tú no haces esas cosas.-

-           No, en eso tienes razón.-

-           Ella no es cómo las demás.-

-           ¿A qué te refieres?.-

¿Se había dado cuenta también de eso?. Jimena no era como el resto de las mujeres con las que había confraternizado, no pertenecían a la misma clase social.

-           No es una mercenaria, no tienes nada que pueda querer de ti.-

-           ¿Desde cuándo te has vuelto tan profundo?.-

-           Reconócelo, con algunas, el encanto no es suficiente. Y tú estás perdiendo facultades. Te haces viejo y estás muy trillado.-

-           ¡Viejo!. Tengo 28 años. Estoy en la flor de la vida.-

-           Bebe y olvida. O bebe y asúmelo.-

Unos golpecitos en la puerta les interrumpió.

-           Ah, pasa Beca. Te esperábamos ansiosos.-

La aludida caminó con elasticidad hasta ellos, con la bandeja bien alta. Al llegar a su altura, deslizó la reluciente superficie hasta debajo de su pecho, y empezó a descargar su valiosa mercancía sobre la mesa. Gabriel tomó su mano antes de que se alejara.

-           ¿Puedo hacerte una pregunta?.-

Ella sonrió con fingida inocencia.

-           ¿Tú también piensas que estoy viejo y trillado?.-

Gabriel la miraba a los ojos, buscando cautivarla con su mirada, su voz, y el tacto de sus dedos acariciadores sobre la sensible piel de la muñeca, justo debajo de su pulsera de la suerte, un lugar protegido, hasta ese momento.

-           Yo creo que estás estupendo.-

Gabriel volvió la vista hacia Javier, y sonrió con petulancia.

-           Ves, ella piensa que todavía tengo mucho que ofrecer.-

Beca retiró su mano, y un destello dorado llamó la atención de Gabriel. Por instinto, aferró la mano de Beca, y con una sonrisa, estudió los pequeños colgantes de su dorada pulsera.

-           Bonita pulsera. ¿Qué son todas esas cosas que cuelgan?.

-           Trozos de suerte.-

-           Interesante.-

Calmadamente, Gabriel comenzó a repasar uno a uno las pequeñas figuras que colgaban aleatoriamente de la gruesa cadena. Sabía que era llevar demasiado lejos la seducción, sabía que la pobre chica estaría fantaseando con él durante días. Pero había bebido lo suficiente como para que eso no le importara. Necesitaba sentirse de nuevo poderoso, saber que podía hacer que sus bragas se mojaran. Sus dedos se clavaron en la tierna carne de la muchacha, cuando reconoció uno de aquellos abalorios.

-           Javier, ¿les dijiste a todos lo que estábamos buscando?.-

Sintió el tirón de Beca al intentar apartar la mano, sabedora de que la habían descubierto.

-           Por supuesto.-

-           ¿Les recordaste que todo lo que se encuentran en el local, debe entregarse a seguridad?.-

-           Lo tienen muy claro. Está en su contrato. Es una falta grave.-

Con cuidado, Gabriel desabrochó la pulsera, y la tendió sobre la mesa. Gesto que no pasó desapercibido a Javier. Este se acercó y estudió el objeto.

-           No buscábamos una pulsera, ¿verdad?.-

Javier no había necesitado muchas pistas, para saber que Gabriel estaba convencido, de que aquella pieza de bisutería traería problemas a su portadora.

-           ¿Tienes algo que decir?.-

Beca sintió la mirada glacial de su jefe sobre ella, y tuvo que tragar el gemido asustado que pugnaba por escapar de su boca. Gabriel era el sueño de todas las hembras que lo conocían, sus ojos prometían el paraíso, pero ahora había en ellos algo totalmente diferente. Ahora entendía lo que había oído a algunos compañeros. "El implacable" le llamaban, y ahora lo comprendía. Sus ojos no le prometían el paraíso, le advertían que estaba en las puertas del infierno. Un leve empujoncito, y estaría dentro. No podía decir nada, sabía que ni él era tonto, ni se dejaría engatusar.

Gabriel entendió su silencio. Con destreza, soltó la pieza dorada que había reconocido, y le tendió de nuevo la pulsera a su dueña.

-           Ve a terminar tu trabajo. Javier te acompañará. Recoge tus cosas y vuelves por el despacho para recoger tu liquidación.-

Beca asintió. Javier no necesitó ninguna orden, le conocía demasiado bien. Caminó detrás de la muchacha y supervisó cada uno de sus pasos, hasta que abandonó finalmente el local.

Gabriel estudió la delicada pieza que reposaba en sus dedos. El trabajo era exquisito, refinado, propio de un encargo a un artesano experimentado. Algo así llevaba grabado a fuego el afecto de quien hizo el encargo. Nadie en su sano juicio se desprendería de una pieza así. La manufactura no era reciente, conocía los trabajos actuales, y este al menos tendría unos 30 ó 40 años, por lo menos. "Vintage", le había dicho ella. Sí, podría ajustarse a esa palabra. "IN NOBIS PERFECTA EST", recordaba lo suficiente de su época de estudiante como para reconocer alguna palabra en latín. Había buscado su significado en la primera oportunidad que tuvo de escaparse a su despacho. "La perfección está en nosotros". Una frase curiosa. Y si la unías a la imagen del anverso, el símbolo del hombre perfecto, sólo podía significar una cosa, la perfección era una máxima a alcanzar para la persona que mandó acuñar aquella medalla, y debería significarlo para la persona que la recibió. Jimena no debía haber sido la receptora original, ¿sería pues una especie de legado familiar?, tal vez, de ahí el apego que le tenía a la pieza. Seguramente le fue entregada cuando ella alcanzó esa perfección. Porque tenía que reconocerlo, todo en ella había sido pulido para acercarla a una exquisita y elegante imagen perfecta.

Gabriel apuró el resto de whisky de su vaso, y sacó el móvil de su bolsillo. Escribió el mensaje al tiempo que una sonrisa arrogante se dibujaba en su cara. Ella volvería a él, y esta vez, él tenía la mano que le haría ganar la partida.

Un ángel de alas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora