Capítulo 32

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Jimena caminaba entre los invitados con el nerviosismo bien disimulado. Era experta en hacer creer a los demás que estaba en su ambiente, ocupada, pero en total control de la situación. Sus ojos lo registraban todo, anotando mentalmente los canapés que debían ser reabastecidos, los vasos que había que retirar, y las caras de la gente cuando probaban la comida. Pero su atención se quedó clavada en un grupo que no debía estar allí. Enderezó la espalda, y su rostro se congeló con esa expresión de "no siento nada".

- Hola Jimena.-

- Tíos, Zulema, Damián.-

- Has montado un local muy bonito.-

- Eso pretendía.-

- Casi nos perdemos la inauguración, si no es por mi amiga Marcela, que me avisó de que era hoy, no nos abríamos enterado. Seguro que la invitación se perdió en el correo.-

La mencionada serpiente apareció mostrando su falsa sonrisa. Pero Jimena no la tenía miedo, y tampoco sintió ningún tipo de gratitud que debiese devolver. Así que no tuvo ningún remordimiento cuando empezó a hablar.

- La invitación no se perdió porque no envié ninguna. Ni a vosotros, ni a ella.-

- Pero que falta de respeto no invitar a tu familia, querida. Eso no lo hace una sobrina agradecida, que ha disfrutado de su hospitalidad.-

- Primero, los asuntos que yo tenga con mi familia, no te incumben. Y segundo, esta es una fiesta privada sólo para clientes, y tu nunca has sido invitada, ni a la fiesta  ni a ser cliente, así que "TODOS" van a recibir la única invitación que se merecen, y es a abandonar este local.-

Jimena alzó la mirada e hizo un gesto hacia un miembro del equipo de seguridad contratado para esa noche. Al principio no había creído que fuera necesario, pero Gabriel le hizo ver que la presencia de mucha gente importante, requería ese tipo de contingencias. Y ahora, visto lo ocurrido, agradecía enormemente el haber tomado en cuenta a su sugerencia. El hombre asintió, y se dirigió hacia ella, mientras sus ojos estudiaban la escena. Tocó el auricular en su oreja y murmuró algunas palabras mientras se acercaba con cautela.

- A mí nunca me han echado de ningún sitio, niñata consentida.-

- Señor, si me acompaña.-

- ¡No te atrevas a tocarme!.-

- Cállate Emilio, estás montando una escena.-

- Papá, la gente nos está mirando.-

- Emilio, vámonos.-

Los ojos de Emilio prometían sangre, pero acató la orden de su mujer. Helena avanzó hacia la salida, con una falsa sonrisa en su cara, como si aquella salida fuera lo más normal del mundo, y estuviese planeada con antelación. Nadie mancharía su máscara de respetabilidad. Zulema y Damián los seguían; ella con la vista baja, y él con la mandíbula tensa, ambos en silencio.

- Señora, ¿le importaría acompañarme?.-

Marcela retiró con brusquedad el brazo, que el de seguridad le había tomado gentilmente.

- ¡Suélteme!, no tiene ni idea de quién soy yo.-

- Señora.-

- A mí no me importa montar un espectáculo.-

Jimena vio el desafío en su mirada. No, ella no tenía miedo a montar una escena, es más, quería que lo hicieran. Seguramente la noticia era algo que buscaba, algo con lo que manchar la puesta en marcha del nuevo negocio de Jimena. Pero Marcela no tenía ni idea de contra quién se enfrentaba. Detrás de ella, Jimena atisbó la presencia de una persona que sería su apoyo en aquella batalla.

- Marcela, tu presencia aquí me incomoda a mí, y a mis invitados, por lo que te pido educadamente que abandones el local. El no estar invitada debería haber sido suficiente motivo para que no vinieras.-

- Yo pensé que estábamos invitados.-

La insegura voz del esposo de Marcela se adelantó a la réplica ce ella.

- Señor Casalls, usted siempre será bien recibido en este establecimiento, pero no puedo extender la invitación a su esposa. La última vez que coincidí con ella me insultó, por lo que entenderá que no sea una presencia bien recibida.-

- Señora, tiene que abandonar el local.-

- Pagarás por esto, zorra.-

Jimena alzó una ceja y miró el rostro pálido del marido de Marcela.

- Creo que todos hemos entendido eso como una amenaza, ¿no es así señor Casalls?.-

- Discúlpanos Jimena, mi esposa y yo nos retiramos.-

El hombre tomó a su mujer del brazo, y comenzó a arrastrarla hacia la salida. Pero el rostro enrojecido de Marcela daba una pista clara de que no se iba a callar.

- Tú y tu forma de hablar retorcidamente refinada... Nunca lo conseguirás, puta.-

Casalls dio un fuerte tirón a su mujer, y la susurró algo entre dientes. Después, ella lo siguió sin volver a abrir la boca, aunque no por ello lo hizo contenta. Jimena notó el sutil acercamiento de una periodista, y sonrió para sus adentros, iba a rematar a aquella perra rabiosa. Con premeditada delicadeza, acercó sus dedos al corazón que pendía de su cuello, y lo acarició con aparente distracción mientras decía.

- Hay quién no sabe aceptar la derrota.-

Jimena se volvió hacia sus invitados, y retomó su papel de perfecta anfitriona.


Un ángel de alas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora