Capítulo 5

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Jimena repasó de nuevo su maquillaje. Había conseguido disimular muy bien las ojeras bajo sus ojos. Y es que no había podido dormir mucho aquella noche. Primero por el disgusto de haber perdido el único recuerdo que la unía aún a su madre, y después por saber que podía recuperarlo, pero que estaba en las manos de aquel hombre. Tendría que volver a verlo, y había suplicado en sus oraciones no tener que hacerlo. Por un lado estaba feliz, y por el otro, asustada. Aquel tipo pediría un rescate que seguramente ella no consideraría aceptable. Tenía grabada en la memoria todos los detalles de Gabriel, y todos eran claras pistas de que él era peligroso. Era una persona que había jugado demasiado, y sin límite de apuesta, un jugador experto en un juego en el que ella preferiría seguir sin participar. Pero era dura, podía hacerlo. Sólo tenía que alzar la barbilla y desafiarlo. Si le demostraba que estaba muy por encima de él, y de su estrato social, quizás lo intimidara o le disgustara lo suficiente como para mantenerlo apartado de ella.

Jimena deslizó la mano por la tela de su vestido, eliminando las pequeñas arrugas que el viaje en taxi le había dejado. Tomó aire, echó los hombros hacia atrás, y caminó con seguridad hacia la entrada del club. Los que estaban esperando en la cola, la miraban enfadados, pero ninguno se atrevió a decirle nada. Metió la mano en su pequeño bolso, y sacó la tarjeta roja. El portero la cogió y la pasó por un lector. Una pequeña luz verde se encendió, y el corpulento muro humano la flanqueó el paso al interior del local.

Gabriel supo que había entrado en el local, en el mismo momento que su tarjeta pasó por el lector. Una alarma directa a su teléfono lo avisó, y no pudo evitar que la comisura de su boca se elevara. El otro jugador acababa de llegar, era hora de empezar la partida. Con los dedos acarició la pequeña bolsita de terciopelo, que guardaba en el bolsillo del pantalón. Los dados habían girado en su favor, ahora le tocaba a él mover la ficha correcta. El toc, toc en la puerta lo sacó de sus pensamientos, cuando abrió la puerta, ella estaba allí. Ella pasó dentro del despacho, y el cerró la puerta, protegiéndoles del ruido exterior.

-           Lo encontraste.-

-           No fue fácil.-

Gabriel sacó la pequeña bolsa y deslizó el contenido en su palma. Los ojos de Jimena brillaron por primera vez ese día. Ya no solo era una esperanza, era real. Alzó sus ojos hacia él, esperando el precio de aquello. Deslizó la mano hacia la medalla, y él la retiró de su alcance como esperaba.

-           Permíteme.-

Jimena no esperaba aquella reacción. Gabriel se había situado a su espalda y manipulaba el cierre de la cadena. Un par de minutos después, la medalla se deslizaba de nuevo sobre su piel. La mirada inquisidora de Jimena se posó sobre los ojos de Gabriel. Él escuchó la silenciosa pregunta.

-           ¿Creías que te pediría algo a cambio?.-

-           Aún lo espero.- Gabriel levantó uno de los lados de su boca.

-           No es mi estilo.-

-           ¿No vas a pedirme nada, ni siquiera que tome una copa contigo?.-

-           Si lo haces, será porque tú quieras. No porque te chantajee con ello.-

-           Vaya, me sorprendes.-

-           No me conoces lo suficiente como para juzgarme.-

-           Tienes razón, te pido disculpas.-

-           Ahora eres tú la que me sorprende a mí.-

-           ¿Por qué?.-

-           Porque he cometido el mismo error que tú.-

Jimena sonrió con ganas por primera vez.

-           Espero no romper  mi buena imagen, pero de verdad me gustaría invitarte a cenar.-

-           De acuerdo.-

-           ¿Así, tan fácil?.-

-           Puedo presentar más resistencia si te sientes defraudado.-

-           Eh, no. Tan solo me esperaba algo más de reticencia por tu parte.-

-           Si te ponen las difíciles, siento no ser tu tipo.-

-           Si respondo a eso acabaré en un lío, da igual lo que diga.- Jimena dejó escapar una risita. El tipo tenía experiencia, mucha experiencia lidiando con mujeres, no había duda.

-           Así que, ¿Cuándo tenías pensado llevarme a cenar?.-

-           No me has dado tiempo ni en pensarlo. ¿A ti cuando te viene bien?.-

-           Yo tengo hambre ahora.-

-           Bien, con eso puedo trabajar. Dame un minuto.-

Cogió su teléfono y marcó un número de la memoria. Después de una corta conversación, volvió a ella.

-           Tenemos una mesa esperando, espero que te guste la comida italiana.-

-           Me gusta.-

-           Bien, entonces vamos. Nos pediré un taxi.-

Mientras caminaban entre la gente, Jimena notaba la cálida mano de Gabriel apoyada delicadamente en su espalda, mientras lo escuchaba dar algunas instrucciones a través de su teléfono.

-           Todo listo, jefe.-

Javier esperaba en la puerta, agarrando una de sus muñecas, manteniendo esa pose marcial que intimidaba a más de uno. Pero fracasaba totalmente en disimular la socarronería en su sonrisa.

-           Quedas al mando Javier. Si se descontrola demasiado ya sabes cómo localizarme.-

-           Si, jefe.-

-           ¡Gabriel!.-

El aludido giró el rostro hacia la voz que le reclamaba. Su hermano Daniel se acercaba a paso rápido hacia él.

-           ¿Vienes a tomar algo con tus amigos?.-

-           Esperaba que nos dejaras un reservado.-

-           Díselo a Javier, él te llevará.-

-           Gracias.-

-           Lo que sea. –

-           Ah, ¿pensaste lo del sábado que viene?.-

-           Ya te diré algo.-

Gabriel no pudo pasar por alto el ceño arrugado en el rostro de Daniel cuando vio a Jimena. No es que tuviese que dar explicaciones al benjamín de la familia por sus citas, pero aquella actitud lo extrañó.

Un ángel de alas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora