Capítulo 14

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Jimena odiaba Londres, y no, no era por que hubiese tenido malas experiencias en aquella ciudad. En realidad, tenía que reconocer que no tenía una gran razón para odiarla, salvo que él vivía allí. Robert Jacob Fitz-James Stuart, el duque, su abuelo.

- Srta. Corona, la estábamos esperando.-

Sí, podía jurar que sí. En aquel bufete de abogados tenían un trato especial con ella, de eso se había encargado, años atrás, su tía abuela Maggie. Margaret Fizt- James, la primera repudiada, la primera rebelde. Ella no aceptó la vida de pasiva sumisión a la que estaban obligadas las mujeres de la familia. No, ella corrió lejos de aquella familia, y logró no sólo sobrevivir, sino triunfar. Su imperio abarcaba desde la industria perfumista, con la que comenzó, hasta la cosmética y la moda. Decir su nombre en París, no solo te garantizaba que te abrieran las puertas, sino que te hicieran una reverencia al hacerlo. Pues bien, la querida Maggie,la había llevado a aquel bufete, el más rancio y con más prestigio de todo Gran Bretaña, y había firmado los papeles que la convertían en su única e irrefutable heredera. A su muerte, Jimena heredaría una de las mayores fortunas de todo Francia. Pero sabía que no lo había hecho por garantizar su futuro, no, Maggie además de genio, era una lista maquinadora. Uno no llega a dirigir un imperio como el suyo, sin tener una mente retorcida. Maggie quería que todo Gran Bretaña supiera quién era Jimena, una Fitz-James de linaje, y sobre todo, con más poder detrás de ella del que tenía su propio abuelo.

- Espero que no nos lleve mucho tiempo. Saben que soy una persona muy ocupada.-

- Por supuesto.-

Cuando atravesó la puerta de la sala de conferencias, el rostro de la persona que más odiaba, estaba parado frente a ella. No pudo evitar apretar la mandíbula, era eso, o lanzarse sobre él y arrancarle los ojos. Pero había aprendido a comportarse, no porque fuera una Fitz-James, sino porque al abuelo le repateaba que ella fuese más perfecta que él.

- Me alegro de verte, Jimena. Te veo muy bien.-

- Señor. No sabía que tuviésemos asuntos en común.-

- Si me permite, el duque está aquí por el mismo motivo que usted, señora. La Organización Médicos sin Fronteras, nos ha solicitado su permiso para usar su nombre en la próxima gala. Desean hacer un homenaje a aquellos que cayeron prestando sus servicios, y como parientes más cercanos, les corresponde a ustedes el recoger la mención honorífica.-

- Sé que tienes tu vida en España, así que si lo deseas recogeré la mención en tu lugar.-

- ¡No!.-

La palabra sonó cortante incluso a sus propios oídos, pero es que de ninguna manera permitiría que ese hombre se mezclara con la memoria de su madre.

- Yo personalmente recogeré el galardón.-

- Muy bien, Srta. Corona. Entonces le traeré la documentación para que la verifique.-

El asistente salió de la habitación, dejando a nieta y abuelo a solas. Para Jimena era demasiado obvio lo que había ocurrido. El viejo había usado sus influencias para forzar aquel encuentro, y había orquestado el que les dejaran a solas, seguramente por un buen rato.

- No contestaste a mis llamadas.-

- Porque no tenía nada que hablar contigo.-

- Tienes el más genio de Los Fit-James. No lo puedes negar.-

- Menos mal que se suavizó con el buen corazón de los Corona.-

- No seas hipócrita, se que la familia de tu padre os dio la espalda cuando él murió.-

- Bueno, tu lo hiciste antes de eso, así que no tienes nada que reprochar.-

- Le ofrecía ayuda a tu madre, pero la rechazó.-

- Le dijiste que volviese a Londres y se casara con el novio que la asignasteis de adolescente. Eso no es ofrecerle ayuda, eso era venderla.-

El hombre endureció su expresión, al tiempo que el color rojo invadía su rostro.

- Le ofrecí la oportunidad de volver a ocupar el puesto que la correspondía.-

- No, duque, le ofreciste ocupar su sitio en la foto en la que ella nunca quiso aparecer.-

- Tu tampoco tienes conciencia de lo que implica la grandeza de un Fizt-James.-

- ¿Grandeza?. No me hagas reír. Los Fizt-James perdieron su grandeza cuando perdieron su orgullo. Después se perdió el honor y la moral.-

Tuche, ahí le había dolido al viejo. De todos era sabido, el punto de degradación que había alcanzado su perfecta familia. Su tío, Eduard acató las órdenes de su padre, y se casó con una pusilánime heredera, que si bien aportó dinero a las arcas familiares, su apellido era un bajo escalón de la sociedad, pero aceptable por su parentesco nobiliario y los contactos políticos que le llevaron a un escaño parlamentario. El tío Eduard, tuvo que dejar el escaño después de los escándalos por corrupción en los que se vio envuelto. De aquel matrimonio habían nacido dos hijos, Jacob y Amber. Jacob se licenció en derecho, y trababa en un bufete de Londres, pero sus excesos con el alcohol, las drogas y las mujeres, estaban en la prensa todas las semanas. Igual que su hermana, asidua de las páginas amarillas, y no de sociedad, como deseaba su abuelo. Toda aquella mala prensa derivó en una trombosis, que lo postró en una silla de ruedas. No, que el abuelo volviese los ojos hacia Jimena era todo un plan para recuperar el prestigio de la familia. Ella tenía ahora una buena reputación, un nombre famoso a nivel internacional tras su aparición en la prensa especializada. El abuelo quería prestigio, pero ella no se lo iba a dar. Renunció a ella el mismo día que repudió a su madre. El mismo día que rompió los lazos que la ataban a aquella falsa familia.

- No te permito...-

- No, soy yo la que no lo hace. Mi madre murió no siendo tu hija, y así va a seguir siendo. Soy la albacea de su legado, y no permitiré que tu nombre se mezcle con el suyo.-

Jimena salió de la sala, caminó al despacho del asistente y mostró su expresión más dura.

- Envíenle la documentación a mi abogado en España. Y que sea la última vez que fuerzan un encuentro con ese señor. De lo contrario, liquidaré toda actividad con su bufete, salvo la demanda que interpondré contra ustedes. ¿Ha quedado claro?.-

El hombre tragó saliva, mientras miraba nervioso hacia la sala de reuniones.

- Perfectamente, Srta. Corona. Le prometo que no volverá a ocurrir.-

- Estoy segura de que no.-

Jimenagiró sobre sus talones y ni siquiera volvió a mirar hacia la sala, donde elruido de la goma de las ruedas, advertía que el duque salía de la habitación


Un ángel de alas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora