Capítulo 18

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Emilio entró en casa con el humor tan negro como una nube de tormenta. Ya le habían advertido de que Gabriel jugaba duro, pero el cabrón había dado vuelta al puñetero contrato. Había jugado con ellos, y encima habían tenido que plagarse a sus condiciones. Era aceptar, o fracasar de todas maneras, así que habían firmado.

Cuando entró en el salón, encontró a Zulema mirando por el gran ventanal.

- ¿Qué haces aquí sola, mi niña?.-

Ella no se giró para contestar. Su cara estaba fruncida, enojada con la persona a la que lanzaba invisibles dardos envenenados.

- ¿Tú crees que yo valgo menos que ella, papi?.-

- Por supuesto que no, mi niña. ¿Por qué dices eso?.-

- Es que no entiendo que ven en ella los hombres.-

Emilio entendió enseguida lo que pasaba allí. Su pequeña había puesto los ojos en Gabriel, cosa que no le gustaba un pelo. Y él no solo la había rechazado, sino que tenía algo con su sobrina Jimena. Tenía que cortar con aquello de raíz. Gabriel no era más que un mal necesario, y que lo ahorcasen si permitía que ese trepador se mezclara con su familia, aunque fuese esa rara de Jimena. Tenía que dejarle bien claro a esa sanguijuela que si quería seguir viviendo en su casa, tenía que acatar sus reglas, y la más importante era cumplir con sus directrices, entre las que ahora se encontraba mantener a Gabriel fuera de su casa.

- Gabriel no es más que un mujeriego, mi niña. Él se tira a cualquier cosa que lleve faldas. Tú vales más que eso.-

La besó en la frente, y se dirigió a la terraza, donde Jimena estaba recostada en una silla leyendo. Había llegado el momento de dejarle bien claro a esa inútil que en su casa mandaba él.

- Hola Jimena.-

- Tío Emilio.

Jimena recostó el e-book sobre su regazo y se dispuso a escuchar. La expresión de Emilio decía mucho más de lo que necesitaba saber.

- Verás, te hemos recibido en esta casa con los brazos abiertos, y no te reprochamos el que vivas con nosotros sin reportar nada a la familia, pero a cambio, te pedimos que cumplas las reglas de esta casa.-

- ¿Y qué regla me he saltado?.-

- Las mujeres de esta familia no se acuestan con hombres si no están casadas con ellos.-

- Y según tú, ¿con quién me estoy acostando yo?.-

- No hace falta que finjas, sé que ese Gabriel y tu tenéis un lío.-

- Ah, es eso.-

- Entiendo que no has tenido unos padres que te inculcaran la decencia y saber estar de una mujer de nuestra clase social, por eso no voy a ser duro contigo. Pero espero que a partir de ahora, hagas lo posible para que tu conducta sea intachable.-

- Quieres que deje de verle.-

- Espero que actúes como la mujer que se espera que seas.-

- Por supuesto.-

- Entonces, ¿estamos de acuerdo?.-

- No traeré a tu casa malas habladurías, Tío Emilio.-

- Perfecto.-

Le dio una condescendiente palmada en el muslo, y se alejó de allí.

Jimena miró por unos minutos hacia el horizonte, pensando sobre lo que acababa de pasar. Cuando tomó una decisión, soltó el aire pesadamente, recogió sus cosas y se fue a su habitación. Cuando estuvo allí, abrió el armario y sacó su maleta. En menos de media hora, todas sus cosas estaban recogidas, y ella estaba lista para salir de aquella casa.

El taxi llegó a la entrada, y una intrigada Helena se acercó a la entrada para verificar a quién había venido a recoger. Al ver la maleta de Jimena y a esta revisando su teléfono junto a la puerta, su corazón se puso a latir desbocado. No, su trofeo dorado no podía irse, todavía no.

- Jimena, cariño, no me habías avisado que te ibas.-

- Gracias por tu hospitalidad, tía Helena.-

Le besó en la mejilla y empezó a arrastrar su maleta hacia el taxi. El conductor corrió hacia ella para ayudarla, y servicialmente cargó el enorme bulto en el coche.

- Suena como si te fueras para siempre.-

- Sólo he aceptado la sugerencia del tío Emilio.-

- Pero...-

- Volveremos a vernos.-

Emilio llegó al lado de su confundida esposa mientras Jimena subía al taxi y cerraba la puerta.

- ¿Tú le has dicho que se vaya?.-

- Sólo le dije que no quería fulanas en mi casa.-

- Ella no es una fulana.-

- Tiene un lío con un mal hombre.-

- ¿Y eso que importa?.-

- No permitiré que traiga una mancha así a esta familia. Si quiere irse, que se vaya.-

- ¿Manchas a esta familia?. Trabajas con gente que ha estado en la prensa por estafadores, subcontratas tus obras con empresas que explotan a sus trabajadores, tienes una mantenida, y aún así, ¿te atreves a decir que ella trae manchas a esta familia?.-

- ¿Qué... ¿.-

- ¿Crees que me chupo el dedo?. Que te consienta tener una amante no quiere decir que me guste, pero al menos no tengo que soportarte en la cama. Y lo de los otros, me da igual, mientras sigas trayendo dinero a casa.-

- O sea, que mientras mantenga esta fachada de gente bien, tus fiestas, tus reuniones sociales, a ti te da igual lo que yo haga.-

- De la misma manera que a ti te da igual lo que haga yo, mientras sea la perfecta esposa.-

- Haces que me pregunte por qué no estamos divorciados.-

- Muy fácil, querido, porque mis amistades te abren las puertas que necesitas para tus negocios. –

- ¿Me estás chantajeando?.-

- Sólo te estoy advirtiendo. Tengo una imagen, una reputación y una posición a la que no estoy dispuesta a renunciar. Tú sólo tienes dinero y un nombre como empresario, y cada vez te queda menos de ambas cosas. Jimena es mi carta de presentación a una categoría a la que tú nunca podrás llegar, y a la que tengo toda la intención de pertenecer. Si quieres arrimarte a mi sombra y aprovecharte de ello, es lo que mejor sabes hacer, y sabes que lo necesitas. Así que no me jodas los planes, metiéndote en mis asuntos.-

Helena se giró, caminando lejos de él. Pero a Emilio aún le quedaba ese pequeño orgullo masculino, un extracto del gen dominante que le arrastraba a controlar todo y a todos los de su familia.

- ¿A dónde vas a hora?.-

- A intentar arreglar el desastre que has provocado.-

Un ángel de alas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora