Capítulo 9

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Jimena repasó cada plato con la hoja de barquillo verde en él, las rosas de manzana acaban de salir del horno. Así que posicionó el helado a su costado, y con rápida eficiencia sacó y colocó las rosas de sus moldes a los platos. Después, acomodó con delicadeza cada pequeña bolita de helado en cada hoja, y vigiló la última tanda de camareros que empezó a llevarse su creación. Sólo un plato quedó sobre la encimera, y los ojos del personal se posaron sobre  él. La organizadora, se paró frente a ella.

-          Sobra uno.-

-          Lo sé. –

No era una sorpresa. Era el suyo. A lo largo de toda la comida, había sobrado un plato de cada elaboración, y ese era el que tendría que haber ocupado el asiento vacío en la mesa, que debía estar ocupando por Jimena. Pero no lo hizo. Porque Jimena era de las que buscaba la perfección en sus platos, y para conseguirla, había que controlar cada paso y cada tiempo, desde que mezclaba los ingredientes, hasta que se servía en la mesa. No la había importado no estar allí sentada con el resto de los invitados, es más, lo prefería, así no tendría que ser exhibida como un trofeo. Su tía Helena quería presumir de sobrina, pues bien, lo haría, pero sin ella delante.

Del resto de los platos, había picoteado, apreciando el trabajo de los cocineros del servicio de catering. Pero aquel era su plato, su creación. Sabía lo que encontraría. El aroma, su aspecto, todo la adelantaba el sabor que tendría cada parte en su boca.

-          ¿No vas a comer de este?.-

Podía sentir la necesidad de probarlo de la mujer. El aspecto la había enamorado, y el olor... el olor estaba haciendo que salivara desde que salió la primera rosa del horno.

-          Es todo tuyo.-

Le acercó el plato, deslizándolo sobre la encimera de granito. La mujer tenía el tenedor en alto antes de que parase delante de ella. No vaciló, atacó la rosa y metió un trozo en su boca. Pudo escuchar el gemido, apreció el movimiento de su boca mientras lo movía dentro, el movimiento de su lengua cuando trago. El deleite en sus ojos cuando la miró.

-          Es... sublime.-

-          Aún no lo has terminado.-

La mujer se precipitó con ansia sobre el helado, pero Jimena no se quedó para observarla disfrutar. Salió de la cocina mientras se retiraba el delantal. Su labor allí había terminado. Disfrutaba creando y cocinando, pero odiaba la presión de servir a tanta gente y que todos los platos fueran perfectos al llegar a ellos.

Cuando salió de la cocina, se encontró con una alta figura esperándola.

-          Al final he probado uno de tus postres.-

-          Bien por ti, ahora podrás presumir de ello.-

Pasó a su salo sin detenerse.

-          ¿Porqué lo haces?.-

-          ¿Cocinar?, me gusta.-

-          Ya sabes a lo que me refiero, y no es cocinar.-

-          ¿No te entiendo?.-

-          Asustas a la gente para que no quiera acercase a ti, te escondes detrás de una fachada fría y esnob  que no te gusta ni a ti misma.-

Jimena se detuvo en seco. Él había visto más de lo que debería.

-          No sé de qué estás hablando. Yo soy así.-

-          No, no lo eres. Pero si quieres seguir fingiendo, por mi está bien.-

-          Entonces aclarado.- Comenzó a caminar de nuevo.

-          Sólo quería invitarte a dar un paseo, y tal vez tomar un helado. Conozco una pequeña heladería donde aún confeccionan sus propios helados de manera artesanal.-

Gabriel sonrió internamente, sabía que una persona con su deseo de perfeccionarse, no podría dejar escapar una oportunidad como aquella. Jimena había detenido su paso, y se había girado  un poco hacia él.

-          ¿Artesanal dices?.-

-          Es un negocio familiar, que ha pasado de generación en generación desde hace más de 60 años. Quizás podríamos convencerles de que nos enseñaran la trastienda.-

-          Está bien.-

-          ¿Quedamos aquí en 15 minutos?.-

-          Que sean 20.-

-          De acuerdo.-

Jimena enfiló las escaleras hacia su habitación, pensando en la ropa que iba a ponerse. No es que fuera necesario tener buen aspecto para ir a comer un helado, pero quería estar guapa. Una ducha, un retoque y estaría lista para salir de allí.

Gabriel se dirigió hacia el exterior, hacia el lugar donde sabía que encontraría a sus dos objetivos. A su hermano,  para decirle que le parecía bien que se quedara con Damián esa tarde-noche, y a Emilio para recoger el dosier que no necesitaba, porque tenía toda la información que precisaba, pero que recogería para evitar que lo persiguiera cuando saliese de aquella casa con Jimena del brazo.

Un ángel de alas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora