Jimena sintió una mano cálida envolver sus ateridos dedos. No necesitó volverse para saber que el cuerpo caliente a su espalda, era el de Gabriel.
- ¿Estás bien?.-
- Mientras pueda seguir haciéndole frente, estaré bien.-
- Hacerlo solo es agotador, lo sé. Pero ahora no necesitas hacerlo. Estoy aquí para lo que necesites.-
Jimena se volvió, quería mirarle a los ojos, porque necesitaba comprobar si lo que decía era verdad, o sólo otra mentira condicionada.
- No necesito nada, ni a nadie. Puedo hacerlo sola.-
- También lo sé. Pero... no quiero que lo hagas.-
- ¿Qué buscas a cambio?.-
- ¿Tanto daño te han hecho?.-
Los dedos de Gabriel se deslizaron sobre su mejilla, con miedo de tocar aquella frágil porcelana, como si fuera a resquebrajarse bajo el más mínimo roce.
- No voy a decírtelo.-
- No hace falta, conozco el resultado.-
- ¿Qué te ocurrió a ti?.-
- Digamos que la vida me obligó a crecer demasiado rápido, cuando era demasiado joven.-
- Eso también me sirve.-
- Somos distintos zapatos para un mismo pié.-
- Eso podría haber salido de mi boca.-
- Todo se pega.-
- ¿Nos vamos?.-
- ¿Quieres hacerlo?.-
- Yo ya he terminado aquí.-
- Aún podríamos tirarle una copa de vino encima de su blanca camisa. O, pincharle las ruedas de su silla, o...-
- Ya vale, no puedo reírme así dentro de este vestido.-
- Entonces tendré que quitártelo.-
Jimena se puso seria, y le miró fijamente, sintiendo como sus dilatadas pupilas habían dejado de brillar con diversión, para hacerlo por otra cosa más... primitiva.
- Si cruzas esa puerta, todo cambiará.-
- Eso espero.-
Gabriel no esperó una respuesta, tomó su boca con la sed de quien ha estado privado de agua durante días. Ya nada lo detendría, iba a encadenarla a él si tenía que hacerlo, porque no iba a dejarla escapar. Sabía que la había encontrado, a ella, la mitad que suavizaría sus aristas, que llenaría sus vacíos, la que necesitaba para recomponerse a sí mismo. Alguien que no necesitaba ser cuidado, pero que deseaba proteger.
No supo cuanto tiempo estuvieron allí, pero no importó. Cuando Gabriel sintió su ansia saciada, que no su hambre, la cogió de la mano, y la arrastró hacia la salida. Tenían una larga noche por delante, y un lugar público no era lo apropiado para todo lo que necesitaba hacer. Sí, con cualquier otra, habría apaciguado su lujuria con un "polvo" rápido en algún lugar semi escondido. Pero con Jimena eso no sería suficiente, porque sabía de antemano que uno era demasiado poco, porque quería hacerla gritar su nombre tan alto y tantas veces, que llamarían la atención de todo ser con oídos a un kilómetro de distancia, y no quería contenerse, ni que ella se contuviera. Iba a hacerlo tan malditamente especial, que a ella no le quedara ninguna duda de que era única, que era mucho más que cualquier otra, y sobre todo, que no quedase ninguna parte de su cuerpo que no se sintiera complacida. Él era bueno en eso, lo sabía, pero esta vez era diferente, y por segunda vez en su vida, volvía a sentir que era un adolescente ante su primera vez, porque sabía, que cuando le entregara todo, ella podría ver más allá, más adentro de su alma de lo que nunca nadie había podido. Y tenía miedo, miedo de lo que viera no le gustara, o que no fuese suficiente. Pero si merecía correr el riesgo por alguien, esa era Jimena, su Jimena.
Cuando la tuvo a su merced en su habitación del hotel, empezó a despojarla de la ropa con tanta delicadeza, como si deshojara una rosa. Inhalando y besando cada parte de ella que quedaba al descubierto. No había desenfreno, era descubrimiento. Gabriel había reprimido sus ganas durante tanto tiempo, que necesitaba hacerlo despacio, para no perderse nada. Quería memorizar cada trozo de piel, cada suspiro, cada gemido, cada aroma, cada sabor. Grabarlo en sus recuerdos tan profundamente, que nada ni nadie pudiese borrarlos jamás.
Jimena fue su diosa para adorar, su manjar para saborear, su todo y más. Podría haber existido un antes, pero ya no había espacio para un después, ella era su final, su destino, no había más.
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Un ángel de alas negras
RomanceLa madre de Jimena la dio todo el amor, la protegió, pero solo pudo hacerlo hasta que un desconocido se llevó su vida. A los 14 años, se vio acosada por una familia que la rechazaba por falta de "pedigrí". Nadie la ayudó, hasta que llegó su tía abue...