Capítulo 21

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Gabriel cruzó los brazos sobre el pecho, sintiéndose orgulloso de ella. Allí arriba, brillando en su elegante traje de noche, ella era la llama que atraía a las polillas. Imposible resistirse a su magnetismo. Cuando ella comenzó a hablar, en su correcto inglés, el silencio se hizo en la enorme sala. Daba gracias a la televisión por satélite y a las interminables clases de inglés que se obligó a tomar, si no, no habría podido seguir su discurso con la fluidez necesaria para percibir todos los detalles.

- Estamos aquí reunidos, para homenajear a aquellos que perdieron su vida ayudando a los demás. Mi madre, Elisabeth Fitz-James Stuart fue una de ellas. Un extremista islámico se llevó su vida, junto con las de otros 36 voluntarios y cooperantes. Fue en una ciudad cuyo nombre me niego a volver a pronunciar, y si lo hiciera, seguramente lo expresaría de forma incorrecta. Mi madre pertenecía a "Médicos sin fronteras", y cada año, dedicaba su mes de vacaciones a ayudar a personas que necesitaban sus conocimientos y tiempo. Cada vez que iba a esos lugares, casi siempre conflictivos, yo también sufría, porque no sabía si volvería a verla otra vez, porque no sabía si regresaría entera, y sobre todo, porque ese tiempo que regalaba a aquellos extraños, era tiempo que me robaba a mí. Ese tiempo que mi madre debería haber pasado a mi lado, no solo era una falta para ella, sino para mí. Sí, era egoísta entonces, y lo sigo siendo. Ellos me robaron a mi madre en más de un sentido. Pero no solo he llegado a aceptarlo, sino a comprenderlo. Ella creía que ayudar a quienes sufren, a aquellos que lo pasan mal, era una manera de compensar la maldad que consume este mundo. Para ella no era suficiente con aportar dinero a una causa noble, ella necesitaba implicarse más, y así lo hizo. Conocía los riesgos a los que se exponía, y sabía que no todos querían su ayuda, pero muchos la necesitaban, y eso era suficiente. Ella y mi padre se conocieron en una misión humanitaria, en otro lugar, muchos años antes. Y doy gracias por ello, porque se conocieron, se enamoraron, y por causa de ello, hoy esto aquí.- se escucharon algunas sonrisas de fondo.- Mi padre perdió la vida 12 años antes, en una misión de la O.T.A.N. . Su equipo escoltaba a un grupo de refugiados, cuando los llevaban a un campamento seguro. Una bomba oculta en la carretera hizo volar por los aires su vehículo. Murieron 3 miembros de su equipo, y otros 5 resultaron con heridas graves. – Jimena hizo una pausa para tragar el nudo que se formaba en su garganta.- Ambos perdieron la vida ayudando a otros. Conocían los riesgos, y aún así, decidieron que valía la pena. Pero no son los únicos. Ahora mismo, cientos de personas, tal vez miles, están sacrificando el tiempo con sus familias, para entregarlo a desconocidos. Se adentran en territorio hostil tendiendo la mano a quien los necesite, a riesgo de sus vidas. Ellos son mucho más que personas, son ángeles que se entregan a los demás. Estoy segura de que no solo ellos dos, sino todos aquellos que perdieron la vida en las mismas circunstancias, nos observan desde el cielo, batiendo sus alas blancas sobre nuestras cabezas.– Hizo un pausa para tomar aire.- No llenemos el cielo con más ángeles, no esperemos a que mueran para reconocer su esfuerzo, su valor, su sacrificio, su entrega. Apoyémoslos, protejámoslos. Seamos más egoístas, no queremos que obtengan sus alas blancas. Los queremos a nuestro lado, aunque sus alas sean simplemente negras. Porque los ángeles de alas negras son los que caminan a nuestro lado, ángeles que cuidad de los demás, pero que aún no han entregado su vida por el por el prójimo. Facilitemos su trabajo tanto y de la manera que sea posible. Evitemos ceremonias como esta, en las que tan solo podemos recordarles. Hagamos todo lo que sea posible para que sigan vivos.-

Jimena dio un paso atrás y empezó a abandonar el atril del orador. Un silencio opresivo había paralizado la gran sala. Hasta que un tímido aplauso empezó a sonar desde algún lugar. Poco a poco, el resto de personas allí reunidas se unió, creando una sentida y abrumadora ovación. Pero Jimena ya no estaba allí para escucharlo. Ella no había pretendido sus aplausos, solo deseaba que el estirado y almidonado William Fitz-James Stuart recibiese su mensaje. Había perdido una hija, pero también había perdido un yerno y una nieta. Jimena no entraría nunca bajo su ala. Ella no lo aceptaba, no aceptaba lo que hizo con su madre, y no perdonaría. Era tarde para sus ruegos y súplicas. Que ahora estuviese sólo era por su propia culpa. Ella no tenía la compasión de su madre. Ella no era un ángel, y mucho menos para él.

Gabriel no quiso esperar más, ya había visto suficiente. Jimena no era de las que se plegaba a los deseos de un viejo clasista. Ella no era de las que se vendía por adquirir mejor posición o más dinero. Ella había escogido a sus padres, había escogido lo que su abuelo había repudiado. Y era perfecta. Si había dudado de que alguna vez encontraría a alguien por quien mereciera la pena cambiar, ya no lo recordaba. Ella era lo que necesitaba en su vida, alguien que no se dejara avasallar por "ellos", alguien con principios, alguien sin miedo a encararles, sin miedo a despertar su ira. Y que alguno se atreviese a alzarse contra ella, porque Gabriel lo destrozaría sin dudarlo un segundo.


Un ángel de alas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora