Capitulo 37

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Me despierto gritando.

Me incorporo sobre la cama alertada y sudando nerviosa. Alguien me agarra por detrás cuando intento salir de la cama para ir a reventarle la cabeza al cabrón de mi tío.

- ¡Suéltame! - grito tratando de zafarme de los brazos que me agarran de la cintura manteniéndome inmóvil. - ¡suéltame! - golpeo las manos que me sujetan como grilletes.

Mi carcelero me dice algo, pero mi mente no logra captar ni una de las palabras.

Grito con la esperanza de que alguien me ayude. Aun sigo en ese sueño. Atrapada.

Entonces los brazos que me retenían desaparecen, y yo salto de la cama con dirección a la puerta. Pero no llego a tocar el pomo. Antes alguien me agarra de la cintura y me da la vuelta. Mis ojos se encuentran con unos que creí que jamás volvería a ver. Oscuros y penetrantes, los reconozco enseguida y me quedo totalmente quieta al ver a Dan.

- ¿Dan? - pregunto con miedo a que sea un sueño - ¿eres tú?

Cojo su rostro entre mis manos y con lentitud miro directamente su cabeza, allí donde la bala le arrancó la tapa de los sesos.

- Estabas soñando. - su voz suena entrecortada, como si hubiera perdido el control de su cuerpo.

Miro hacia el suelo hacia nuestros pies desnudos y hundo mis dedos en la moqueta del suelo, intentando entender si de verdad no estoy soñando ahora.

''Crawling in my skin

These wounds, they will not heal

Fear is how I fall

Confusing what is real''

''Arrastrándose en mi piel

Esas heridas, no van a sanar

Gracias al miedo yo caigo

Confundiendo lo que es real''

Dan me agarra contra su pecho y me relajo por unos momentos, con mi pecho hinchándose fuertemente por la adrenalina que aun corre por mis venas, en parte por mi sueño en parte por haberme despertado alterada. Mi cabeza se encaja debajo de su barbilla y por fin me siento totalmente segura.

Dan es real.

Donde esté él será donde decida vivir, sea sueño o realidad.

Mi mundo está con él.

Porque él es mi mundo.

Las cosas habían cambiado desde que todo volvió a la ''normalidad''

Los ejércitos de Kane habían logrado rescatar a aproximadamente tres cuartos de los mutantes que los científicos mantenían retenidos. Y eso significaba que la base cobraba vida poco a poco, gente de todas las edades, se acumulaba todos los días en el comedor, en los pasillos y casi no había sitio para caminar por el jardín privado que había en el ático del rascacielos.

Los psicólogos especializados estaban todos los días atendiendo a gente, sus experiencias como mutantes eran tan horribles o más que las mías o las de mis amigos. Pero el problema de muchos era que se habían pasado toda su vida encarcelados como meros experimentos sin ningún tipo de utilidad, olvidados como simples caramelos que saben a café.

Te encontrabas gente por los pasillos de entre veinte y treinta años que te miraba con miedo, que andaba con las espaldas bajas y la desconfianza pintada en el rostro. Y sabias al momento por su manera de andar que eran mutantes, que eran como tú y que no había tantas diferencias entre los dos.
Agruparon a la gente según edades y buscaron actividades que pudieran entretener a toda la gente que poco a poco iba llegando a la base. Para los adultos había siempre sesiones de relajación.

¿Qué había sin embargo para los adolescentes y niños?

Claro, clases.

Era casi como una tortura tener que estar en un ''aula'' si es que se podía llamar asi. Era una habitación especializada para aprender a disparar. Y las cuarenta personas que componían mi clase nos sentábamos entre las cabinas de tiro y las dianas que se encontraban al lado opuesto de la puerta. Era una sensación de impotencia y te sentías acorralado, como si alguien fuera a matarte en cualquier momento.

Te sentías de nuevo bajo la mano de los científicos locos, bajo la mano de todas esas personas que jamás llegaste a ver pero que cambiaron tu vida. Y cada clase que dábamos en aquel lugar nos ponía a todos de los nervios.

Entendía un poco más cada día que estábamos en aquel lugar descontrolado que nadie puede llegar a conocer perfectamente a otra persona que no sea él mismo sin quererlo, amarlo. Los adultos y las autoridades de la base se esforzaban por hacer que los mutantes estuviéramos a gusto, como en casa, y sin embargo nos mantenían aquí dentro, en este rascacielos sin poder salir.

De cierta manera era como devolvernos al infierno blanco.

- Sabéis que yo no os obligo a venir a mis clases - nuestra profesora aquel día, era Laura. La psicóloga que me ayudo. Ella también miraba nerviosa a las paredes que se encontraban a nuestro alrededor, como un animal acorralado que intenta idear un plan para poder escapar. - y odio tanto como vosotros este sitio - sus ojos se posaron en los míos y sin quererlo sonreí. - podéis iros si queréis.

Nadie se levantó. Claro que no lo hicimos, lo único que hacíamos en clase era hablar, parecía más bien una terapia de grupo de alcohólicos anónimos que una clase para adolescentes. Pero todos lo necesitábamos, era agradable volver a sentir que pertenecías a algo y que formabas parte de ese algo. Al contrario de nuestra condición de antes: que pertenecíamos a alguien.

Las cosas cambian.

Las personas tambien.

Pero una cosa siempre permanece: el recuerdo de algo malo se ha esfumado, que nunca volverá, pero siempre, siempre estará alli.

Como una pesadilla que se arrastra y te recuerda donde estas, y por lo que has pasado. Que en realidad nunca desaparecera, pero que te hará mas fuerte.

Más resistente.

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