San Valentín

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El dolor no se iba, no importaba lo que hiciera o qué tanto esperará, había disminuido un poco pero no cesaba, aún veía todo borroso, difuso, y ya estaba enterrando sus uñas en su cuero cabelludo de la desesperación.

¡Era insoportable, maldición!

De repente, escuchó una voz llamándolo a la lejanía, pero no pudo reconocer quién era ni qué estaba diciendo, hasta que sintió como sacudían bruscamente sus hombros.

—¡Papá, escúchame! —Era su hija—. ¡Intenta pensar en otra cosa, haz operaciones matemáticas, inténtalo!

—¿Q-qué?... —Abrió los ojos, pero apenas podía distinguir su figura borrosa.

—Contéstame, dime cuánto es la distancia entre el sol y la tierra medida en metros dividida por el volumen del océano atlántico en kilómetros.

¿La distancia del sol y la tierra en metros? Oh, eso era casi ciento cincuenta mil millones… En cuanto al volumen del océano atlántico… unos ochenta y dos millones de kilómetros. Los números exactos eran más complicados pero los recordaba, y el dividirlos era asquerosamente complicado pero no imposible. Veamos…

—Mil ochocientos catorce —respondió, mirando hacia Tsukiku, ya pudiendo distinguirla mejor, lo suficiente para ver su sonrisa llena de alivio.

—Creo que tienes las medidas un poco erróneas, pero para el conocimiento de tu época está bien —le dijo con voz suave—. Ahora dime, ¿cuáles son las principales características del disprosio?

—Número atómico 66, símbolo Dy, periodo 6, bloque F, masa atómica 162,50. Es un metal de transición y una tierra rara perteneciente al grupo de los lantánidos… —Pestañeó, de repente pudiendo ver mucho mejor, con el dolor de cabeza ya casi inexistente.

Tsukiku agitó un cucharón frente a él y Senku la miró con ojos entrecerrados, notando que estaba usando un delantal manchado de harina y chocolate, aparte de que en vez de tener su cabello atado en dos coletas bajas solo usaba una coleta alta.

—¿Estabas… haciendo chocolate? —preguntó con curiosidad.

Ella rió por lo bajo, negando con la cabeza.

—Sí, eso hacía, pero salí de la cocina porque escuché que llegó… —Apretó los labios—. Olvídalo, ¿qué estás haciendo tú aquí?

—Me sentí mal y no quise hacer una escena. —Encogió los hombros, luchando por ponerse en pie—. ¿Cómo sabías que eso me calmaría? Resolver problemas y eso.

—Estoy estudiando sobre esto, para poder hacerme cargo de ti y echar a Maiko de una patada. —Bufó, guardando el cucharón en el bolsillo de su delantal y tendiéndole su mano para ayudarlo a erguirse—. Dudó que mamá me crea capaz aunque me prepare por meses, pero al menos podré vigilarla, supongo.

—Eso es… útil. —Asintió, llevando una mano a su frente y masajeando sus sienes. Apenas sentía una leve molestia ahora—. Ya me siento mucho mejor, tu consejo fue diez billones por ciento efectivo. —Rió, sorprendido—. Gracias. —Le sonrió.

—Intenta hacer eso cada vez que tengas un dolor de cabeza. Sea lo que sea que recuerdes, si el dolor se vuelve demasiado, intenta no pensar en eso y piensa en problemas matemáticos o intenta enumerar propiedades químicas. —Lo miró con preocupación.

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