Dejarse arrastrar

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A la mañana siguiente, Kohaku se fue a pocos minutos después del desayuno, dejándolo a cargo de los cuidados de su mocosa.

—Ah, unos amiguitos de la escuela la visitaran hoy —le dijo ya con un pie en la puerta—. No te preocupes, ellos son de total confianza y ya saben sobre tu situación, almorzaran con ella y yo vendré antes de que se vayan.

Senku asintió y Kohaku se marchó, a lo que él volvió rápidamente a la habitación de la mocosa. Ella volvió a dormirse después de desayunar.

Se sentó a su lado y volvió a comprobar su temperatura solo con el dorso de su mano. Aún tenía fiebre, aunque leve.

Esperó a que llegara la hora de darle su medicamento antes de despertarla, y después se pusieron a ver anime, aunque ella seguía cansada, mirando a la pantalla holográfica con ojos soñolientos. Volvió a dormirse después de un par de capítulos y él siguió cuidándola, vigilando que la fiebre no subiera, hasta que sus guantes volvieron a llamar su atención. ¿Los usaba todo el tiempo o qué?

Sintió la tentación de quitarle los guantes solo por la mala espina que le daba, pero ella ya le dijo que no le gustaba que tocaran sus preciosos guantes, así que se abstuvo.

Al verla dormir, un nuevo recuerdo se le vino a la mente.

Ya no la veía en su cama, sino en una cuna, siendo apenas una pequeña bebé quizás recién nacida. Era de noche y toda la luz de la habitación era proporcionada por una lámpara de luz azul muy tenue, muy parecida al brillo natural de la luna. Ella respiraba con normalidad y por alguna razón ese simple hecho le brindaba una inmensa paz.

Pestañeó aturdido cuando las imágenes de ese recuerdo se fueron desvaneciendo. Fueron solo unos segundos, pero causaron un gran impacto en él por la avalancha de sentimientos que lo invadieron de pronto.

Volvió a mirarla de reojo y sus ojos se suavizaron.

Era increíble lo mucho que había crecido…

Aunque solo tenía un único recuerdo de ella como bebé, de repente se sentía como si extrañara la época en la que solo verla respirar le devolvía toda la tranquilidad. No podía explicarlo, pero así se sentía.

Pasado un tiempo, un rei-bot le avisó que tenían visitas esperando en la puerta principal.

Debían ser los amigos de la mocosa.

Bajó a abrirles y alzó una ceja al verlos. Eran un chico y una chica, los dos se veían de la edad de la mocosa y tenían los mismos uniformes escolares, pero lo miraban como si fuera una especie de espejismo.

—M-mucho gusto, Senku-san. —La chica hizo una reverencia. Ella tenía el cabello de un peculiar color zanahoria, largo hasta la cintura. Tenía ojos castaños y parecía usar maquillaje, además de que usaba medias de red largas y traía una guitarra colgando de la espalda. No era algo que esperaría de una niña de trece años—. ¿No me recuerda, verdad? Mi nombre es Shirosawa Misaki.

—No, no te recuerdo. Lo siento. —Encogió los hombros, antes de mirar al chico—. ¿Y tú eres?

—Mijow Yok —se presentó secamente.

Él tenía el cabello castaño claro, de un marrón ceniza o algo así, y sus ojos eran color verde lima. Su cabello era bastante alborotado, digno de un protagonista shonen—aunque Senku no era quién para hablar de eso—, y tenía el flequillo cubriendo parcialmente sus cejas. Era más bajo que la chica pelirroja, pero su voz ya estaba comenzando a agravarse. Usaba un cubrebocas verde oscuro y guantes negros.

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