9 ♪

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El monstruo.

Owen regresó aquella madrugada a su habitación con los pensamientos hechos un desorden. Le había preguntado a Lucas lo que pasaría si este fuese liberado de aquella maldición, y la respuesta que obtuvo le dejó sin aliento, con los ojos cristalizados y un sentimiento de egoísmo que se reprochaba. Antes de que los labios del mayor se abrieran con lentitud para pronunciarla él ya sabía la respuesta, pero, esperaba estar equivocado.

Al final siempre, aunque mantenía falsas esperanzas, entendía lo que sucedería.

Lucas se iría.

Cuando quedase liberado iba a irse para siempre, porque ya no tendría ataduras e iba a poder estar con lo persona que amaba hasta la eternidad. No regresaría jamás, aunque quisiera igual no podría hacerlo.

Y Owen lloraría, sufriría.

Porque cuando el fantasma violinista ya no estuviese él iba a volver a sentirse sólo. Extrañaría escucharle tocar el violín a medianoche, anhelaría volver a mirar aquella oscura mirada que le era tan distante pero que le parecía tan cálida, soñaría despierto con su sonrisa, ya no habrían clases de violín ni tendría que ir a la cocina a hurtadillas para prepararle un sándwich. Las noches volverían a ser noches, frías, solitarias y silenciosas.

Y él no lo quería.

Se había aferrado y no deseaba desprenderse de Lucas, estaba convencido de que no lo haría jamás. Fué por ello que guardó en un viejo libro aquella carta que le había escrito a la muerte, no iba a enviarla; no en ese momento y quizás nunca.

—Ya no estarás tristes, Lucas —susurró, acostándose en su cama para dormir—. Yo te haré feliz, lo juro.

Creyó fielmente en su juramento y con una débil sonrisa en su rostro dejó descender sus párpados para caer ante la oscuridad y tranquilidad del sueño.

Aunque muy pocas veces soñaba esa madrugada soñó que iba en un carruaje, los detalles se perdían en la poca nitidez, así que al tiempo después sólo se veía entrando a un gran salón dorado donde las personas bailaban elegantemente y la música parecía ser tocada por los mismos dioses, entonces en medio embeleso lo miró, entre la multitud se encontraba el jovencito Pierre haciendo gala de su oscura belleza y arrogante mirada que desprendía un exquisito elipsis de atracción. Quiso correr hacia él para hablarle pero en cada zancada la oscuridad se hacía más presente hasta que se dió cuenta de que ya no estaba en el salón sino en el viejo ático de la mansión Brown, observando con pavor como la pintura de Lucas se volvía sangre mientras era rasgada con fiereza por una bestia invisible que al completar su misión de destrucción notó su presencia y se abalanzó sobre él. Justo allí despertó.

Aunque al principio sintió ahogo, cansancio y temor, al cabo de un momento el recuerdo del sueño de diluyó en su mente hasta evaporarse como si nunca hubiese existido. Le otorgó importancia al asunto y le dió varias vueltas antes de entrar al baño para ducharse, sentía que había soñado pero no sabía el qué. Trató de recordarlo bajo la regadera, en el desayuno y en todo el camino hacía la escuela, pero fué inútil, ese sueño se había ido para nunca regresar. Fué lo mejor.

Quizás nada de lo que pasaba en el colegio llegaba a sorprender a Owen, pero sí que se sorprendió esa mañana, cuando en su pupitre consiguió aquella brillante y viva flor de olor y belleza exquisita, junto a una nota que decía: «Eres como esta margarita, capaz de iluminar completamente mi vida. Sonríe más seguido, te ves guapo cuando lo haces»

No había nada más, ni nombre ni fecha; solo aquellas palabras sobre el arrugado papel que el pequeño tenía entre sus dedos.

Owen no pudo evitar sonrojarse. Y aunque desconocía quien le había dejado tan lindo obsequio no paró de sonreír en toda la clase, mirando a todos lados mientras emocionado pensaba quien habría podido ser. Nunca había tenido mucha conexión con sus compañeras de clase pero... ¿Acaso eso era necesario?

Noches de Penumbra y Melodía [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora