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Agua helada, cuerpo hirviente.

Aquellas tardes de ajedrez junto al general Reese se volvieron costumbres para Owen, que aunque parecía muy rígido ante la presencia del mayor; en verdad disfrutaba de aquel juego. Y aunque muchos de sus comentarios entorno al general de hierro le traían malos recuerdos no quiso dejar de asistir a la oficina, nunca se hubiera imaginado que allí, entre torres, reyes y peones el tiempo se iría tan rápido que ya contaba con los dedos de sus manos los días que restaban para el regreso de Cayden.

Y éso le hacía muy feliz. Ansiaba volver a admirar la sonrisa de su amigo, escuchar su voz y sus conversas de estrellas y meteoritos que nunca llegaban a extinguirse.

Cayden también le extrañaba mucho, y cada noche en su habitación leía un par de hojas del cuarto tomo del libro de astrología mientras sonreía imaginando las expresiones que haría Owen al sorprenderse por toda la información que aquellas páginas comprendían.

El invierno se hizo más intenso cuando la víspera de navidad llegó, y aunque sólo un cocinero se mantenía presente en el colegio militar éste hizo lo que pudo para hacer de la cena lo más parecido a una que se compartía en casa, en familia, con amor. Pocos valoraron su esfuerzo, quizás sólo fué Owen quién se dió cuenta de que aquella cena había sido un gran regalo navideño.

Se levantó de su asiento después de comer y con el plato de acero inoxidable vacío entre sus dedos se dirigió hacía el cocinero, que se encontraba sentado al borde de una mesa sumido en sus pensamientos. Era un soldado que en un momento de su vida creyó haberlo perdido todo cuando le tuvieron que amputar una pierna y perdió tres dedos de su mano derecha en una misión militar, nadie le apoyó cuando se propuso regresar al labor al que había dedicado toda su vida, pero ante toda dificultad el batalló como solo un gran guerrero lo hace. Y le dieron la oportunidad de regresar en modo de prueba como un cocinero, algo que al principio destetó sin imaginar que luego las artes culinarias llegarían a ser su pasión y no querría salir de la cocina de aquel colegio nunca más.

—Lo siento, no deseo molestarle —Owen se estacionó frente a él con un poco de nervios, llamando toda su atención. Apenas había cruzado un par de palabras con él anteriormente—. Sé que no sabe quién soy yo pero me gustaría darle las gracias por la cena navideña, fué un bonito gesto de su parte.

El hombre sonrió, y es que Owen contagiaba éso, inspiraba alegría, aunque en su interior se regocijaba la pena y la tristeza.

—Claro que sé quién eres muchacho, eres...

—El hijo del general de hierro —le interrumpió el joven, mostrándose algo cansado de que siempre le tuvieran que enlazar a su padre.

—No —el militar soltó una carcajada—. Eres más que éso, muchacho. Mírate eres un joven fuerte, arriesgado y muy bondadoso. Éso es lo que realmente eres.

Owen frunció el entrecejo algo confundido, antes de cuestionarle:

—¿Cómo sabe usted todo éso?

El joven había crecido y su curiosidad también iba en aumento.

—Estás aquí dándole las gracias a el hombre al que todos tus compañeros miran raro —contestó, mostrando su manos con los dedos faltante y señalando con su mirada su muslo corto—. Además tus ojos opacos no reflejan nada más, muchacho. Escuché comentarios de que vas reemplazar al general Bell, la enfermería no podría quedar en mejores manos.

El joven se sonrojó ligeramente ante sus palabras, sintiéndose muy apenado.

—Mis compañeros están mal, algunos ni se bañan —comentó Owen, sonriendo muy cortésmente—. Muchas gracias. Gracias por sus palabras y también por la comida, estaba deliciosa.

Noches de Penumbra y Melodía [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora