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Augurios de la vida y la muerte.


Zancadas rápidas.

Respiración agitada.

Cansancio inevitable.

Opacidad total.

Atrás una bestia, un monstruo.

Y delante una historia del pasado queriendo salir del maloliente foso. Todo estaba llegando al inevitable clímax, al final o al comienzo del nuevo umbral.

Owen corría desesperado por el peligroso bosque que parecía sumido en la oscuridad de un crepúsculo carente de luna y fiel amigo de las tinieblas y el frío. Avanzaba sin saber a donde iría a parar, tropezando y haciéndose heridas a las que prestaba mínima atención. Lo único que le importaba era mantenerse aparentemente a salvo. Estaba exhausto de huir, pero era peligroso siquiera pensar en detenerse, su vida dependía de aquellos inestables pasos que le alejaban con deficiencia de su depredador.

No recordaba haberle visto, ni siquiera era conciente de sí existía o no, pero debía existir porque estaba detrás suyo como salvaje fiera tras su cena, quebrando hojas sin remordimiento y rugiendo tal cual perro rabioso, quizás en muchos casos también sonreía con malicia y sus ojos resplandecían en la penumbra como brasas encendidas, ardientes e infernales.

—No me va a alcanzar, no me va a alcanzar... —se repetía con voz entrecortada, aunque cada vez sentía al mounstro más cerca y latente, en algunas ocasiones hasta podía prevenir su calurosa y bravía respiración haciendo estragos en la parte baja de su cuello

Estaba en peligro, y en la lejanía un violín no cesaba, como si fuese el soundtrack de una agonizante película. Quizás  Lucas Pierre era quien tocaba aquella melodía desde el copo de un frondoso árbol, o tal vez era quien le perseguía.

¿Por haría algo así? Y sí no era él ¿Quién? O ¿Por qué él no le ayudaba? ¿Qué había pasado después de aquel beso y como había llegado al punto de estar huyendo en medio de un bosque que desconocía por completo? Decenas de preguntas azotaban su cabeza sin compasión, el desgaste ya no era solo físico sino también mental. En algún momento pensaría en flaquear, en caer derrotado como peón que dió un movimiento inocente y quedó atrapado en el blanco de una reina gélida e inteligente.

Pero no había tiempo para pensar en aquello, ni en Asher, ni en Lucas ni en ese beso enigmático que aún en sus labios parecía eterno.

Él estaba conciente de la situación.

Un árbol caído o una roca, una enredadera o el flaquear de sus piernas, era irrelevante el motivo, simplemente un paso en falso y todo estaría perdido.

Sólo deseaba sobrevivir, llegar al fin de aquellos altos árboles y encontrar una carretera que seguir para pedir ayuda y refugio. Pero simplemente aquello era un deseo que no se cumpliría, el peligro era latente y no jugaba a perder.

Corrió hasta dejar el alma y la piel en aquella pista, corrió tan deprisa que los latidos de su corazón se hicieron menudos y el chasquido de las hojas que le atormentaba desde atrás cesó. Entonces cuando el jovencito sintió que había perdido a aquel mounstro se detuvo un segundo entre la nada, debía hacerlo y el cansancio también le obligaba. Respiraba agitado mientras dejaba descansar las sudorosas manos en sus rodillas y ese sentimiento de supervivencia oprimía con fuerza su pecho.

Su mirada buscaba adivinar en la impenetrable opacidad el camino que debía tomar, de inmediato supo que era inútil seguir perdiendo el tiempo en una decisión con resultado incierto y optó por continuar corriendo de prisa hacía adelante, esquivando árboles y sobrepasando grandes rocas.

Noches de Penumbra y Melodía [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora