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El colegio militar.

El salón abandonado que por improviso se había convertido en el primer aula al que ingresaban los nuevos alumnos del formidable instituto para desprenderse de sus cabelleras y atuendos hogareños, era casi tétrico, húmedo y las dos lámparas suspendidas del techo agrietado no dejaban de parpadear; además olía mal y los pocos sonidos que lograban filtrarse del exterior llegaban completamente distorsionados.

Usualmente causaba escalofrío en los niños. Pero a él no le interesó lo más mínimo, desde su llegada estuvo ajeno a su alrededor, sumido en sus pensamientos, en la distancia, en sus labios torcidos sonriendo cruelmente y su oscura mirada que le hacían titubear... Pensaba en el inexistente Lucas Pierre, aunque en su mente aquel enigmático rostro parecía cada vez más ausente, y se perdía entre la nada, como si fuese un lejano recuerdo incapaz de ser nítido.

Ya Lucas no estaba, quizás nunca estuvo.

Aunque inicialmente se negó a la idea de que el violinista fantasma fuese un producto de su imaginación luego fué cediendo, reflexionó que talvez su madre tenía razón, y todo aquello había sido el resultado de dejar de tomar la medicina que le había recetado el doctor. Se estalló con la realidad, Lucas Pierre, nunca existió.

Y tomó la decisión de olvidar hasta el más mínimo detalle que le hiciera recordarle. Pero ya habían tomado la iniciativa de que así fuera.

Y deseó comenzar de nuevo. Pero ya antes había comenzado muchas veces, y no era el momento adecuado de volver a hacerlo.

¡Pobre, pequeño! Un simple peón en un tablero lleno de reyes. Quizás ya era hora de cruzar la línea y convertirse en un rey más.

Mirándose en el descuidado y sucio espejo, mientras su cabello caía en pedazos y el sonido de la afeitadora lo mantenía alerta; Owen Brown sucumbió ante los artilugios del rencor, quién le abrazó dócilmente dándole una amena bienvenida.

En silencio, con el semblante endurecido se miraba, estudiando minuciosamente el alrededor de uno de sus ojos aún entre taciturno y un oscuro morado, aquella ruptura viva en su labio inferior y el rencor creciendo en su interior que se reflejaba en los que alguna vez fueron sus melancólicos ojos.

Rechazó su reflejo, apretando sus manos con fuerzas mientras luchaba contra el deseo de golpearse en señal de castigo. Quiso levantarse de aquel incómodo asiento y huir, pero en vez de éso se mantuvo quieto, sintiéndose cobarde.

Y sus lágrimas descendieron por sus mejillas pero esta vez en señal de rabia. Reprochaba a su madre no intervenir por él, despreciaba los golpes de su padre que no creía merecer y que ambos estuvieran ausente cuando aquel carro le recogió frente a la mansión Brown para trasladarlo a la escuela militar. Sólo Francys con los ojos cristalizados le vió partir.

El hombre corpulento y de uniforme opaco pudo percatarse de que el pequeño lloraba antes de que se secase las lágrimas, pero no se atrevió a preguntar a qué se debía su llanto. Aunque era muy poco experimentado tenía prudencia, además había recibido a muchos niños anteriormente y sabía que ahondar en aquello que debían dejar atrás era contraproducente para su adaptación en el colegio.

Revisó nuevamente el cráneo del pequeño con la máquina de afeitar y viendo que el rapado estaba perfecto la apagó para dejarla encima de la peinadora que él mismo había improvisado con un par de tablas.

—Ya está listo. Te sienta muy bien el corte ¿Está nervioso? —interrogó el militar de bajo rango. Él niño se encontró con su mirada a través del espejo, era un hombre de rostro ancho y mirada gélida, aunque tenía una sonrisa bastante agradable—. No te preocupes, todo estará bien. Aquí aprenderás a defenderte, cuando regreses a casa no volverán a dejarte así, te lo prometo.

Noches de Penumbra y Melodía [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora