20 ♪

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Como las estrellas nacen.

Había una vez...

Una nueva historia se comenzaba a narrar en las estrellas, y Cayden ya no la leería, ahora sería parte de ella. Y aunque dolía debía aceptarse, respirar hondo ahogando el llanto y mirar al cielo para verle brillar junto a los demás luceros.

Owen Brown nunca había visto tantas estrellas como aquella fría y devastadora noche de septiembre cuando se enteró que su mejor amigo había cumplido su promesa y había dado su vida para salvar la de Asher.

Y es que él no era una simple estrella, él era una contestación entera.

Él era el cielo.

Él era el piso que se desplomaba dejando todo a la deriva.

Él era de las personas que nunca se llegaban a olvidar.

Él era eterno.

Porque así como hay heridas que aunque hayan sanado hace mucho tiempo atrás aún duelen, Cayden Davies siempre estaría presente.

Siempre.

Después de salir del hospital negándose a la idea de visitar la morgue para verle sin vida, con la mirada opaca y su sonrisa apagada; subió al techo de aquél salón donde habían compartido extensas conversaciones, sonrisas y lágrimas. Allí, sumido en los recuerdos lloró con amargura, sintiendo que el corazón le dejaba de latir y su respiración se hacía pesada y dolía. Sintiendo que una parte de él había muerto.

Habló abrazando sus rodillas, imaginando que él estaba a su lado como acostumbraba, escuchándolo, señalando estrellas o buscando constelaciones, no importaba si reía o lloraba, si gritaba o hacía silencio, lo que quería es que estuviese allí, a su lado, respirando para cumplir todo aquello que había querido hacer, estudiar astrología, casarse y tener hijos. Nada era relevante, sólo necesitaba que viviera.

Aún así él ya se había ido para estar eternamente a su lado. Él se lo había prometido un día antes de partir: Tú y yo, juntos hasta él final.

Y Cayden siempre cumplía sus promesas.

—¡No! ¿Por qué, Cayden? ¿Por qué? Tú me dijiste que nos iríamos de aquí ¡Tú me dijiste que nunca me dejarías sólo! —sollozó, cuando se dió cuenta que él no estaba sentado a su lado—. ¡Debes volver! ¡Debes abrazarme! Sólo quiero abrazarte...

Se desgarró la garganta rogándole que regresara mientras se retorcía sobre aquel frío techo, recordándole, sintiendo que le hacía falta tanto como el oxígeno. Pero él no volvió, él siempre estuvo allí, mirándole desde la lejanía, abrazándole con su tenue luz.

Miró al cielo de reojo y no pudo evitar sonreír con dolor. Él se había equivocado o por alguna razón había mentido.

—Oh, Cayden, me explicaste el nacimiento de las estrellas y me mentiste. Claro que lo hiciste —susurró entre sollozos, ahogando el llanto y luchando contra el nudo que presionaba su garganta.

Las lágrimas descendieron por sus mejillas como lava ardiente e inclinó el rostro hacía el cielo, mirando aquella constelación que nunca había visto antes.

Y murmuró su verdad:

—Las estrellas nacen para que personas como tú nunca dejen de existir.

Él lo sabía, ahora Cayden le sonreía desde el cielo.

Triste mañana de septiembre se vivió en el panteón militar, corazones llenos de dolor se quebraban dejando al descubierto cientos de lágrimas y gritos desgarradores que estremecían hasta al más gélido. El cielo grisáceo también lloraba, aún así nadie sacó un paraguas o salió corriendo para salvarse de la lluvia, lo que estaban presentes allí permanecieron, despidiéndose de Cayden, llorando su partida con impotencia, haciéndole honores que solo reciben los militares de altos rangos.

Noches de Penumbra y Melodía [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora