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El huésped.


—Es un sándwich.

—¿Sanduise?

Owen ahogó una carcajada. Le parecía gracioso que el violinista fantasma no supiera pronunciar el nombre del platillo que él le había preparado. Rodeó el escritorio casi corriendo y con un poco de dificultad por lo elevado del escritorio tomó asiento sobre su regazo.

El despacho se encontraba iluminado, nadie había encendido las bombillas pero estas igual se encontraban alejando toda penumbra con su brillo tan intenso.

—No, no —negó entre sonrisitas—. Es sán-dwich. Sándwich.

El mayor no le prestó atención alguna y si lo hizo no lo dejó saber, seguía mirando seriamente el plato que sostenía entre sus manos, con el entrecejo un poco contraído y los labios tan tensos como el mármol. Aunque había visto mucho y vivido tanto, el gesto del pequeño y las dos rodajas de pan plano con un desastre de lechuga, tomate y salsas en medio le eran sumamente nuevo.

En él ya no palpitaba un corazón, por sus venas no corría sangre ni su pecho ascendía y descendía respirando, como humano había muerto pero seguía sintiendo como uno. Lo que lo hizo comprobar que en el alma es que se origina todo lo hermoso y también todo lo horripilante, es allí donde inicia todo lo que se siente y todo lo que se vive.

—Come, no debes sentir pena —le animó Owen, dedicándole una sonrisa. Movía sus cortas piernas hacía delante y atrás. Estaba emocionado, nunca se había sentado en el borde de una mesa o algo parecido—, al menos no conmigo, yo también me ensucio cuando como, sólo no te limpies de tu ropa porque para eso existen las servilletas. ¡Oh no! Se me olvidó traerte servilletas, ya vuelvo, iré por ellas.

—No, no te preocupes —le atajó el pelinegro. Dejando el platillo a un lado como si no le importaba, justo en el espacio que lo separaba del curioso chiquillo—. ¿Por qué me trajiste ésto?

—Imaginé que tenías hambre, así que te preparé mi comida favorita —contestó, irradiando todo el despacho con esa hermosa sonrisa que mantenía en su rostro—. Es el primer sándwich que hago así que espero te guste.

El violinista tragó fuerte, no podía, mejor dicho no quería ceder ante los encantos de él. Su idea era mantenerlo lo más lejos posible para así quebrantar lo que talvez podía unirlos.

—Es mejor que te vayas —le dijo, cortante y con frialdad—, me estás haciendo perder mucho tiempo.

Owen se encontraba hipnotizado, mirándole fijamente a sus sombríos ojos. El mayor por un momento le correspondió, también cedió y terminó hundiéndose en la mirada tierna e inocente del infante pero cuando se sorprendió a sí mismo cometiendo lo que consideraba un error descendió su mirada hacía la nada.

—¿Acaso no escuchaste, niño tonto? —cuestionó, manteniéndose firme ante los recuerdos del pasado y el presagio de un futuro ya trazado que él deseaba destrozar—. Debes irte, no está bien que estés aquí a estas horas y menos en mi compañía.

—¿Por qué no?

—Deja de hacer preguntas y lárgate.

—¿Cuántos años tienes?

El violinista lo miró enojado, las cicatrices en su rostro parecían palpitar y sus ojos parecían brasas a punto de incendiarse. Owen apenas lo notó, se encontraba expectante a la espera de una respuesta.

—¿No te cansas de hacer preguntas?

—Es curioso, justo pensaba en preguntarte lo mismo —el pequeño le dedicó una sonrisa—. Actúas como los mayores. Preguntas mucho, te molesta que te pregunten cosas y muy pocas veces respondes ¿Por qué lo haces?

Noches de Penumbra y Melodía [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora