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Flores marchitas.


Owen Brown, el que una vez fué un niño con grietas que nunca dejó de curiosear e inocentemente entró sonriendo al despacho de su padre con un desastroso sandwich entre sus manos, el que con ilusión esperaba le gustase al violinista fantasma y le ofreció sus desdichas y miedos, sus fortalezas y sueños, sus preguntas sin respuestas y sus resumidos silencio, estaba allí; desestabilizado con el impacto que se dió cuando le obligaron a enfrentar la realidad.

Aún estando de pies cayó doblegado ante la desilución, sus labios temblorosos forjaron una sonrisa histérica que en brevedad se desplomó dejando al descubierto una hiriente expresión contraída y un alma rota que quebraba sus piezas ya antes raidas. Lloró, no pudo evitarlo, lloró con amargura y desesperación en un silencio tenue en el que sus dedos unos contra otros se dañaban, el cielo gris con vientos estridentes también entre sollozos le acompañó.

Sus manos temblaron de impotencia, su hiel se congeló, antes las sombras eran sombras ahora eran susurros burlones danzando a su alrededor. La verdad ya no era la verdad absoluta que una vez creyó que existió y las mentiras cobraban mayor sentido que las direcciones de las agujas del reloj, la oscuridad se convertía en un mágico refugio y sus gélidos ojos de fuego mirándole sin culpa yacían como cruel castigo.

Allí, frente a él se encontraba el asesino de Oswaldo. Y no tenía importancia si aquel hombre no había sido un buen padre, o si marcó de la peor forma su niñez y fué el causante de sus más grandes traumas ¡Estaba muerto! Le vió sin vida sobre aquél colchón, observó su cara retorcida en una horrorosa mueca de dolor y sus uñas enterradas con ferocidad en sus débiles muslos, aún recordaba el nauseabundo hedor y su mirada vacía envuelta en lágrimas rojas escarlatas. Nadie merece morir así, nadie tiene el derecho de arrebatar la vida de una manera tan vil.

Y no había duda alguna, aunque quisiese que la hubiera y necesitaba que existiesen más mentiras que acarician cicatrices que verdades que  susciten más heridas. Aquello era una latente realidad. Lucas Pierre, su amigo, el violinista fantasmas que le brindaba un lugar seguro y en quién confío ciegamente; había sido el asesino de ese hombre.

También fué quién cortó el cuello de Alfie Thierry, quizás el que apretó el gatillo que dió rienda suelta a la bala que traspasó el cráneo de Amos Reever y sólo talvez suscitó la muerte de cada una de las reencarnaciones de quién alguna vez le amó. No sabía porque le embargaba aquella sensación, pero sospechaba que sería el mismo Lucas Pierre quién muy pronto acabaría con los latidos que daban vida a su corazón.

Y quizás en vez de reprocharle le agradecería, talvez sería él mismo quien rogaría para que sin piedad le arrebatase la vida.

Ya no sabía diferencial lo que era real y lo que era ficción, pero comenzaba a recordar quién era su maldición.

Lucas Pierre.

El mounstro que robaba la energía vital de otros para prolongar su existencia, la oscuridad misma, la culpa disfrazada de amor, quién en su pagano sufrimiento arrastraba a todos a padecer su dolor. Un claro ejemplo del egoísmo humano.

—Mataste a Oswaldo —balbuceó entre lágrimas, ahogándose en la ira—, claro que lo hiciste, ¿quién te creés que eres, ah? ¡Mírame a la cara, desgraciado! ¡Mírame! —Lucas que había agachado su mirada, obedeció, encontrándose con unos dedos temblorosos apuntándole sin compasión—. No sé quién te creés que eres, pero no tenías el derecho de hacerlo. Lo sabes. ¡No lo tenías!

El violinista no se inmutó ante aquellas dolorosas palabras llenas de rencor, después de tantas décadas había aprendido a sufrir sumido en el silencio. Por un instante sólo se limitó a contemplar cuidadosamente la escena que siempre luchó por evitar y que frente a sus ojos una vez más se hacía realidad. Alfie, o como en esta vida se nombraba, Owen Brown, jadeaba devastado, con la tersa piel de su rostro embarrada en salmueras lágrimas y dulce sangre, con la mirada quebrada dando indicios de como se encontraba su alma, ese tic en sus cejas ese temblar que sus muslos expresaban, ese miedo, esa rabia, ese olor a muerte que en su piel estaba impregnada.

Noches de Penumbra y Melodía [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora