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Tinieblas.

Los días se fueron desvaneciendo gradualmente, tornándose en pasado, convirtiéndose en recuerdos gratos o hirientes, en risas para el mañana o lágrimas en el presente, en luces y oscuridad, noches de falsas caricias y conversaciones agradables en el opaco despacho, amaneceres en despiadado silencio y una relación destruyéndose poco a poco con el paso del tiempo.

Asher cada vez menos expresivo rondaba los pasillos de la mansión Brown sumido en el silencio de sus indecisos pasos deambulante, tratando de despejarse y a la vez hundiéndose en el abismo del cual creyó una vez había salido, ignorando como se derrumbaba su alrededor y se hacía añicos su nexo, suplicando con labios fruncidos y manos empuñadas que se detuviera el dolor que oprimía cada segundo de su existencia. Y quería gritar, llorar sin vergüenza a ser escuchado, soltar la rabia que ardía en lo más profundo de su pecho y exponer ante el chico que amaba todo aquello que sentía. Aún así guardó silencio y con ello mantuvo cautivo aquel sufrimiento, porque lleno de temor a dañarlo todo con sus palabras se cerró a la idea de siquiera mencionar que no se encontraba bien.

Caminaba por el jardín después de desayunar en la soledad de su habitación, ya que después de que habían llegado a la mansión Oswaldo Brown tuvo una leve mejoría y Owen decidió unos días después que su padre le acompañara en la mesa a la hora de comer, era obvio que Asher no tenía porqué compartir la mesa con el hombre que había destrozado su vida, así que desde ese día empezó a comer en su recamara y Owen no habló al respecto ni le acompañó siquiera una vez.

Gris, después de tantos colores, Asher empezaba a percibir la vida con tonalidades cromáticas, ya no estaba el rojo de las rosas ni el azul del cielo, aquel brillo en su mirada o el rosado en sus mejillas. Lo sabía, la enfermedad que en él albergaba y de la cuál se había prohibido hablar lo estaba alcanzando, no importaba cuanto corriera o lo mucho que evitara darle importancia, estaba allí, y le estaba matando.

De alguna forma ya estaba muerto, y nadie lo había notado.

Estar dentro de la mansión Brown había acelerado todo, Owen mentía cada día más, Ghejebré siempre que tenía oportunidad le abordaba para llenarle de inseguridades y cizañas que aunque fingía ignorar en verdad le causaban bastante daño, y luego estaba Oswaldo Brown, un caos inminente que no cesaba y que con una dolorosa lentitud se apropiaba de todo. Fué por ello que empezó a frecuentar el sucio y frío ático, el lugar donde el silencio sólo era interrumpido por el trajín de las ratas y otros insectos de hábitat húmeda, donde el polvo se veía traslucir en el viento y el olor era tan fuerte y extraño que parecía adormecer tus sentidos.

Allí, sentado sobre un par de cajas llenas de viejos libros veía entre las tinieblas como una araña tejía con altivez su telaraña en un putre rincón. No había prestado atención a los pasos que había escuchado, era conciente de que pertenecían a Owen, sabía que él le observaba una vez más desde la lejanía.

—¿Quieres acompañarme a trotar? —cuestionó Owen, como cada mañana que subía al ático y se estacionaba en la entrada. El gélido silencio era la respuesta que recibía—. Si lo deseas hoy podemos ir a visitar la cuidad ¿qué me dices?

—Si quieres anda tú, yo aquí estoy bien —fué lo que respondió al cabo de un rato, tan lejano que parecía ser otro—. ¿Puedes dejarme a solas?

Owen titubeó, quiso gritarle que no, que no iba a dejarle sólo, aún así respondió:

—Sí, claro —Se mordió el labio inferior para seguir—. Estaré en el jardín con Oswaldo, cualquier cosa que necesites allí voy a estar.

El jóven se acercó a la salida dispuesto a marcharse sin decir ni una palabra más, pero al escucharle volteó a mirarle con rapidez y retrocedió todo paso dado.

Noches de Penumbra y Melodía [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora