Capítulo 1: La Llegada

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Mi gato maulló dentro de su caja de transporte, probablemente algo nervioso de encontrarse en un lugar extraño.

—No esta tan mal. Es un lindo edificio.

No, no lo era, pero el dinero no me sobraba y había sido lo mejor que había podido conseguir con mis ahorros de cinco años trabajando de mesera en un café desde que comencé a estudiar mi carrera.

Era un edificio antiguo de color rojo, de ladrillos y con cinco pisos de altura. Tenía buzones de correo en el primer piso y no tenía conserje, ni ascensor, por lo que era mucho más económico conseguir un departamento ahí que en otros lugares. Lo único que quizás le daba el valor que tenía, era que estaba en un lugar céntrico de la ciudad y eso era lo que más me había gustado.

Mi departamento quedaba en el último piso, por lo que miré todas mis cosas preguntándome como las subiría yo sola. Tenía un montón de cajas y maletas, aun cuando no me había podido llevar todo.

Tomé una pila de cajas que fueran livianas y comencé a subir las escaleras, pero cuando intenté subir el tercer escalón, me desequilibré, me fui hacia atrás y caí por las escaleras, aplastando unos de mis bolsos con ropa, los que amortiguaron mi caída.

Aun habiendo caído en algo más blando que el piso, el golpe había sido doloroso, me sorprendía que no me hubiera lesionado alguna parte del cuerpo.

De pronto, dos chicos de mi edad, o quizás más jóvenes, entraron al edificio y me quedaron mirando tirada en el suelo, mientras bebían de unos vasos de café.

—Hola... chica del piso —saludó uno.

El que había hablado tenía el cabello negro y desordenado, los ojos color café oscuro y una piel clara. Estaba vestido de negro por completo y tenía una chaqueta de cuero (esperaba que sintético).

—Hola —respondí su saludo sin pararme aún.

Ambos les dieron una vista a mis cajas.

—¿Eres nueva aquí? —preguntó el otro.

Era un chico castaño claro, de piel algo tostada y ojos de una tonalidad verde. Llevaba puesto unos jeans rasgados y una camiseta blanca.

Yo asentí.

—Me resbalé en la escalera.

—Ah —dijeron al unísono, con poco interés.

Ambos asintieron y tomaron de sus cafés para comenzar a caminar hacia las escaleras y subir.

Yo quedé desconcertada. No sabía si yo estaba mal, pero cualquier ser humano decente me hubiera ofrecido ayuda en ese momento.

Fue ahí cuando supe que dos de mis vecinos de edificio no eran decentes.

De pronto, el chico de cabellera negra volvió a aparecer, bajando las escaleras.

—¿Necesitas ayuda?

—Ah...

—¿Si o no?

Pregúntale a que piso va... no pienso subir cinco pisos con cajas. Apenas puedo con mi propio ser —oí susurrar al otro chico, desde detrás de la pared.

—No seas grosero... además no creo que vaya al último.

—Sí, de hecho sí —respondí con una sonrisa nerviosa.

El chico que podía ver me miró con algo sufrimiento y luego suspiró.

—Bueno, ya me metí en esto.

Bajó las escaleras por completo y me tendió la mano para ayudarme a ponerme de pie.

Cuando estuve de pie, me arreglé la ropa y vi como él extendió la mano nuevamente en forma de saludo.

Alaska va a Los Ángeles [LA #1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora