•|Veinte: «Nuestros felices para siempre»|•

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Blake.

Corro hasta mi hermano, apartando al ruso, para que Lowell pase su brazo por mis hombros y cargar yo con su peso. Me fijo en que la bala no está en el estómago como yo había creído en un primero momento, sino que se encuentra situada en el costado derecho, ahí donde el chaleco antibalas no llega a tapar.

Me maldigo internamente, es mi culpa. Si no hubiera estado tan cegado por la rabia, habría tenido más cuidado a la hora de quitarle el arma a Vólkov.

Y ahora se está desangrando en mis brazos, joder.

—Tenemos que volver a la mansión enseguida, Cayden podrá curarle —ordeno con voz firme a todos los que se encuentran a mi alrededor, sabiendo que los de casa también están escuchando.

¿Cómo es la herida? —pregunta el médico.

—Una herida de bala en uno de los costados. Sale mucha sangre, pero no creo que haya ningún órgano perforado.

En ese caso es probable que la bala siga dentro. Presionar la herida todo lo que podáis para que pierda la mínima cantidad de sangre mientras venís.

Siguiendo las indicaciones del médico, su hermana se arranca parte de la camiseta y lo usa para presionar la herida. Lowell suelta un alarido de dolor.

—Joder, démonos prisa —Zayleen vuelve a sujetar a su hermano y aceleramos el paso.

Volvemos a pasar por el puto recorrido de puertas, seguidos de cerca por el ruso y Caliope, que tienen a Chad como recluso.

Al llegar a las escaleras que dan al salón donde recientemente estaba toda la policía y todos los rusos, nos paramos. Por la escasez absoluta de disparos, deduzco que ya han acabado con los rusos. O al revés, lo que es poco probable.

—Tenemos que salir sin que nos vean. Vosotros tres iros por la parte de atrás con Lowell y Chad. Procurar que no os vean —el ruso sujeta a mi amigo—. Yo iré a buscar a Mark y a librarnos de la policía.

Es de vital importancia que no nos vean llevarnos a Chad, sino sospecharán. No permitiré que vaya a prisión.

Los cinco desaparecen de mi vista mientras me encamino al salón de la matanza. Buen nombre para un sitio donde acaban de morir cientos de personas. Lo sé, soy buenísimo con los nombres.

Cuando entro me encuentro, literalmente, una matanza. Hay cientos de cadáveres en el suelo, por lo que veo la mayoría son rusos; desgraciadamente, hay algunos policías muertos junto a ellos. Mierda.

Veo a mis compañeros del cuerpo junto al teniente, pero me percato de que Mark no está con ellos. El pánico me invade y comienzo a mirar a mi alrededor como un loco.

No, no, no. Que no esté muerto, por favor. Si Quinn se entera de que ha muerto, no se recuperará. Lo quiere demasiado, ¡es como su padre! Maldita sea, como encuentre su cuerpo pienso resucitarle a golpes para luego matarle yo mismo.

—¡Que estoy bien he dicho! —como un rayo de sol en un día nublado, su voz llega a mis oídos.

Sonrío aliviado al verle discutir con un enfermero que insiste en atenderle el brazo izquierdo. Cuando me acerco, veo que tiene una herida de bala.

—No seas cabezota, Mark, y deja que te curen eso —digo al llegar a su altura, cruzándome de brazos.

—¡Está perfectamente! ¡He tenido heridas peores y sigo vivo! ¡Que no me toques! —empuja al enfermero, que le mira atónito.

—Tú amigo es... difícil —califica el teniente.

Se ha acercado a nosotros de forma sigilosa. Observa atentamente los cuerpos cerca de nuestros pies, alternando la vista hacia Mark.

Ojos Rojos [+18] [Libro I & II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora