•|Diecisiete: «Un ruso diferente»|•

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Blake.

Estoy como una puta mierda.

Las ganas que tengo de arrancarle la puta camiseta negra que lleva me están matando, viéndola dormir como si fuera un maldito ángel cuando en realidad es un demonio.

Decido levantarme de la cama antes de que haga algo de lo que me podré arrepentir. Nyx se ha despertado antes que nosotros y ha decidido juntar mis manos con las de Quinn.

Me paro un momento al pie de la cama y me permito detallarla una vez más. Pareces un pervertido. Sí, pero un pervertido sexy. Nadie se queja de un pervertido sexy, ¿no?

Su larga melena negra descansa delicadamente sobre mi almohada, como si las hebras de cabello estuvieran hechas con finos hilos de roca volcánica. Porque eso un volcán, ardiente como ella sola.

La manera en que mi camiseta cae por su cuerpo y se ajusta delicadamente a él, cómo el dobladillo de esta misma se levanta un poco, a punto de dejarme ver su lencería a causa de que uno de sus brazos está extendido hacia arriba... me está volviendo loco.

Su piel ligeramente bronceada, suave y brillante, la manera en que sus muslos me llaman a gritos para que los bese hasta llegar al punto en que me suplique para poder respirar; sus labios rosados y entreabiertos, dándome unas ganas locas de besarlos hasta quedarme sin aliento; su pecho subiendo y bajando muy despacio, tranquilamente; sus largas pestañas adornando sus pómulos.

Basta.

Dejo de mirarla y corro al baño, encerrándome dentro. Me recargo sobre la puerta, cierro los ojos apretándolos con fuerza y suelto el aire que contenían mis pulmones con un gran suspiro. Por obvias razones me había despertado demasiado excitado, y sin duda ver a Quinn así, en todo su esplendor luciendo como la puta Diosa que es, no ayuda nada.

Bajo la vista a mis pantalones. Mierda, un poco más y los perforo. Contemplo la posibilidad de aliviarme yo solo, pero descarto la idea rápidamente. No quiero convertirme en un pervertido.

Abro el grifo de mi ducha y pongo el agua fría; me desvisto y dejo la ropa en el suelo. Al quitarme el bóxer, el dolor de mi gran polla se alivia un poco, pero no lo suficiente. Autocontrol, Blake, autocontrol.

Entro de golpe, mi estómago se encoge ante el contacto del agua fría con mi piel. El dolor comienza a disminuir mientras pienso en otra cosa que no sea en Quinn semidesnuda en mi cama. Suelto un suspiro prolongado; mi cuerpo se ha acostumbrado a la temperatura después de largos minutos.

Dejo que el agua caiga sobre mi cabeza y me concentro en lavar mi cuero cabelludo con esmero, aplicando una gran cantidad de champú. Después, me centro únicamente en frotarme el cuerpo. Cuando acabo, la erección ya ha bajado y me siento mil veces mejor. Menos mal.

Enrollo la toalla alrededor de mi cintura y salgo del baño, preparándome mentalmente para la imagen de la Diosa en mi cama. Pero la sorpresa me la llevo al ver que ya no está. Ni en la cama ni en la habitación.

Por una parte mejor, así no tendré otra erección de nuevo. Pero por otro lado... creo que deberíamos hablar. Se ha ido porque no sabe con qué pie me he levantado y prefiere no averiguarlo.

A regañadientes, abro el armario y saco unos tejanos oscuros junto a una sudadera gris. Me visto y bajo a la cocina para desayunar, pensando en si Quinn habrá hecho algo especial.

Amo su comida.

Me froto los ojos con el puño cerrado mientras entro en el paraíso de la comida. Nyx está sentado en la encimera, moviendo las piernas que le cuelgan en el aire mientras habla con Quinn, que está cocinando algo, algo que huele de puta madre.

Ojos Rojos [+18] [Libro I & II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora