CAPÍTULO 4 EN CAUTIVERIO

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Simón despertó, su visión era borrosa, sus sentidos embotados, intentó moverse y su cuerpo lo resintió. Recordó lo sucedido, cuando se dirigía a toda velocidad a rescatar a su princesa, recordó estar luchando con el cinturón de seguridad, recordó a su compañero, recordó sus gritos de furia y de impotencia, no por lo que estaba sucediendo, si no por lo que su jefe Rafael le estaba haciendo.

_ ¡Maldito bastado! - lo había escuchado gritar, cuando las balas empezaron a impactar el vehículo. Me pidió que no te dejara llegar, pero ahora se está deshaciendo también de mí, debería ser yo, quien te diera muerte - gritó con frustración.

_ Quítate el cinturón y salta. - le había dicho mientras él intentaba en vano de controlar la camioneta. _ si no, no lo vas a lograr.

Recordó que él no obedeció estaba asustado y no atinaba a reaccionar y él no podía prestarle ayuda, porque estaba intentando desabrochar su propio cinturón de seguridad y al mismo tiempo no perder el control del vehículo, no supo en que momento el cinturón cedió ni en qué momento él salió volando de la camioneta en movimiento, cuando volvió en sí, se dio cuenta de lo sucedido, la camioneta había caído hasta el fondo del precipicio, él había sido detenido por un árbol y un par de arbustos que habían frenado su caída, intentó incorporarse pero uno de sus brazos y una de sus piernas estaban heridos, además de un fuerte golpe en la cabeza que aún le hacía ver doble, se quedó quieto por varios minutos, después de los cuales se sentó, aunque el dolor lo estuviera matando, pensó que podía resistir hasta que llegara la ayuda, sabía que Nicolás lo buscaría cuando no llegara o no se comunicara, porque sabía que se dirigía hacia donde mismo que él, sin embargo no fue Nicolás ni ninguno de sus hombres los que hicieron acto de presencia, su peor pesadilla era quien estaba frente a él.

_ Que gusto me da verte de nuevo. - se posicionó Rafael frente a él con mirada burlona. _ y más gusto me da que te hayas salvado. ¿No quieres saber por qué? - lo miró con suficiencia.

El no respondió, se daba cuenta del gran problema en el que se encontraba, apenas si podía moverse soportando un tremendo dolor, no era capaz de mantener su atención en lo que ese hombre decía, su vista seguía distorsionada y él, enfrente suyo esperando una respuesta que él no lograba dar, porque su cerebro no coordinaba, sin duda él daba la orden, pero su boca no obedecía.

_ Porque aún no es tu día. - continuó Rafael ante su silencio. _pero yo me voy a encargar de decidir cuándo lo será. - lo escuchó decir entre brumas. _ yo decidiré cómo y cuándo morirás. - acercó su rostro al de él, tanto que su descontrolado cerebro se descontroló aún más, sin embargo, ya no tuvo tiempo de reaccionar, porque sintió el golpe en su rostro y no supo más de él, ese hombre le había dado un golpe traicionero con su rodilla en pleno rostro, tan fuerte que lo dejó fuera de combate. Luego había despertado en ese solitario lugar.

Se encontraba recostado en una cama, su brazo sano se hallaba asegurado a ella con unas esposas.

Habían pasado tres días con sus noches, en aquella terrible soledad, sin alimento, sin agua, en donde las horas y los minutos, se arrastraban con exasperante lentitud. Con aquel dolor que atenazaba su cuerpo, y con aquel frío que por un momento calaba sus huesos y aquel calor que al siguiente momento lo quemaba por dentro.

No había salvación, Rafael se lo había dicho, lo dejaría morir lentamente, y lo estaba haciendo, sus heridas se veían muy mal, si no tomaba antibiótico no lo lograría. Su mente se había debilitado, era incapaz de tener un pensamiento coherente, estaba agotado física y mentalmente, lo único que deseaba en esos momentos era morir, nada lo retenía ya en este mundo, sus padres y su hermana estarían bien, era el trato que había hecho con Pedro Carvajal y aunque no era un hombre de fiar, por alguna razón estaba seguro de que cumpliría ese trato, que de verdad se haría cargo de su familia, en caso de que el muriera. Ahora esa debiera ser su única preocupación, porque la otra era su princesa, sin embargo, ella ya no estaba en este mundo, Rafael se lo había dicho, él mismo se había encargado de quitarle la vida. Le había contado con lujo de detalle lo que había hecho con ella durante el tiempo en el que la mantuvo cautiva. En este punto, lo único que lamentaba era no poder darle su merecido a ese hombre y dejar que se saliera con la suya.

Una vez más se sintió desfallecer, la habitación daba vueltas y tenía ganas de vomitar, pero su estómago estaba vacío, y sus labios resecos, dejó de luchar y la inconsciencia lo envolvió.

*****
Fernanda sintió un escalofrió al nada más poner un pie en aquella casa, era pequeña, en ese momento estaba sucia y desordenada, desde la entrada pudo observar que una capa de polvo lo cubría todo. Al menos tendría con que entretenerse por algún tiempo. No pudo evitar mirar hacia un lado, sabía que en aquel cuarto a un costado de la casa estaba una persona privada de su libertad, no sabía si era hombre o mujer, pero se estremeció solo de imaginársela.

_ ¿Qué tanto estás viendo? - escuchó la voz dura de Rafael. _ ¡camina! - la empujó. _ ya sabes para que te traje aquí, así que dedícate a preparar algo de comer, no sea que nuestro huésped se nos muera antes de tiempo. - soltó una carcajada.

Ella se apresuró a entrar, odiaba su risa burlona, lo odiaba a él, era un monstruo, quizás no estuviera encerrada en aquel cuarto, ni atada de pies o manos, pero al igual que aquellas personas que eran encerradas en ese lugar ella también era una prisionera.

Entró a la casa y se dio cuenta de que había de todo para poder preparar comida por bastantes días, de inmediato se dispuso a ordenar la cocina y limpiarla para poder preparar algo.

Estaba empezando cuando se quedó paralizada, el grito de un hombre se escuchó con claridad. Asustada se abrazó a sí misma, Rafael no había entrado detrás de ella, seguro estaba con su prisionero, ahora sabía que se trataba de un hombre y no quería imaginar que provocaba que el gritara de esa manera. Deseaba tanto poder tener la suficiente valentía como para poder enfrentar a su perverso esposo, poder defenderse ella misma y poder defender a la pobre gente que caía en sus manos, pero no la tenía y no le quedaba más que someterse a sus caprichos.

Volvió a escuchar otro grito de dolor y luego nada, rogaba porque ya lo dejara en paz.

Al parecer sus oraciones fueron contestadas, porque minutos después Rafael apareció por la puerta.

_ Me alegra que seas eficiente. - se acercó tomando su rostro entre sus manos. Ella lo miró espantada, estaban llenas de sangre.

_ ¿Te asusta? - la miró divertido mostrándole sus manos. _ eres una cobarde, pero un día de estos te voy a llevar conmigo a hacerle una visita a nuestro huésped. - sonrió. _ quizás contigo se porte como hombre y no de de gritos. - se sentó a la mesa tomando una cerveza.

Ella se apartó y se limpió la cara, para seguir cocinando, ante la mirada atenta de él.

Rafael la miraba con atención, de verdad que era hermosa, cuando todo esto terminara iba a regresar al rancho de su ex jefe Pedro Carvajal, iba a buscar y tomar su dinero que había guardado en un buen escondite en medio del bosque y luego iba a tomar a su esposa y se iba a largar muy lejos de ahí, le pondría una buena casa, la vestiría decentemente y luego formarían un verdadero hogar. Sabía que ella no lo quería, pero aprendería a hacerlo, quizás cuando él ya no la tratara como la trataba ahora y se dedicara solo a ella. Su futuro se veía prometedor.

AMOR SIN CONDICIÓN No. 1️⃣1️⃣/SERIE: HOMBRES DE LA SIERRA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora