Capítulo 17. Nā mākua a me ke kaikamahine

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Si de algo estuve segura toda mi vida, era que yo, no le tenía miedo a nada... Y si alguna vez lo tuve, creo que nunca lo note. Ser militar encamino mi vida hacia un perspectiva donde ser débil o cobarde, estaba totalmente prohibido, por lo que desde entonces, estoy segura, que nunca tuve miedo.

O al menos eso quería creer, pues la Diane que estuvo antes de perder la memoria, era así, esta, no tengo idea porque pero siente miedo, tristeza, a veces rabia, nostalgia, algunas veces sola, y si... Justo ahora, estaba ante lo que seguro seria mi primer acto de cobardía; volver a casa mis padres.

Luego de enterarme que papá y mamá murieron, tío Jhon no perdió tiempo y a los dos días luego de su sepultura, tomamos un avión hacia L.A y desde entonces, yo, Diane Marie Brighton, jamás volvió a la casa de los Brighton en New York. Jamás, por más que tío Jhon me insistía — aun siendo pequeña—, mi respuesta siempre fue no. Por lo que en todos estos años, nunca fui a una de esos recordatorio que le hacia Tío Jhon a papá y a mamá, como tampoco volví a New York, a menos que fuese necesario. Y de ser así, me hospedaba en un hotel muy lejos de Upper East Side.

Y es que ir a terapia con el Doctor Vianne me ha hecho entender que durante años yo no buscaba ser una héroe, busca escapar de todo lo que venía viviendo, que mis misiones eran para demostrarme que no era débil y que la muerte de mis padres solo me hizo más fuerte, que todos mis proyectos, se alejaban de lo que tal vez mamá y papá quería para mí cuando era niña, porque sabía que si lo lograba, ellos no estarían ahí para felicitarme. Así que decidí que era momento de avanzar, que mi vida ha sido un constante huir, y que por primera vez quiero saber que sería de mí, sino fuese la Teniente Comandante Diane Brighton.

La cobardía tenía que llegar a su fin, o simplemente ya murió desde que me subí a mi auto, porque justo estaba frente a la casa, mi casa. No podía negarlo, quería devolverme a mi auto y salir corriendo de ahí, pero todo dentro de mí luchaba por calmarse, sabía que era necesario. Mi corazón creo que no latía, sino que hacia un zumbido de lo fuerte que latía, y es que al subir las pequeñas escaleras de nuestra gran casa dúplex a la que llamábamos "The Arconia", pude sentir ese olor, era lavanda imperial, el aromatizante que siempre le gusto a mamá. Entonces ya no quería correr, solo quería que este nudo en la garganta me dejara respirar bien.

 Entonces ya no quería correr, solo quería que este nudo en la garganta me dejara respirar bien

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Revise mis bolsillos —Así es, obtuve las llave de la casa desde los 18. Tío Jhon me las entrego con la esperanza de que algún día volviera, sin embargo se las entregue al abogado de la familia quien resguarda todas las llaves de los bienes inmuebles de mi familia y que hace una semana me entrego—, saque las llaves y las introduje en la cerradura, apenas eso dio vueltas y abrí la puerta, sentía un aire cálido en mi cara.

La casa seguía igual, tanto como el día en que la deje; a un lado estaba la sala que mamá tardo tres meses en arreglar y del otro la puerta que da al estudio de papá, al fondo las escaleras y cerca de estas a lo que le he estado huyendo por casi tres décadas. Sin pensarlo camine justo hasta ahí y mi corazón dio un vuelco a verlo, ahí estaba, intacto y precioso, como desde el día en que se creó y entonces de manera involuntaria una lagrima salió de mi ojo y el resto de mi cuerpo solo estaba a punto de sucumbir a tristeza y la nostalgia nuevamente.

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