Especial de Halloween

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"El chico de la caperuza roja y el monstruo del bosque"

Parte I

Durante el atardecer, un joven azabache de gran caperuza roja caminaba con cautela entre los pinos de un bosque tenebroso. Con una mirada indiferente observaba a su alrededor, a la vez que protegía la canasta que traía en mano. 

A temprana hora su hermana le había despertado para ir a visitar y llevar algo de comida a su querido abuelo, quien había enfermado. Pudo haber ido la fémina, pero ante la preocupación de salir a tales horas y tener la posibilidad de encontrarse al supuesto monstruo de aquellas tierras, prefirió ir él y salvaguardar la vida de su mayor. 

No hace más de siete meses se corrió el rumor de un ser monstruoso que vivía en el bosque. Quien había presenciado aquello, juró ante el pueblo que sus pertenencias habían sido robadas, describiendo entonces el aterrador físico del causante de su espantosa tarde. Ojos rojos, grandes y filosos colmillos, garras oscuras y melena castaña. Según a simple vista parecía ser un perro de aspecto descuidado; sin embargo, al sentir pena por este y acercarse para ayudarlo, era cuando comenzaba el terror. 

Eso es una tontería. 

A pesar del fresco viento que lo abrazaba, los crujidos que provocaba al pisar las hojas secas de tonos amarillos y rojos por la llegada del otoño, le causaba una curiosa tranquilidad. Era algo relajante. Momentos después se detuvo un segundo para acomodar el contenido de la canasta y anudar las agujetas de sus largas botas. Inhaló y exhaló fuertemente al percibir unas flores de dulce olor. Un pequeño gesto se formó en su rostro, tal vez serían del agrado de su hermana y abuelo. Se levantó y aproximó a donde el olor tuvo mayor impacto. Notablemente feliz, se agachó y tomó un ramo de la misma. Unas bonitas flores de ocho pétalos con degradados rojizos y su centro amarillo. Lo guardó en la canasta para luego continuar con su camino. 

Tras unos minutos de caminata, frotó su blanca camisa de mangas largas contra sus brazos. El fresco ambiente del lugar pareció bajar de temperatura. El cielo había comenzado a oscurecerse y la preocupación le invadió. Debía apresurarse. Acomodó su caperuza y aceleró el paso. 

¿Por qué debe ser un monstruo? Lo más seguro es que un animal lo atacó y exageró al narrar su historia.

Siguió frotando sus brazos en busca de calor; sin embargo, se detuvo y frunció el ceño al escuchar unos ruidos extraños. El viento había disminuido, por lo que este no podría ser. Prefirió ignorar aquello. 

Uno, dos, tres, cuatro… 

Había escuchado cuatro pisadas. Intentó ver de soslayo tras de sí. Nada. Negó levemente con la cabeza. Lo más probable es que haya sido un animal… confiaba en que era un animal cualquiera. Siguió su caminar por otro momento hasta que vió a lo lejos algo de humo. Estaba cerca. 

Los monstruos no existen. 

Tan solo dio un paso, y el movimiento de un arbusto se escuchó. Miró hacia atrás. Nada. Suspiró.

— Son conejos — murmuró. 

No obstante, el ruido aumentó. Claramente eso no podría hacerlo un conejo. Regresó la mirada al frente y aumentó la velocidad de sus pasos. Esta vez abrazó la canasta para evitar que algo cayera. Había comenzado a sentirse nervioso 

Entonces… Gritó. 

Repentinamente, algo de gran altura e irreconocible apariencia le embistió hasta perder de vista el humo que guiaría su camino. Desde el suelo, intentó estabilizar su respiración. Le dolía su abdomen, el cual, fue la zona afectada. Al no ver la canasta, sintió temor. Su abuelo ya no podría disfrutar de una cálida comida y de flores de agradable olor. Se sintió decepcionado de sí mismo, no había logrado cumplir con su misión; sin embargo, todo eso desapareció cuando un individuo se agachó frente a él. Asustado, entrecerró la mirada y fijó su atención en aquello. 

Sᴀᴛōʀᴜ | Kᴀɢᴇʏᴀᴍᴀ TᴏʙɪᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora