Capítulo 36

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Cami.

El reloj marcaba las tres de la madrugada y no había señales de vida por parte de Daniel, ni un mensaje ni una llamada o algo que disminuyera la preocupación que estaba alojándose en mi pecho.

Sentía mucha rabia y tristeza por toda nuestra situación. A mí también me gustaría huir como lo hace él cada vez que surge un problema, escapar de toda la mierda sin importarme un carajo, pero no podía. No era como él.

Estuve caminando por toda la habitación mientras mordía mis uñas, pensando en lo que nos habíamos convertido últimamente, ya no éramos los niños que jugaban en Denver, ni siquiera los mejores amigos que solíamos ser hace unos meses atrás, ahora éramos una pareja con problemas estúpidos que evitábamos hablar el uno con el otro por nuestro orgullo.

Me fui a dormir alrededor de las cinco de la mañana, mi cuerpo y mi mente pedía un descanso a gritos así que cuando desperté fui poco consiente de que hora era, los rayos de luz entraban brillantes por la ventana, giré mi cabeza solo para darme cuenta que yo era la única que me encontraba en la cama, Daniel no había llegado a dormir y el corazón se me aceleró.

¿Y si le ocurrió algo?

No. No. No.

Tomé el móvil y tecleé su número con las manos temblorosas, esperé unos segundos hasta que escuché el tono de llamada a unos cuantos metros, abrí la puerta de la habitación y me acerqué al sofá, allí estaba, dormido, el teléfono estaba en el suelo sonando y pasé en un segundo de estar preocupada a completamente enojada. ¿A qué hora había llegado a casa? ¿Dónde estuvo todo ese tiempo? ¿Es que acaso no pensaba que moría de la preocupación? Me incliné hacia el para oler la peste que emanaba, definitivamente había bebido, fue inevitable arrugar la nariz cuando distinguí el olor a tabaco.

Suspiré y terminé la llamada, cuando el teléfono dejó de sonar Daniel comenzó a moverse, me di la vuelta y entré a la habitación con las lágrimas a punto de salir. Nunca habíamos tenido problemas por su formas de divertirse pero ahora notaba que cada vez que discutíamos regresaba apestando a alcohol lo cual no iba a soportar, no era la vida que yo me imaginaba, estar detrás de él impidiendo que se matara de una ingestión alcohólica no era lo que yo necesitaba, ya era un adulto, podía cuidarse solo aunque ni ese pensamiento impidió que continuara llorando bajo la ducha, traté de despejar mi mente pero cuando salí envuelta en mi bata de baño y lo vi de pie frente la cama me quedé estática.

Se veía completamente desalineado, el cabello revuelto, la cara un poco hinchada, la camisa blanca contaba con manchas que podía apostar eran de cerveza y los pantalones de pijama estaban horriblemente sucios, como si se hubiera dejado caer en un charco de lodo.

—Necesito usar el baño. —dijo pasándose la mano por el rostro.

Me hice a un lado para que pudiera entrar y cuando lo hizo se encerró enseguida, yo continue mi camino hacia el armario y comencé a sacar las prendas que usaría hoy, cuando termine de vestirme, Daniel salió completamente limpio, con el cabello húmedo cayendo por su frente y una toalla alrededor de su cadera, el resto de su cuerpo contaba con unas pequeñas gotas que resbalaban por su piel.

— ¿Dónde está mi ropa?

—Donde siempre. —respondí sentándome en la cama.

El avanzó hacia el armario y comenzó a buscarla, yo tenía un nudo en la garganta que me negaba a soltar, mis ojos seguían nublados, pero no iba a llorar frente a él, ya le había dado todo de mí.

—Yo... —se dio la vuelta para verme fijamente. —Lamento haber dormido en el sofá.

— ¿Eso es todo lo que lamentas? —me burlé. — ¿No lamentas haber actuado como un novio celoso o haberte ido, así como así?

¡Nosotros! (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora