8 | Venenosa

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Una alarma sonó por todo Danger. La alarma era cuando el gobierno traía a prisioneros a la cuidad, el gobierno acababa con las amenazas mandándolos a Danger para que los asesinos los terminarán matando. Los asesinos lo hacían pero no para mantener felices al gobierno sino porque las presas que mandaban eran repugnantes, la mayoría eran violadores.

Isabella bostezó y se levantó de la cama lista para matar a la persona con la que tuviese que enfrentarse, se coloco su ropa y la gabardina, como siempre guardo una daga cerca donde pudiese tener facilidad de agarrar y una navaja en la bota por si la llegaba a necesitar. Movió su cuello de un lado hasta que se escuchó crujir, estaba lista para lo que se aproximaba.

Por otra parte los asesinos ya estaban listos, sentados esperando a que bajara la pelinegra, incluso se encontraba Amelia quien había sido invitada por el italiano. Stefano caminaba de un lado a otro mirando su reloj, era tan impaciente y ya faltaba poco para que diera la hora en que deberían estar en el lugar acordado, también se sentía nervioso por lo que le podía pasar a Isabella, apenas la conocía pero eso no importaba, no quería ver como una mujer moría y él no pudiera hacer nada para salvarla.

—¿Y si se escapó? —pregunto Carlos.

—No me sorprendería —dijo Edel riendo.

—Eso quisieran —dijo Isabella bajando las escaleras — Yo no huyó de mis problemas, yo acabo con ellos.

Daba pasos lentos dándose el tiempo suficiente para bajar las escaleras. Stefano se apresuró para ofrecerle su mano y ayudar a bajarla, la pelinegra sonrió y acepto la mano del italiano. Edel rodó los ojos al ver lo caballeroso que era su amigo, la pelinegra no se merecía ningún respeto e interés por ninguno de los asesinos, pero eso solo pensaba el alemán porque los otros estaban encantados con la joven de ojos azules.

Amelia fingió no darse cuenta de como el italiano era caballeroso, la pelinegra paso al lado de ella dándole un pequeño empujón sin que nadie se diera cuenta.

—Me hubiese encantando conocerte más —dijo un triste Carlos —. Lastima que morirás.

Isabella se acercó y le dio un codazo al mexicano haciendo que le sacará el aire, con ambas manos se sostuvo en la parte en que ella lo había golpeado, trataba de coger aire, pero inútil. Zorán como buen amigo que era no paraba de reírse de él, su rostro estaba completamente rojo de tanto reír y el de su amigo también pero no por reír sino por el dolor y el no poder respirar.

—No manches —dijo el mexicano cuando por fin pudo respirar—. Que fuerte, por eso le ganaste a Edel.

—Ella no me gano —alzo la voz el alemán.

—Claro que sí —sonrió la pelinegra.

—Que no.

—Ya, no llores.

—No estoy llorando —bufo él.

—Niñita.

—Maldita loca.

La alarma volvió a sonar indicando que era la última llamada para que se reunieran en el lugar acordado. Edel abrió la puerta y salió de la casa sin decir ni una sola palabra, Stefano abrió la puerta para las tres mujeres, Aria y Amelia le sonrieron de agradecimiento mientras que Isabella dejo pasar a los dos hombres antes de que ella pasará, cuando paso al lado del italiano se permitió oler el perfume, ella le guiño el ojo y sonrió coqueta. Stefano esbozó una diminuta sonrisa y paso su mano por el cabello tratando de acomodarlo, era una costumbre que tenía cuando estaba nervioso o estresado, en este caso era la primera, estaba nervioso por la actitud de la pelinegra y por lo que le podía pasar en la pelea.

Danger Donde viven las historias. Descúbrelo ahora