CERO: PRÓLOGO

870 67 4
                                    

Los ojos intensamente verdes la miraban como si fuera un foco de luz completamente cegador, haciendo que en su cuerpo apareciera el familiar sentir de los escalofríos.

Aparecían cada vez que la hoja de su arma le quitaba la vida a algún ser.

Entonces ¿Por qué esta vez sentía debilidad en su corazón?

Recuperó el filo de la hoja incrustado en el cuerpo con un movimiento seco y preciso, goteando el líquido carmesí sobre la suciedad que los rodeaba, sus facciones en completo control.

Sus manos soltaron involuntariamente la Naginata, observando el semblante repentinamente sonriente que le devolvía la mirada.

-Que ironía, Yashahime. El mismo escenario, diferentes papeles.

No le gustaba, podía jurarlo.

Lo odiaba, de hecho. La sensación extraña apoderándose de ella.

-Al contrario de ti, Demonio -Su voz le sonó pastosa, oscura incluso, entendiendo que la adrenalina de la batalla había bajado dejándola inmersa en un estado impredecible. -Mi intención no era matarte.

-La mía tampoco lo fue, princesa. -Setsuna pudo sentir perfectamente el latir en la vena de su cuello, sin poder apartar la mirada de los ojos verdes que brillaban casi como si la admiraran. -Ni siquiera debía haber estado aquí.

Los ojos de todos estaban en ella, en la forma en que su mano temblaba al haber perdido la fuerza que su arma le brindaba para enfrentar la vida.

Ella había perdido la entereza con la que estaba acostumbrada a esconder la falta de seguridad con la que había crecido, en el mismo momento en que sus recuerdos y sueños habían sido robados. Podía sentir la presencia de su gemela en su espalda, sentía como su cuerpo estaba nervioso por sacarla de esa situación.

Tronó sus dedos unos contra otros en la mano derecha sin saber realmente cómo moverse de la atención casi asfixiante que el demonio agonizante le estaba otorgando. Su rostro se descompuso en una mueca de desagrado, provocando un destello extraño en Kirimaru, rodeado de la sangre que emanaba de su pecho abierto.

Había soñado, añorado ese momento desde el mismo instante en que pudo sentir los brazos de su madre rodeándola cuando había muerto y su alma había caído en custodia de la mujer que le había dado la vida por un breve momento. Había esperado el poder enfrentarlo, ahora entendiendo que su torcida familia era la responsable del estado en que sus padres habían caído.

Él era responsable de que ella hubiera crecido sola y desprotegida, sin comprender sus orígenes. Sin la mano dura de su padre educandola sobre su naturaleza, sin el amor incondicional de su madre, cálida como la había percibido. Sin su gemela.

El demonio merecía morir por ser un gobernante incompetente y perezoso.

-Set... -Con una sola mirada de sus ojos violeta, fríos como nunca antes, ella acalló el bajo murmullo de él, que comenzaba a tener los ojos cristalinos, casi sin brillo de vida.

Se movió sin entender que la impulsaba, acercándose al punto donde se encontraba Towa y Moroha mirándola con preocupación, quien aún tenía en su poder la espada sanadora de Sesshomaru. ¿En qué momento había decidido que podría atribuirse aquello?

Ella había sido capaz de cargar con la muerte de múltiples seres. Ella recordaba el rostro, la mueca que había hecho cada vida que había arrebatado desde su temprana edad, cuando entrenaba bajo el designio de las escuetas y cortas notas que le llegaban junto con los regalos que la mantenían a salvo. Ella era capaz de vivir con ello, sin dejarse perturbar por los recuerdos.

Y aún así sabía que no podría cargar con esa alma en particular.

-Dámela. -Se plantó frente a su gemela, quien comprendió fácilmente a qué se refería, tendiendo de forma aturdida para ella la funda con el arma.

-Pero... -No hizo contacto visual con ella, arrebatando la espada de sus manos y cortando su habladuría rápidamente.

Mientras caminaba desenfundo la hoja, sintiendo la energía de Sesshomaru tranquila, absorbiendo el nerviosismo latente en el palpitar de su madre, que la miraba con ojos curiosos y preocupados por igual, viendo por el rabillo del ojo como el demonio mantenía a raya a la Hanyo, visiblemente nerviosa.

Y en todo momento mantuvo su semblante en blanco, pese a que sentía los músculos de su rostro quebrantarse mientras más pensaba en la extraña situación en que se encontraba.

Kirinmaru estaba desmayado en la sucia tierra, sus facciones relajadas y despojadas del dolor que estaba aguantando en tensión. Al verlo de esa forma casi parecía un hombre frágil, roto y corrompido.

Casi sentía lástima, pero era algo que no se podía permitir jamás.

Empuñó la espada sanadora con manos firmes, sintiendo la energía que desbordaba apoderándose de sí misma de una forma extrañamente cálida, pero nada surgió más allá de aquello. ¿Es que ella no era digna de portar el arma forjada por el colmillo de su abuelo? ¿La espada no la reconocía a ella como una digna portadora?

Un gruñido bajo se escapó de sus labios. Se negaba a pedir ayuda de ningún tipo.

Aún inmersa en su orgullo pudo sentir a Sesshomaru comprenderla a lo lejos.

-Concéntrate. -La palabra pronunciada suave y bajo era casi imperceptible para su propio oído, pero se mantuvo estoica mientras miraba el cuerpo desangrado a sus pies.

La mano derecha se apretó inconscientemente en el mango de la espada, esperando que algo pasara por sus ojos. Esperando comprender que debía cortar.

Y luego ahí estaban ellos, seres pequeños como buitres sobre el cuerpo, codiciosos de la vida perdida en batalla. Sin ningún tipo de duda los cortó con un movimiento rápido, soltando el aire que no sabía mantenía en los pulmones al momento en que el pecho del demonio se regeneró frente a sus ojos.

-No fue tu culpa -Guardó la espada tendiendosela a Sesshomaru, alejándose a toda velocidad de los escalofríos que la estaban acechando. -Lo justo, justo es.

Ojalá hubiera sabido que sería el comienzo de una danza obsesiva.

Red Thread - Kirinmaru & Setsuna (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora