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Pov L.

Hoy, casi tres años después de haber escrito por primera vez sobre ella es mi diario, me doy cuenta de que dejé por fuera del relato los detalles imprescindibles. Y aunque valoro los detalles por encima de cualquier otra cosa (algo característico de mí), entiendo que es normal: los diarios no son algo que uno escribe pensando en el futuro. Son, más bien, un registro de las preocupaciones que uno tiene en el presente, en el ahora. Y en ese entonces yo estaba muy preocupada por:

1) No perder el semestre (y no lo perdí)
2) La alimentación de Sorn (que había perdido el apetito después de la muerte de mamá).
3) La escritura de cuentos (que desde ese día empecé a perfeccionar, influenciada por las historias de Raymond Carver y Cortázar)

Además, usaba mi diario para contarme a mí misma la historia de mi propia vida. Ahora lo uso para contar la historia de nosotras.
   El día en que nos conocimos fue más o menos así:
Era miércoles y la película empezaba a las once de la mañana en el teatro más viejo de toda la ciudad. Llegué diez minutos tarde y la vi parada en frente de la taquilla, estaba en unos de esos ordenadores de fila (dos lazos recubiertos de terciopelo rojo) mirando su celular. Me pare detrás de ella y nos convertimos en el principio y el fin de la fila más corta del mundo: o todos habían entrado, o nadie más iba a entrar.

Tenía susto de que la película ya hubiera comenzado porque sabía lo que eso significaba para mi semestre: una tragedia. Ella (en esos momentos era simplemente "ella") era un poco más baja que yo y sus aretes largos y brillantes llamaron mi atención.

-¿Ves a alguien ahí?- le pregunté, impaciente y sin saludar, movida por la angustia de haber llegado tarde.

-No- me respondió, señalando con el dedo un letrero café oscuro pegado en la esquina superior del vidrio que decía en letra casi ilegible: "Estoy en el baño, ya regreso". Las dos nos reímos.

-Perdón- respondí.

-Es que no traje mia gafas y no alcanzo a leer bien de lejos. ¿Estarán demorados?

Según la información de la página web del teatro, no había proyección de películas clásicas después de la función de matiné. Esta era la última oportunidad de ver Casablanca y no quería perderme el principio de la película. "¿Qué diablos es una matiné?", le pregunté a mi papá esa mañana, mientras hablábamos de mis entregas pendientes para la universidad. Y fue así, a regañadientes y mientras le servía una taza de cereal a mi hermana, que conocía la historia del primer beso que se dieron mis papás.

Tenían más o menos mi edad y en vez de irse al colegio se iban a la matiné a "ver una película": el nombre clave que le daban a los que en realidad era darse unos besos a escondidas de todos. Y aquí aprovecho para hacer una confesión que no hice en mi diario: mientras mi papá me contaba su historia, no podía evitar imaginarme que los estaban dándose besos en el teatro éramos Mark y yo. (Luego hablaré más sobre él).

-¿Por qué no averiguamos?- me dijo mi papá con una emoción que solo despiertan los recuerdos que hemos dado por perdidos.

-Es posible que todavía exista el teatro.

-¿Ir a un teatro en la mañana?- respondí, tras una risa irónica.

-Tú sabes que nunca voy al cine, prefiero bajar la películas y verlas en casa, papá.

Aunque ambas cosas eran ciertas, preferí ocultarle que 1) no había encontrado la película por internet y 2) que si no entregaba el ensayo "Casablanca y la novela romántica" antes de la medianoche de ese día, iba a perder mi primer semestre de universidad. Pero como sabía que mi papá no se iba a parar de la mesa hasta que yo le asegurara que iba a ir a su dichoso teatro, no tuve más remedio que prometérselo.

Sí, si es contigo (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora