El cielo está en mí

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Pov L


Hace unos días fui con J al cine y, al salir, se dio cuenta de que yo había llorado. En la película, la niña protagonista se quedaba a dormir donde una amiga y en la mitad de la noche se despertaba, casi sin poder respirar, con un ataque severo de mamitis. Mi mamá me contaba que cuando era niña no podía despedirse de mí ni en el colegio, ni en el jardín, sin que yo estallara en un ataque de llanto incontrolable. Según muchos era normal. "Para todos los niños es difícil pasar de los brazos de su mamá a los de la profesora, pero con el tiempo se van acostumbrando y finalmente lo superan". Pero mi apego hacia ella, esa necesidad de estar entre su brazo, de quedarme a su lado, de escogerla a ella sobre todas las cosas, no fue superable, y nunca pude quedarme en la casa de una amiga sin que me diera un ataque de mamitis. Y creo que cuando por fin pude dejar de sentirme así, fue por una de estas razones: 


1. Maduré.

2. Tener mamitis a no es una opción. Tal vez la mamitis es una angustia que solo puede sentirse cuando mamá esta en un sitio a donde uno puede llegar. Cuando uno se da cuenta de que ningún lugar del mundo es mejor, ni más seguro, ni más cálido que el lugar en donde está ella. Uno se arrepiente de haberse ido en primer lugar, y la mamitis es precisamente esas ganas incontrolables de volver a su lado. Cuando uno PUEDE volver a su lado. Cuando ver a mamá es una opción. Y pues, bueno, esa opción ya no existe para mí. Por más que quiera, no puedo ir hasta las nubes a buscar a mi mamá. 


-No tienes que ir hasta las nubes para estar con tu mamá, L. Ella está contigo, es por eso que no tienes mamitis- me dijo J, sin que yo tuviera que decirle ni una palabra de lo que estaba pensando.

No pude agradecerle, pero su capacidad de ver lo esencial de las cosas me ayudó a entender lo que el ruido de mi propia mente me había escondido: que mamá no se había ido. No del todo. No para siempre. Aunque papá, Sorn y yo no pudiéramos verla, sí podíamos hablarle, porque estaba justo aquí. Mamá está dentro de mí. En mi pecho. No sé cómo explicarlo, y tal vez suene exagerado, pero la profundidad de sus palabras me transforma. Ella me ha enseñado que los sueños no son imposibles ni inalcanzables, pero tampoco son un milagro que aparece de la nada. Los sueños son un propósito. 


J me ayuda a entender lo importante. Me ayuda a entenderme. A salir de mi mente. A bajarle el volumen a mi dolor. A reír. A soñar. A ser yo.

Me gusta la "yo" a la que J me vuelve, y la vida me gusta más, cada vez más, gracias a ella. Ella me devolvió un pedazo de mi corazón que pensé que era imposible de reconstruir. Y sé que hay una cosa que le voy a decir la próxima vez que la vea. Solo una cosa: que sus sueños también van a ser un reto mío y que yo voy a hacer todo por hacerlos realidad. 


Porque ella hizo eso conmigo.   







  

Sí, si es contigo (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora