J

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Pov J

Me impresiona saber que a veces, las personas no reconocemos comportamientos sino hasta que los vemos claramente en alguien más.

Es como cuando tuvimos una pelea con nuestros padres y nos dijeron que estábamos siendo groseros. Pensamos que estaban exagerando hasta que, por casualidad, vimos a alguien más en la misma situación  y es como si de repente nos viéramos en un espejo y no solo reconociéramos que sí les estábamos hablando mal, sino también lo feo que es.
Bueno, pues así me sentí ese día.

A veces recodarmos las cosas con vergüenza de admitir que no siempre son como queremos. Como si al hacer un recuento de las memorias, lo que en verdad buscáramos fuera reconstruir una versión ideal de los sucesos, en vez de rearmar las escenas tal y como pasaron. Y es que así haya escrito originalmente que Kai fue muy grosero (conmigo y con L), lo hice  manteniendo una especie de pudor. Porque, siendo honesta, fue peor que simplemente perdernos o que tuviera una actitud prepotente.

Intentemos, esta vez, escribir las cosas tal y como sucedieron. Escena por escena. Sin editar lo feo.

Escena 1

El carro de Kai frena al frente de mi casa. Lo veo desde la ventana de mi cuarto. La protagonista, o sea yo, está molesta, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. El plano se cierra y se acerca hasta el reloj colgado en la pared: son las 3:38 p.m. Ella mira la hora y se da cuenta de que él tiene casi dos horas de retraso.

Nota: Primera mala señal que ella, obviamente, prefiere ignorar como siempre.

Escena 2

A diferencia de las películas (en las que el galán abre la puerta del carro después de darle un beso dulce a la protagonista y entregarle un regalo cursi), Kai no se baja a saludarla. "Bueno, ya que llegaste, podemos ir a un lugar nuevo que queda por...", dice ella intentando mantener el tono de voz más cordial posible. Él se ríe y la interrumpe diciendo: "No, linda. Vamos a ir a un bar de cocteles que me recomendaron".

Nuestra protagonista no quiere tomar licor. Preferiría un café, un té, una conversación, una cena romántica en la que pudieran tocarse los dedos por encima de la mesa. Intenta negarse (la cámara en su casa muestra que habla, que dice razones, que está dispuesta a no dejarse imponer la voluntad de él), pero Kai empieza a decirle lo de siempre: que es una niña que necesita crecer. Ella cede (agotada, dibujando un gesto entre triste y resignado) y él, sin decir nada, arranca el carro haciendo mucho ruido.

Escena 3

Después de dar muchas vueltas por el barrio, dejan el carro en un parqueadero. No encuentran el supuesto sitio muy cool de cocteles y discuten. Este es el momento en que se hace un plano detalle a  los zapatos de ambos. Primero, a los tacones de ella. Luego, a los tenis de él. Después, a los dos al mismo tiempo, caminando rápido, girando aquí y allá, deteniéndose como buscando algo.

Hay que hacer esto para que se entienda que no es lo mismo caminar de una forma u otra, para que se entienda que después de cuarenta minutos sin rumbo fijo ella está cansada, le duelen los pies, quiere sentarse. Ahora, regresan a sus rostros. Ella está aburrida de pedirle a Kai que paren a preguntar indicaciones. Él, con sus gestos de niño grande: torciendo los ojos y la boca, incapaz de mirarla de frente.

"No más, Kai. No más", le dice frente a una casa que parece salida de un cuento de hadas. Él se detiene y la observa de arriba abajo, un poco confundido, como si fuera la primera vez que la ve en la vida. Ella está hecha una furia: "¡O entramos a este café o le digo a James que me recoja ya!", le dice intentando no gritarle a él, que la examina con curiosidad.

Escena 4

Desde que entra, nuestra protagonista sabe que la chica del pelo rubio es la misma que conoció el otro día. "No mucha gente tiene el pelo de ese color tan claro", piensa. Pero decide, en un comienzo, hacer como si no supiera esto. No quiere parecer una loca, porque sabe que sería raro decirle de la nada: "Hola, soy la del DVD. ¿La que te regaló una entrada aquella vez que se fue la luz en el cine?". Por eso, decide actuar un poco cuando se acerca. Poner cara de intentar recordar algo, como si se estuviera concentrandose en descubrir un misterio en el rostro de la chica de cabello rubio.

Tras un rato, la barista la reconoce y les ofrece a nuestra protagonista y a Kai unos cafés de cortesía, sonriendo hasta de los desplantes de este, que con cada segundo se pone más insoportable y pesado. Nuestra protagonista sigue a su novio hasta la mesa y él le da un regalo: un collar con la letra de su nombre "J".

Ella intenta sonreír, pero la sonrisa le sale fingida. Sabe que el detalle no tiene nada de romántico, que los regalos de él siempre son disculpas anticipadas: te doy algo y te aguantas mis escenas, mis desplantes, mis palabras hirientes después. Ella presiente que esa "J" en su cuello es la representación de lo que para Kai significa amor: una transacción donde el único ganador es él. Así que, envalentonada por la tristeza y la vergüenza, nuestra protagonista le dice muy seria: "No le vuelves a hablar así". Él la mira extrañado. "Ni a ella ni a nadie", agrega, un poco apenada. Kai la mira feísimo, arrugando las cejas hasta casi juntarlas, y le grita: "Te espero afuera, me estaré fumando un cigarrillo". Sale, después de ir donde la barista, que, sin perder la calma, le sonríe y le dice que allí no venden cigarros.

Escena 5

La acción pasa al otro lado del café, a la barra donde está la barista con los dos macchiatos. Nuestra protagonista se acerca, roja de la vergüenza, sin saber bien qué decir. La chica del cabello rubio le entrega su bebida y con curiosidad lee la nota: "J: Un macchiato de agradecimiento". Sus ojos se ponen grandes y curiosos como los de un gato. Se pregunta: ¿Por qué sabe la inicial de su nombre?". La barista, antes de cualquier malentendido, señala la cadena y dice: "A mí dime L. Con esa letra empieza mi nombre".

Escena 6

Ya es de noche cuando Kai la lleva a su casa. Están fastidiados y no dicen nada durante todo el viaje. Ella mira por la ventanilla cómo se van encendiendo las luces de la ciudad, una por una, como un gran mar de luciérnagas. Al llegar, Kai frena en seco y sin mirarla le dice: "Bájate". Ella lo hace y tira fuertemente la puerta, esperando aún ese momento romántico en el que el chico corre tras la protagonista después de decir algo malo, la toma de las manos y le pide que lo perdone, que él cambiará, y en realidad sí cambia. En esa fantasía ésta ella, cuando oye a Kai decir su nombre. Se detiene. Se siente feliz (un plano detalle de su cara es muy importante aquí), segura de que por primera vez la expectativa y la realidad son la misma cosa. Que sí cambió, que sí la ama. Pero no, lo que él le dice es otra cosa: "Dame el collar". Ella se lo quita y trata de aguantar las ganas de llorar. La cámara enfoca a J, que brilla bajo la luz de la luna.

Corten.






Sí, si es contigo (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora