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Pov J

L salió del apartamento, saqué mi diario, escribí, lo guardé. Después fui hacia mi estudio para distraer de alguna forma los nervios que tenía. Contarles a nuestras familias podía resultar bien o mal y, aunque ese resultado claramente me asustaba, también temía lo que fuera a pasar con nosotras al dar ese paso de amarnos no solo en la privacidad. Porque lamentablemente, a veces, cuando dos personas del mismo sexo se aman, hay ciertas cosas que tienden a normalizarse. Esconder a la persona que amas, evitar los gestos o palabras que puedan siquiera evidenciar rastro de amor en su presencia, demostrar lo que sientes solo cuando no estás siendo visto, o silenciar los sentimientos naturales cuando te preguntan por esa persona, o cuando la mencionas por iniciativa propia. Esconder el amor buscando protección es lo más triste del mundo y, sin embargo, salir de ahí parece a veces escalofriante.

Empecé a imaginar que estaba caminando con L. Que íbamos tomadas de la mano en algún lugar. Y que cada vez que yo quería, el lugar cambiaba. Pero fuera cual fuera el paisaje alrededor que me antojara atribuirle al pensamiento, seguíamos intactas, L y yo, caminando tomadas de la mano. 

En ese instante sonó mi teléfono y vi que tenía un mensaje de mi mamá.

Ven a la casa.

Tuve un mal presentimiento y sin siquiera responderle salí lo más rápido posible. Tenía mucho miedo de que algo le hubiera pasado a papá o a Irene, y que mi mamá no hubiera sido capaz de escribirlo. Cuando llegué a la recepción del edificio me di cuenta de que James estaba afuera esperándome. Le pregunté qué estaba pasando y me dijo que no sabía, pero que teníamos que irnos rápido. En el recorrido lo bombardeé con preguntas pero me dijo que solo había recibido un mensaje de mi papá pidiéndole que me recogiera. 

Cuando llegamos bajé a toda velocidad y pensé en timbrar, pero preferí buscar en mi cartera la llave. No iba a esperar ni un minuto. Me urgía entrar lo más rápido posible y entender a qué se debía mi presentimiento y el mensaje de texto. Metí la llave, la giré, agarré la manija y entré. 

James no entró. No vi señales de que estuviera pasando algún percance, no veía ninguna peculiaridad, no había un solo ruido. La casa, al contrario, estaba vacía aparentemente y el silencio era casi ensordecedor. Me calmé de inmediato.

Pensé que mi intuición me había traicionado y que el mensaje de texto había sido malinterpretado. Cerré la puerta a mis espaldas y respiré.

—Ven —dijo mi mamá, pero no podía reconocer de dónde provenía su voz.

—¿Ma? —dije, con un poco de preocupación, hasta que supuse que estaría en la sala.

Caminé sigilosamente con desasosiego hasta bajar el escalón que conducía a la sala. Cuando llegué, me encontré con que mamá y papá estaban sentados en el sofá en completo silencio. Disminuí la velocidad de mis pasos.

—Siéntate. Rápido —dijo mi papá casi sin abrir la boca.

—¿Qué pasa? —pregunté en voz baja mientras me sentaba ya atemorizada.

—Dime tú. ¿Qué te está pasando? —me dijo mi mamá.

—No entiendo.... —respondí.

—A ver si así entiendes mejor... —dijo mi mamá.

La miré y vi que estaba metiendo su mano al bolsillo para mostrarme algo. Miré a mi papá, que se había llevado una mano a la cabeza del estrés. La confusión me iba a enloquecer.

—¿Entend...? —empecé a preguntar, pero se me fue la voz al reconocer perfectamente lo que mi mamá me estaba enseñando con su mano derecha.

Viajé al pasado en una milésima de segundo. 

Sí, si es contigo (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora