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Pov J


Al releerme me siento orgullosa de toda la cantidad de cosas bonitas que gané al tomar esa decisión. Desde entonces no soy la misma. Sí, sigo amando las películas, amo ir al teatro, me gusta mil veces más un café que un coctel, pero soy una versión mejorada de mí. Una versión más madura, más fuerte, más rápida, capaz de amarse a sí misma sin buscar la aprobación de nadie. Jamás se puede romantizar el tipo de actitudes que tenía él conmigo. Ese tipo de cosas no son saludables y no pueden ser tomadas como normales o, tan siquiera, aceptables.

Agradezco que el tiempo me haya ayudado a sacar de mí toda esa negatividad con la que me intoxicó durante tanto tiempo. Y la mejor formar de hacerlo es a través de este diario. A través de las palabras. 

La historia de Samuel

Fue un flechazo de esos que Cupido te lanza directo al corazón sin anestesia. Mis amigas del colegio organizaron un asado de reencuentro por el primer aniversario de nuestra graduación. Yo llegué un poco tarde ese día y al entrar me presentaron a Kai. Esa noche nos quedamos juntos todo el tiempo, conversando en una mesa al aire libre por horas, al lado de la piscina donde todo el mundo se había metido. Nos gustaban las mismas cosa (al parecer), complementaba mis pensamientos (al parecer) y teníamos los mismo valores (al parecer).

El combo perfecto, pensaba yo. Ni mandado a hacer, me decían mis amigas cuando les hablaba de él. Empezamos a vernos de vez en cuando. Salíamos a caminar por algún parque o íbamos a un café a charlar como esa primera noche. Kai  era caballeroso y respetuoso. Nuestro primer beso  fue caminando  una de  esas veces. Estábamos uno al lado del otro, sin rumbo fijo, hablando de cualquier cosa. Nos sentamos en una banca y ahí se quedo mirándome fijamente hasta que me besó. Desde ese día fuimos novios. Yo juraba que estaba en una película. Era  novia de un hombre bueno, generoso, caballeroso, amable. Los ojos del amor te hacen ver cosas que no están, como si fuera un oasis en medio de un desierto que confunde tus sentidos. 

Sin embargo, la ilusión tenia que quebrajarse. Empezó con una llegada tarde, después se pasó de tragos, y fue creciendo así cada vez más, hasta que un día me alzo la voz. No quería quería ver el lado oscuro de Kai. Quise creer que eran cosas normales, que el amor era así, que solo era "difícil" a ratos. Luego, cuando el verdadero Kai fue demasiado evidente, me obsesioné con la idea de que aguantando podía mejorarlo o rescatarlo. Por es tonta creencia normalicé un montón de cosas que nadie debe permitir: 

Recuerdo el día en que fuimos a un restaurante italiano y Kai pidió de entrada un carpaccio de res, una pasta corta de plato fuerte y una copa de vino tinto para acompañar. Todo sonaba delicioso, así que le dije al mesero que me trajera lo mismo que a él. No había terminado de hablar cuando preguntó: "¿Te vas a comer todo eso?". En ese momento no entendí que detrás de su pregunta había una critica a mi cuerpo y que su comentario pretendía controlar mi alimentación haciéndome sentir mal por tener el mismo apetito que él siendo mujer. Al contrario, sentí culpa y la vergüenza que sentimos algunas mujeres cuando insinúan que somos irresponsables con nuestra alimentación o cuando nos señalan algo relacionado con nuestro peso. Le dije que tenia razón, que yo no era capaz de comer todo eso, y le dije al mesero que cambiara mi pedido por una ensalada. Jamás volveré a cometer el error de dejar que otros decidan sobre mi apetito o sobre mi cuerpo. 

volviendo a esa noche en la que le terminé: 

Cuando estábamos todos comiendo en la mesa, mamá me hizo una pregunta a la que respondí con una confianza nunca antes vista por mis familiares:

-Chiqui- dijo mamá rompiendo el silencio.

-¿Por qué estas tan callada?

-Porque Kai es un idiota- respondí.

-¿Como así? ¿Qué te hizo?- interrumpió papá con un tono de preocupación.

-Si Kai parecía un bacán.

-Pues no todos los bacanes son buenas personas, papá- comentó mi hermana.

-Y que conste que siempre te dije- concluyó, mirándome a los ojos. 

En verdad. Mi hermana Irene me había advertido desde el principio que Kai era un idiota y que no me merecía. Ella tenia su misma edad y conocía en detalle todas sus historias y  embarradas, pero se había cansado de repetírmelas porque yo no le quería prestar atención. 

Enseñanza: las hermanas mayores tienen (casi) siempre la razón. 
Ese día, aunque me costó mucho, me di cuenta de que lo que él me daba no era amor.










        

Sí, si es contigo (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora